De Sandy Hook a Uvalde: Las imágenes violentas nunca vistas

Veronique de la Rosa, la madre de Noah Pozner, una de las víctimas del tiroteo masivo en la escuela primaria Sandy Hook, tras su funeral en Fairfield, Connecticut, el 17 de diciembre de 2012. (Richard Perry/The New York Times)
Veronique de la Rosa, la madre de Noah Pozner, una de las víctimas del tiroteo masivo en la escuela primaria Sandy Hook, tras su funeral en Fairfield, Connecticut, el 17 de diciembre de 2012. (Richard Perry/The New York Times)

WASHINGTON — Después de que Noah, el hijo de 6 años de Lenny Pozner, murió en la tragedia de Sandy Hook, su padre contempló por un momento la posibilidad de mostrar al mundo el daño que un rifle AR-15 causó a su hijo.

Primero, pensó: “Eso conmovería a algunas personas, cambiaría algunas mentes”.

Y luego, reflexionó: “Mi hijo no”.

El dolor y la rabia por los dos horribles tiroteos masivos en Texas y Nueva York, con solo diez días de diferencia, han reavivado un viejo debate: ¿difundir imágenes gráficas de lo que causa la violencia con armas de fuego podría sacar al liderazgo político del estancamiento?

Desde el movimiento abolicionista hasta Black Lives Matter, desde el Holocausto hasta la guerra de Vietnam y la invasión rusa de Ucrania, fotografías y videos han revelado el costo humano del racismo, el autoritarismo y la política exterior desastrosa. Estas han provocado la indignación del público y, a veces, han conducido al cambio. Sin embargo, el uso potencial de esas imágenes para acabar con la pasividad oficial tras los tiroteos masivos plantea consideraciones nuevas y desgarradoras para las familias de las víctimas, muchas de las cuales rechazan categóricamente esa idea.

“Es cierto que las fotografías impactantes del sufrimiento a veces dejan una huella”, comentó Bruce Shapiro, director ejecutivo del Centro Dart de Periodismo y Trauma de la Universidad de Columbia, citando la famosa imagen del fotógrafo Nick Ut de una niña vietnamita desnuda huyendo de un ataque con napalm en 1972.

“Lo que hace de esto un reto ético es que, cuando eres editor de fotografía, nunca sabes realmente cuál es la fotografía que dará la impresión de ser abusiva y qué imagen va a tocar la conciencia de la gente y va a ser un catalizador del debate”.

La hermana Clarice Suchy consuela a Orelia Barker tras el tiroteo masivo en la escuela primaria Robb en Uvalde, Texas, el 25 de mayo de 2022. (Ivan Pierre Aguirre/The New York Times)
La hermana Clarice Suchy consuela a Orelia Barker tras el tiroteo masivo en la escuela primaria Robb en Uvalde, Texas, el 25 de mayo de 2022. (Ivan Pierre Aguirre/The New York Times)

Las principales organizaciones de noticias a veces muestran imágenes perturbadoras de personas que han muerto para ilustrar los horrores de un acontecimiento, como la fotografía tomada por Lynsey Addario de una madre, dos niños y un amigo de la familia asesinados en marzo en Irpin, Ucrania, o la imagen de un niño kurdo sirio de 3 años cuyo cuerpo fue arrastrado a la orilla en Turquía en 2015. Pero rara vez se muestran cadáveres despedazados.

“Siempre tratamos de equilibrar el valor noticioso de una imagen y su servicio a nuestros lectores con el hecho de que la imagen sea digna para las víctimas o considerada con las familias o los seres queridos de los retratados”, explicó Meaghan Looram, directora de fotografía de The New York Times. “No queremos ocultar imágenes que ayuden a la gente a entender lo que ha sucedido en escenarios como estos, pero tampoco publicamos imágenes por pura provocación”.

En el caso del tiroteo de Uvalde, no se permitió a los fotoperiodistas entrar en la escuela y la policía no difundió ninguna imagen de la escena del crimen. Los fotógrafos de prensa solo pudieron captar lo que se veía en el exterior de la escuela, incluyendo las imágenes realizadas por Pete Luna, del Uvalde Leader News, quien fue testigo de cómo los niños huían de un salón tras trepar por una ventana. Los medios de comunicación no tuvieron acceso a las imágenes de las secuelas del tiroteo, por lo que las decisiones sobre la publicación de imágenes gráficas de esta situación son discutibles.

Noah Pozner fue uno de los primeros niños enterrados tras el tiroteo del 14 de diciembre de 2012 en la escuela primaria Sandy Hook de Newtown, Connecticut, en el que murieron veinte alumnos de primer grado y seis profesores. Noah se escondió con quince compañeros de clase en el baño del aula, un espacio de 1,20 metros por 1 metro en el que el tirador disparó más de 80 balas con un rifle semiautomático Bushmaster y asesinó a todos los niños excepto uno.

