“Nadie sabe de su existencia”: un cubreboca incómodo podría mejorar la lucha contra las enfermedades transmitidas por el aire

Si los respiradores de elastómero se usan correctamente, ofrecen una mejor protección que los N95, que solo filtran el 95% de los patógenos
Si los respiradores de elastómero se usan correctamente, ofrecen una mejor protección que los N95, que solo filtran el 95% de los patógenos

NUEVA YORK.- A principios de la década de 1990, mucho antes de que los equipos de protección individual, las mascarillas N95 y la transmisión asintomática se convirtieran en términos habituales, las autoridades sanitarias federales publicaron directrices sobre cómo debían protegerse los trabajadores médicos de la tuberculosis durante un resurgimiento de esta enfermedad respiratoria altamente infecciosa.

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Su recomendación, los respiradores de elastómero, un cubrebocas industrial que es familiar para los pintores de autos y los trabajadores de la construcción, se convertiría en las décadas siguientes en el criterio de referencia para los especialistas en control de infecciones centrados en los peligros de los patógenos transmitidos por el aire.

Los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) de Estados Unidos los promovieron durante el brote de síndrome respiratorio agudo grave de 2003 y la pandemia de gripe porcina de 2009. Desde entonces, algunos estudios han sugerido que los respiradores elastoméricos reutilizables deberían ser un equipo esencial para los trabajadores médicos de primera línea durante una pandemia respiratoria, un evento que, de acuerdo a la predicción de los expertos, agotaría rápidamente los suministros de N95, los cubrebocas de filtración desechables fabricados en su mayoría en China.

Pero cuando el coronavirus se extendió por todo el mundo y China suspendió las exportaciones de N95, los respiradores elastoméricos no se encontraban en la gran mayoría de los hospitales y clínicas de Estados Unidos. Aunque es imposible saberlo con certeza, algunos expertos creen que la grave escasez de cubrebocas en los primeros momentos contribuyó a la ola de infecciones que acabó con la vida de más de 3600 trabajadores sanitarios.

La pandemia ha generado una serie de dolorosas lecciones sobre la importancia de prepararse para las emergencias de salud pública. Desde la tibia respuesta inicial del gobierno de Trump hasta el chapucero despliegue de pruebas de coronavirus por parte de los CDC y sus mensajes contradictorios sobre el uso de cubrebocas, la cuarentena y la reapertura de las escuelas, el gobierno federal ha sido muy criticado por el mal manejo de una crisis sanitaria que ha dado como resultado un millón de estadounidenses muertos y socavó la fe del público en una institución que antes era venerada.

La N95 filtran el 95 por ciento de los patógenos
La N95 filtran el 95 por ciento de los patógenos - Créditos: @Agencia AFP

Escasez

Tres años después de la pandemia, los respiradores elastoméricos siguen siendo una rareza en los centros sanitarios estadounidenses. Los CDC han hecho poco para promoverlos y todas, excepto un puñado de la decena de empresas nacionales que se apresuraron a fabricarlos en los últimos dos años, han dejado de hacerlo o han cerrado porque la demanda nunca se incrementó.

La mayoría cuesta entre 15 y 40 dólares cada uno y los filtros, que deben sustituirse al menos una vez al año, valen casi 5 dólares cada uno. Las mascarillas, hechas de silicona blanda, son cómodas, según las encuestas de los trabajadores sanitarios, y tienen una vida útil de una década o más.

“Es frustrante y aterrador, porque un cubrebocas como este puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte, pero nadie sabe de su existencia”, afirmó Claudio Dente, cuya empresa, Dentec Safety, dejó de fabricarlos hace poco.

La estrategia provisional del gobierno con respecto a los respiradores elastoméricos durante la pandemia ha escapado en gran medida al escrutinio público, incluso cuando los productores estadounidenses de cubrebocas, los expertos en política sanitaria y los sindicatos de enfermería han estado presionando a los funcionarios federales para que las promuevan de forma más agresiva. Señalan que los cubrebocas son una alternativa ambientalmente sustentable y rentable a los N95. Si se usan correctamente, ofrecen mejor protección que los N95, que, como su nombre indica, solo filtran el 95 por ciento de los patógenos. La mayoría de los respiradores elastoméricos superan el 99 por ciento.

Estos respiradores tienen otro atributo notable: la mayoría se fabrican en Estados Unidos.

