Salió a recorrer Australia en un monopatín de juguete y el país decidió subirse a bordo

En una gasolinera cerca de Bethungra, tres personas discutieron sobre quién de ellos le invitaría el almuerzo. En una estación de trenes en Junee, un hombre barbudo le ofreció un lugar para descansar. En diversos pueblos pequeños por las carreteras secundarias de Australia, los encuentros con extraños han dado lugar a ofrecimientos de duchas calientes y camas acogedoras; cerveza y hamburguesas; y conversaciones sinceras, incluso conmovedoras, realizadas en su mayoría a través de Google Translate.

Ryokei Mifune, mejor conocido como Uni, lleva poco más de dos semanas en un viaje de más de 3200 kilómetros en un monopatín para niños sin motor, y estima que podría tomarle seis meses realizar su recorrido. Está abriéndose camino de Melbourne a Sídney para luego seguir la costa hasta Cairns, desde el aeropuerto más al sur del continente hasta el que se encuentra más al norte, en la costa este.

Uni, de 23 años, con su llamativa presencia en las rutas secundarias polvorientas, ha sorprendido a más de un conductor: un delgado hombre japonés con un tradicional sombrero de paja “kasa” y sandalias ligeras, con una guitarra barata atada a la espalda, que impulsa su monopatín.

La experiencia ya ha sido extenuante. El sudor le corre por la cara, el sol le quema la piel, y el suelo áspero le ha destrozado los pies. Casi todo ha sido más difícil de lo previsto.

Esa podría ser la razón por la que, hasta donde sabe, es la única persona que ha intentado algo comparable. “Me gusta que nadie lo haya hecho; pensé que sería un buen reto”, afirmó Uni, cuyo apodo desde la infancia significa “erizo de mar”. “Si estuviera copiando algo que otra persona ya ha logrado, no sería divertido”, agregó.

En Japón, Uni se formó como carpintero y luego realizó una serie de trabajos temporales, incluido un empleo en una sala de juegos y una tienda de mascotas. Su pasión, además de la aventura, es hacer videos cortos, los cuales publica en las redes sociales para registrar su progreso.

Pocos días después del inicio de su viaje, esas actualizaciones, que a menudo mencionan los encuentros con australianos acogedores, comenzaron a volverse virales. Para sorpresa de Uni, los medios noticiosos locales comenzaron a cubrirlo, lo que captó la atención de personas ansiosas por abrirle la puerta de sus hogares, y de sus corazones.

El martes 7 de febrero, Leigh Swansborough, de 51 años, y su amiga Joy Law, de 75, recorrieron la ruta secundaria desde Wagga Wagga, donde viven, hasta Cootamundra, el próximo destino de Uni, con la esperanza de encontrárselo.

Pensaron que habían fracasado en su misión, contó Law, hasta que comenzaron a regresarse a Wagga Wagga. “Había una moto roja grande estacionada frente a la tienda de la estación de servicio”, afirmó. “Casi de casualidad moví mis ojos hacia la derecha, y ahí vi un pequeño, mínimo, casi insignificante monopatín que parecía pertenecerle a un niño de 5 años”.

Swansborough, una aventurera de toda la vida, había regresado recientemente a Australia tras pasar 10 meses en Irán, donde cruzó el país a pie y quedó asombrada por la generosidad de las personas que conoció. Esta era una oportunidad de retribuir esa experiencia, afirmó: “Uni se ha puesto en una situación en la que no conoce a nadie, pero está poniendo su confianza y fe en Australia”.

Al enterarse de que Uni tenía la intención de pasar la noche acampando en un parque público en una zona conocida por sus niveles de delincuencia, Law insistió en pagarle una habitación de hotel en el siguiente pueblo, y luego lo despidió.

Y es que el viaje de Uni podría describirse, siendo cortés, como poco planificado e investigado.

“No creo haber preparado nada en particular para este viaje”, afirmó, entre risas. “Si pienso demasiado, eso solo complicará las cosas y será difícil dar un paso adelante. Por eso pensé: ‘Si salto directamente al asunto sin un plan B, de alguna manera iré resolviendo las cosas’”.

En 2021, durante 10 meses, Uni completó un viaje similar aunque menos ambicioso, en el que visitó las 47 prefecturas de Japón en un monopatín similar. “Tenía cero yenes en mis bolsillos cuando comencé, pero vendí pulseras de la amistad hechas a mano a 100 yenes cada una”, contó. “Pero esto es Australia, un viaje más grande, así que me traje mi tarjeta de débito”.

Uni habla poco inglés, y eligió su destino prácticamente al azar. “No me importaba a qué país quería ir; solo quería salir de Japón e ir un lugar que no conociera”. En Google Maps, recordó, Australia se veía enorme. “Así que pensé que podría ser una gran aventura”.

Esa mentalidad entusiasta —junto a una actitud encantadoramente indiferente— han sido cruciales en una odisea que, casi desde su inicio, ha estado llena de baches.

Incluso encontrar la manera de salir del aeropuerto de Melbourne, que está rodeado de autopistas, con su monopatín, fue un desafío, contó. Mientras acampaba en un parque público en Melbourne, se despertó sobresaltado por un sistema de rociadores automáticos a los que confundió con un animal salvaje. Le ha sorprendido la vasta red de autopistas de Australia, que a menudo lo ha enviado a las carreteras secundarias del país, a expensas de las frágiles ruedas de su vehículo.

Escogió su monopatín, diseñado para un niño y que cuesta alrededor de 100 dólares, principalmente por su agradable color turquesa. (Uni tiene 12 rodamientos de bolas de repuesto en caso de que haga falta reparar el monopatín). Antes de que los extraños comenzaran a comprarle comida, su intención fue sobrevivir en su mayoría con pan blanco, el cual cada cierto tiempo complementó con mantequilla de maní cuando, como bien lo expresó, “mis papilas gustativas comenzaran a sentirse algo abandonadas”.

Además, su calzado insustancial, el cual esperaba le permitiera respirar a sus pies, ya le terminó causando la pérdida de una uña del pie.

“Cuando camino por la carretera, puedo sentir las piedras”, afirmó. “Mi piel se está pelando demasiado, me duelen mucho los pies”.

Pero Uni sigue adelante, impulsado por la amabilidad de las personas que conoce.

“Creo que, gracias a haber aparecido en los periódicos, menos gente me percibe como sospechoso, lo cual aprecio”, afirmó. “Hoy, en la carretera, pasé junto a dos patrullas de la policía, pero nadie dijo una sola palabra, y cuando pasé junto a una ambulancia, abrieron la ventanilla e incluso me animaron encendiendo la sirena por un instante”.

En los comentarios de las publicaciones de Instagram de Uni, la gente a menudo le ofrece un lugar para dormir o lo exhortan a que los contacte cuando llegue a su localidad. Ya ha pasado algunas noches en casas de extraños hospitalarios.

“Es una adorable y pequeña personita con una enorme sonrisa y un gran sentido del humor”, afirmó Law. “La policía de Melbourne le preguntó si tenía un casco, y respondió que sí, uno japonés, refiriéndose a su sombrero de paja”. Law agregó: “Me da esperanza en el futuro”.

“Todos en Australia lo apoyan”, afirmó Swansborough. “Está viviendo su sueño, y lo logrará, usando solo su propia intuición”.

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