Las balas atravesaron la espalda, el brazo, la mano y la cara de Noah, destruyendo la mayor parte de su mandíbula. Lenny Pozner y Veronique de la Rosa, padres de Noah, celebraron un velatorio privado con el ataúd abierto antes del servicio fúnebre, al que asistió Dannel Malloy, gobernador de Connecticut en ese momento. Cuando Malloy llegó, De la Rosa lo llevó de la mano para ver a su hijo, que yacía en un ataúd de caoba en una sala en la parte trasera de una funeraria de Fairfield, Connecticut.

“Pensé: ‘Me voy a desmayar. Me va a enseñar las heridas abiertas y no podré procesarlo muy bien’”, relató Malloy en una entrevista para mi libro “Sandy Hook: An American Tragedy and the Battle for Truth”.

El daño en la boca de Noah estaba oculto por un cuadrado de tela blanca, por lo que Malloy no vio las heridas en carne viva. “Yo no lo habría llevado a ese nivel”, afirmó De la Rosa. Pero él “seguía mirando a un niño muerto”, aseguró. “Un niño que prácticamente el día anterior había estado corriendo como una pequeña locomotora, lleno de vida”.

Después de Sandy Hook, Connecticut aprobó algunas de las medidas de seguridad de armas más estrictas del país.

Pero hubo un desenlace diferente más o menos en la misma época, cuando el cineasta Michael Moore propuso que los familiares de las víctimas de Sandy Hook hicieran públicas las fotografías de la escena del crimen como una manera de estimular la acción política. Las familias de Sandy Hook pensaron erróneamente que Moore, que había escrito, producido y dirigido el documental de 2002 “Masacre en Columbine”, sobre el tiroteo de 1999 en una escuela preparatoria de Colorado, pretendía buscar imágenes de sus hijos a través de solicitudes de registros públicos. Los padres presionaron al gobierno de Connecticut para que aprobara una ley que prohibiera el acceso a los materiales relacionados con las víctimas. Ahora, solo los familiares pueden tener acceso a las fotografías de las víctimas de Sandy Hook.

“Si las familias dicen: ‘Creo que debemos mostrar esto’, me parece que debemos escucharlas”, opinó Emily Bernard, autora y profesora de Inglés en la Universidad de Vermont.

“Pero las personas que tienen acceso a esas fotografías y se inclinan por difundirlas tienen que preguntarse: ¿a quién beneficia? ¿Servirá para iluminarnos u ofrecernos alguna solución o simplemente es algo horrible?”.

En un seminario celebrado en 2020 en el Centro Dart para el Periodismo y el Trauma de la Universidad de Columbia, titulado “Picturing Black Deaths”, Bernard habló de una fotografía de la época de la Guerra de Secesión de un antiguo esclavo. Difundida por los abolicionistas, la imagen del hombre sin camisa, con la espalda gravemente marcada por los golpes, “fue esencial para el desarrollo de la campaña contra la esclavitud”, apuntó.

En 1955, Mamie Till-Mobley invitó a un fotógrafo de la revista Jet, David Jackson, a fotografiar el cuerpo brutalizado de su hijo de 14 años, Emmett Till, a quien dos hombres blancos, que fueron rápidamente absueltos, habían golpeado salvajemente, disparado y arrojado al río Tallahatchie en Misisipi. Las imágenes y el ataúd abierto de Emmett Till en su funeral en Chicago ayudaron a encender el movimiento a favor de los derechos civiles.

En 2020, el video grabado con un celular en el que un policía de Minneapolis asfixió a George Floyd al arrodillarse sobre su cuello, desató la furia mundial y algunas de las más grandes manifestaciones de la historia de Estados Unidos. Pero también encendió un debate sobre la omnipresencia de las imágenes de violencia contra los negros y las relativamente pocas imágenes de víctimas blancas.

Algunos periodistas, académicos y sobrevivientes han propuesto publicar fotografías de las escenas de violencia, en lugar de las víctimas, como un enfoque potencialmente poderoso, pero menos invasivo. En 2014, después de que los combatientes talibanes atacaron una escuela en Peshawar, Pakistán, donde al menos 134 niños fueron asesinados, los servicios de noticias publicaron imágenes de las aulas ensangrentadas de la escuela.

“Me puedo imaginar algunas imágenes que podrían hacerse sin deshumanizar a las víctimas que hablan de la historia del rifle AR-15, una historia que no se ha visto ni contado en su totalidad”, dijo Nina Berman, fotógrafa documental, cineasta y profesora de Periodismo en la Universidad de Columbia.

“Tenemos una cultura demasiado inmersa en la violencia, pero pasamos mucho tiempo evitando que alguien vea esa violencia”, comentó Berman. “Algo más está pasando aquí y no estoy segura de que sea solo que estamos tratando de ser sensibles”.

Después de la muerte de su hijo, Pozner dedicó su vida a luchar contra los creyentes en teorías conspirativas que difundieron afirmaciones falsas acerca de que el tiroteo en Sandy Hook fue un engaño del gobierno, con la intención de promover los esfuerzos por controlar las armas. No está convencido de que la publicación de la fotografía de Noah hubiera cambiado mucho las cosas.

“Todo se amplificaría”, agregó. “Los conspiracionistas tendrán más cosas que negar, los absolutistas tendrán más cosas que decir y la gente traumatizada por los tiroteos masivos lo estará aún más”.

© 2022 The New York Times Company