San Eustaquio, la isla perdida en el Caribe que no puedes dejar de conocer
Ese inconfundible placer de saber que irás a un lugar que nadie parece conocer es cada vez más inusual. Por eso resulta emocionante prever que, cuando anuncias un viaje a San Eustaquio, la respuesta invariable es: “¿Existe algún lugar con ese nombre?”. Justamente, el que su ubicación sea todavía desconocida para muchos es el primero de sus numerosos encantos.
Esta pequeñísima isla del Caribe que fue colonizada por los holandeses está localizada a unas 125 millas de las Islas Vírgenes de los Estados Unidos. Hace siglos, era un territorio afamado por su calidad de puerto libre de cualquier impuesto: un paraíso para comerciantes (y contrabandistas) de todo el mundo. En el siglo XVIII, la población de “Statia”, el nombre con que afectuosamente la llaman los isleños, era de casi diez mil habitantes pero la isla se ha vuelto a recubrir de un beneficioso misterio: disfruta de la calma de tener apenas cerca de 3,200 habitantes y recibir a unos 5,800 afortunados turistas al año.
Para llegar desde Miami a San Eustaquio, es necesario tomar un vuelo rumbo a San Cristóbal o a San Martín. Una vez en San Cristóbal, hay que embarcarse en un trayecto en bote que te permite disfrutar, a lo largo de los 45 minutos que dura la travesía, de un entorno marino fascinante. Y si la prisa por llegar es aún mayor, hay vuelos de 15 minutos en pequeñas avionetas que parten desde San Martín.
En su época de potencia comercial caribeña, Statia se apodaba “Golden Rock”, o Roca de Oro. Por esto, ahora se encuentran varios lugares llamados así, incluyendo el Golden Rock Resort, el único hotel de su estilo en la isla, que abrió en 2021 y en el que me hospedé durante una inolvidable visita. Los demás alojamientos suelen ser hoteles familiares; pues no se encuentran en la isla cadenas hoteleras o de comida ni tampoco las multitudes arrolladoras que arriban a las islas vecinas en cruceros.
Pequeña isla, grandes aventuras
No hay que confundir tranquilidad con falta de acción. Al contrario, a pesar de su tamaño limitado, Statia ofrece actividades increíblemente emocionantes. La más popular es adentrarse en el fondo submarino que rodea la isla y admirar las maravillas que se encuentran en el Parque Nacional Marino de San Eustaquio, que rodea el perímetro de la isla.
Ansiosa por adentrarme en el silencio del océano, salí con Statia Divers, el centro de buceo de Golden Rock Resort, hacia una parte del mar en la cual no se avistaba ningún otro barco. Mirando la silueta de la isla desde ese punto, tuve la sensación de que flotábamos sobre el azul claro del Caribe como si nos perteneciera solo a nosotros. Kate Pluhar y Dan Partington, nuestros guías, nos prepararon para las dos inmersiones que haríamos ese día. Durante la primera buceamos sobre los rastros de tubos de lava que llegaron al mar cuando uno de los volcanes de la isla estalló hace alrededor de cuatro mil años. Ahora llenos de corales y de vida, los tubos todavía tienen las pequeñas chimeneas que sirvieron como ductos al hirviente líquido.
La segunda inmersión nos llevó a un sitio donde se encuentra una colección de barcos sumergidos. Siendo los únicos buzos en el área, nuestra presencia no era perturbadora y pudimos ver a una tortuga joven que nadaba tranquilamente, un gran cardumen de barracudas, varios peces globo, langostas y numerosas manta rayas, incluyendo una que parecía guarecerse bajo una embarcación ya encallada en el fondo. Otras especies habitantes de los 36 sitios de buceo en Statia incluyen tiburones, pulpos, rayas pintadas y, en ciertas épocas del año, ballenas jorobadas y delfines. Aunque las inmersiones que hicimos requieren de un certificado de buceo en aguas abiertas, es posible hacer un mini curso y sumergirse sin experiencia previa. Otras posibilidades para gozar del mar incluyen paseos en bote y snorkel.
La otra gran aventura que no te puedes perder en Statia es visitar el Parque nacional Quill/Boven, situado alrededor del Quill, un hermoso volcán inactivo que domina el paisaje de la isla. La caminata completa toma unas tres horas sin apresurar el paso—y es que realmente este es un lugar que nos pide dejar atrás la prisa del mundo.
