Sancha de Aragón: una gran gestora recordada en un memorable sepulcro

Detalle del frente principal del sarcófago de doña Sancha. Museo de las Benedictinas de Jaca. Foto: Francisco de Asís García, Author provided
Detalle del frente principal del sarcófago de doña Sancha. Museo de las Benedictinas de Jaca. Foto: Francisco de Asís García, Author provided

La condesa doña Sancha (siglo XI) no solo comparte nombre de pila con otras mujeres de la realeza hispana de los siglos XI y XII. Como ellas, su recuerdo ha quedado asociado a importantes obras de arte y, al igual que sus semejantes, destacó por una activa participación en la política y en los asuntos eclesiásticos de su tiempo.

Sancha fue hija, hermana y tía de los primeros reyes de Aragón en una época crucial de crecimiento territorial y apertura internacional para este reino. Había nacido en los años cuarenta del siglo XI del matrimonio entre Ramiro, primer rey de Aragón, y Ermesinda de Bigorra, miembro de una familia condal del sudoeste de Francia.

Como su madre, desempeñó un papel clave en las alianzas pirenaicas al desposar al conde Ermengol III de Urgell en una fecha imprecisa. En 1064, su hermano Sancho Ramírez ascendió al trono aragonés. Sancha enviudó al año siguiente y no tardó en regresar a su tierra natal, donde se convirtió en una leal colaboradora del monarca.

En estos años, los horizontes del reino se proyectaron mucho más allá de los límites montañosos de sus comienzos. Sancho Ramírez viajó a Roma en 1068 y se declaró vasallo de la Santa Sede. Esta relación con el papado marcó la política aragonesa en las siguientes décadas y tuvo en Sancha a una firme valedora. No en vano, el papa Urbano II se acordó de ella en una bula de 1089 como cooperante del rey al servicio de la Iglesia.

En sus últimos años de vida, Sancha presenció acontecimientos tan relevantes como la consagración de la iglesia de San Juan de la Peña –el monasterio que albergaba el panteón real– y la dotación de la catedral de Huesca. En ambos casos acompañó al nuevo rey, su sobrino Pedro, según consta en los diplomas que registran estos actos.

Un personaje esencial en el espacio público

Aunque las mujeres de las élites estén mejor documentadas en las fuentes, la información que tenemos sobre ellas para esta época se basa, sobre todo, en noticias de carácter administrativo y jurídico que dificultan una aproximación más personal a sus inquietudes y vivencias.

Iglesia de San Pedro de Siresa.
Iglesia de San Pedro de Siresa. Francisco de Asís García

En el caso de Sancha, la documentación revela una notable actuación en el espacio público, sobre todo como supervisora de instituciones religiosas. Al frente de Santa María de Santa Cruz de la Serós compró e intercambió propiedades con otros monasterios. También presidió la comunidad masculina de San Pedro de Siresa y, durante unos años, se le encomendó el obispado de Pamplona.

En estos lugares Sancha no actuó como abadesa, priora o figura episcopal, sino como gestora al servicio de la política regia. Este hecho puede resultar extraño en tiempos en los que la Iglesia perseguía la autonomía respecto al poder laico. Sin embargo, la eficaz labor de Sancha resultaba beneficiosa para asentar las reformas religiosas sin que la monarquía perdiera el control de las instituciones.

Probablemente por ello cobró un protagonismo eclesiástico inusual para una mujer. El sostén material de Sancha fue el gran patrimonio que concentró, tanto el adquirido en su dote como el obtenido de manos de familiares, en particular los bienes donados por su hermano el rey y por su abuela paterna. Buena parte de estas posesiones, entre las que había varias villas, casas, iglesias y tierras con sus rentas, se le confiaron para su disfrute con la condición o expectativa de donarlas a una institución religiosa.