Me adentré a la montaña con Celford Gibbs (que insistió en ser llamado Celly), uno de los pocos guías que ofrecen este tour y una persona que te transmite con facilidad el amor por su isla y la naturaleza. Mientras te habla de sus abejas (y de los productos que hace con su miel) realiza diversas paradas para darte a probar los diferentes frutos del bosque con los que te vas encontrando, como un tipo exótico de maracuyá y moras silvestres. En el camino también descubres iguanas, aves del trópico de pico rojo y cangrejos ermitaños caribeños que se tiran rodando por la montaña hasta el pie de cuesta. Cuando llegas a la cima, se abre ante ti un cráter volcánico, pero en su interior en vez de hallar una tierra reseca y carente de vida, descubres un valle cubierto por un frondoso bosque tropical que ha desarrollado su propio microclima. No sólo es posible, sino recomendado, entrar al cráter.
Ese día, sin embargo, nosotros optamos por seguir subiendo a uno de los picos más altos del volcán que recompensó nuestro esfuerzo con una incomparable vista panorámica. Celly pudo mostrarme Oranjestad, la capital, el lugar de almacenamiento de petróleo que compone una gran parte de la economía de Statia, el campo de paneles solares que ilumina la isla e incluso su casita de verde limón. También pudimos avistar desde allí una a una las islas más cercanas: San Cristóbal, San Martín, San Bartolomé, Saba y Anguilla.
Unas vacaciones indulgentes
La aventura es importante, claro, pero la gracia de ir a una isla perdida es olvidarte del mundo y relajarte. Si buscas otro modo de conocimiento del territorio, es ideal complementar la visita participando en un tour histórico con Misha Spanner, una guía local que trabaja con el Museo de la Fundación Histórica de San Eustaquio.
Ella relata anécdotas de la historia de esta isla, que sigue siendo territorio holandés y que conserva algunos rastros documentales del paso de los comerciantes que venían buscando riquezas; tanto como de la vida de los esclavos africanos que fueron forzados a trabajar en plantaciones de tabaco, azúcar y añil— ancestros del 85 por ciento de la población actual—y de los piratas que hicieron necesaria la construcción de una muralla que aún sigue en pie.
También se conservan los históricos cañones que protegieron a Statia durante siglos, numerosas casas y estructuras muy bien cuidadas que dan a conocer la arquitectura colonial holandesa, así como el antiguo cementerio con arcos de ladrillo y vista al mar, e incluso las ruinas de una vieja sinagoga construida en 1737. También te podrás percatar de que todas las personas con las que te cruzas saludan a Misha con una gran sonrisa. Es evidente que aquí, los isleños viven como una gran familia.
Otra posibilidad para relajarte es pasar un día indulgente en Golden Rock Resort, donde puedes tomar el sol en dos hermosísimas piscinas que dan una vista privilegiada tanto al mar como al Quill, hacer una cita en el spa, jugar baloncesto o pickleball o simplemente caminar por la propiedad y admirar sus más de 130,000 plantas de varias especies. También puedes deleitarte comiendo en Breeze o Bobbie’s Beach Club, dos de los 16 restaurantes que hay en toda la isla y que ofrecen una variedad de platos internacionales y caribeños aderezados con vegetales y hierbas provenientes de la huerta del hotel.
Para aquellos que no se hospedan en el resort, es posible comprar un pase de día y disponer de todo lo que ofrece. Todo viajero también debería tomarse un cóctel en Old Gin Factory en Oranjestad, desde donde se puede apreciar el mejor atardecer de la isla.
No es fácil partir de Statia, en parte porque siempre cuesta despedirse de lugares hermosos, en parte porque sabes que será difícil volver a encontrar un lugar tan secreto. Cuando los esclavos de la isla se emanciparon en 1863, celebraron su libertad tirando al mar los abalorios azules que les daban sus captores en forma de “pago” simbólico. Hoy, todavía se pueden encontrar estos abalores en las profundidades del mar, siendo ahora reclamados como un amuleto de la buena suerte y un símbolo importante de la cultura e historia de la isla; lo cual es más que adecuado: al igual que los abalores, Statia se esconde en las entrañas del Caribe como un tesoro al que solo aquellos dedicados a encontrarlo pueden llegar.