El monasterio de Santa María de Santa Cruz de la Serós

Sin duda, el mayor beneficiario del legado de Sancha, conforme a lo previsto en su testamento de 1095, fue el monasterio de Santa María de Santa Cruz de la Serós.

Testamento de doña Sancha, octubre de 1095 (copia del siglo XII).

Esta abadía fue muy especial para las mujeres de la familia real. En ella residieron su hermana Teresa y su hermanastra Urraca, encomendadas al monasterio, mientras que su cuñada, la reina Felicia, le donó un precioso díptico de marfil y orfebrería conservado en Nueva York.

Iglesia de Santa María de Santa Cruz de la Serós.
Iglesia de Santa María de Santa Cruz de la Serós. Francisco de Asís García

Seguramente Sancha contribuyó a la edificación de la iglesia monástica de Santa María, pues no obvió este tipo de actuaciones. Participó quizás en la fortificación del castro de Pilzán, impulsó una alberguería en Canfranc y su testamento indica que estaba construyendo un local para el pisado de la uva en Monzón, localidad en la que también donó un solar a San Pedro de Siresa para edificar oficinas.

Sus donaciones debieron proporcionar fondos para llevar a término un templo tan monumental como el de Santa María. De hecho, en su testamento ordenó que los bienes que se hallaran tras su muerte se destinasen a esta obra.

El sarcófago de Sancha

Con todo, la principal creación artística vinculada directamente con Sancha, procedente de Santa María, es el espléndido sarcófago conservado desde 1622 por las benedictinas de Jaca, magníficamente estudiado por David Simon.

Es un buen ejemplo de cómo a finales del siglo XI, al igual que las portadas e interiores de los templos se poblaban de imágenes, también los sarcófagos comenzaban a dotarse de escenas. Las escogidas para la urna de Sancha nos hablan de la preocupación por la salvación y la memoria. Si nos detenemos en su frente principal, observamos que el alma de la difunta, representada como una figura desnuda, es elevada por ángeles. A su lado, un grupo compuesto por tres clérigos nos permite imaginar la liturgia funeraria que rodearía el enterramiento, rememorado por las monjas a las que tanta atención prestó Sancha y a las que en un documento llamó compañeras.

Frente principal del sarcófago de doña Sancha.
Frente principal del sarcófago de doña Sancha. Museo de las Benedictinas de Jaca. Foto: Francisco de Asís García

Precisamente el grupo del lado contrario, con una mujer destacada entre otras dos, encarna una escena de autoridad femenina, ya sea de las monjas de Santa María o de la propia Sancha y sus hermanas. Incluso sería posible una lectura ambigua que solapara ambas identidades, como propone Verónica Abenza.

Para realizar el sarcófago, resituado en fechas próximas a la muerte de Sancha según los últimos estudios, se contó con escultores cuya impronta se advierte en Jaca y en Huesca, además de en otras obras del monasterio.

De allí procede también otra urna funeraria, recuperada más recientemente para el Museo de Huesca y decorada con un friso de grifos como los que aparecen en un lateral del sarcófago de Sancha. Muy posiblemente corresponda a otra infanta aragonesa –por qué no una de las hermanas de Sancha– cuya efigie, quizá, nos ha transmitido el sarcófago de Jaca.

Sarcófago de una infanta procedente de Santa María de Santa Cruz de la Serós.
Sarcófago de una infanta procedente de Santa María de Santa Cruz de la Serós. Museo de Huesca, NIG 10970. Foto: Francisco de Asís García

Desconocemos quién promovió una obra tan singular como el sepulcro de Sancha: ¿su destinataria aún en vida, como se tiende a pensar últimamente? ¿Un miembro de su familia o la comunidad de Santa María?

Más allá de estos interrogantes, si la vida de Sancha dejó huella en un puñado de documentos, su sepultura le procuró un sólido recuerdo para la posteridad y un lugar propio también en la historia del arte medieval.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.

Lee mas:

Francisco de Asís García García no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.