Ahora que los hospitales han vuelto a comprar mascarillas faciales baratas, fabricadas en China, y que la industria estadounidense de cubrebocas ha implosionado, los expertos advierten de los peligros de la continua dependencia del país de los equipos de protección fabricados en el extranjero. Muchas de las empresas estadounidenses que han abandonado el negocio son nuevas compañías cuyos fundadores se metieron en el negocio de los equipos de protección individual por un sentido del deber cívico.

“Es triste ver cómo toda esta capacidad de fabricación se pone en marcha durante una crisis, para luego cerrarla porque los hospitales e incluso nuestro propio gobierno prefieren ahorrarse ocho empresas que siguen produciendo cubrebocas, frente a las 51 de hace un año. Según Armbrust, 17 de esas compañías cerraron.

Algunos expertos afirman que la estrategia laxa de los CDC respecto a los respiradores elastoméricos está fomentando involuntariamente el retorno de la dependencia nacional de los cubrebocas desechables fabricados en el extranjero. Eric Feigl-Ding, investigador de salud pública que dirige el grupo de trabajo de Covid-19 en la Red Mundial de Salud, criticó a los funcionarios federales por su inacción a pesar de las pruebas convincentes de que los elastómeros proporcionan el mayor nivel de protección contra los virus en aerosol. “Llegado un punto, hay que actuar sobre la base de la ciencia existente y no hacerlo es una negligencia del deber”, aseguró.

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A la espera

Para ser claros, los expertos federales en salud respaldan el uso de elastómeros, pero dicen que están esperando los resultados de estudios adicionales antes de ofrecer un apoyo total a su adopción generalizada por parte del personal médico. Emily Haas, científica del Instituto Nacional para la Seguridad y la Salud en el Trabajo (Niosh) de los CDC, dijo que los investigadores aún estaban lidiando con la necesidad de desinfectarlos regularmente y con las quejas sobre las dificultades para comunicarse mientras se usan los respiradores, aunque algunos modelos nuevos facilitan que los usuarios puedan ser escuchados.

Según Haas, el mayor desafío es convencer a los hospitales y a las organizaciones de compras masivas para que adopten las máscaras dada la abundancia de N95, que ofrecen una protección comparable durante la atención médica de rutina y se pueden desechar después de cada uso.

“En los últimos 10 años ha habido tanta investigación que respalda el uso de los elastómeros que, de alguna manera, en este momento el problema es cultural”, dijo la científica. “A nadie le gusta el cambio, y la introducción de un sistema completamente nuevo de protección respiratoria puede ser un trabajo pesado”.

Los expertos dicen que esos obstáculos podrían superarse mediante un liderazgo federal más vigoroso. Tom Frieden, quien encabezó un esfuerzo fallido para llenar la Reserva Nacional Estratégica con elastómeros cuando era director de los CDC en 2009, dijo que las ventajas de proporcionárselos a los trabajadores médicos de primera línea eran claras, especialmente por la dependencia excesiva de la nación con las mascarillas de un solo uso. Dijo que las autoridades sanitarias podrían promover los elastómeros destacando sus ahorros de costos para los hospitales y los beneficios ambientales de una máscara reutilizable para ayudar a reducir el tsunami de N95 que terminan en los basureros. “Para mí, es un enigma por qué no se han generalizado más”, dijo Frieden.

Proporcionar un respirador elastomérico a cada uno de los dieciocho millones de trabajadores sanitarios del país costaría casi 275 millones de dólares, según Nicolas Smit, experto en elastómeros y director ejecutivo de la Asociación Estadounidense de Fabricantes de Mascarillas. En comparación, señaló que el gobierno federal gastó 413 millones de dólares en una campaña desastrosa para descontaminar las mascarillas N95 para que pudieran reutilizarse con seguridad.

Durante mucho tiempo, el higienista industrial James C. Chang ha sido un partidario de los elastómeros. En 2018, ayudó a elaborar un informe sobre ellos para las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina y, tras la efímera pandemia de gripe porcina de 2009, convenció a su empleador, el Centro Médico de la Universidad de Maryland, para que comprara 1500 mascarillas de ese tipo. La decisión se basó en parte en una investigación que predecía que una pandemia respiratoria que durara más de unas pocas semanas provocaría una escasez catastrófica en la cadena de suministro.

“Cuando se hicieron los cálculos, quedó bastante claro que se agotaría una reserva de seis o siete dígitos de material desechable con bastante rapidez”, señaló. “No es factible que ningún hospital almacene tantos cubrebocas”.

Al principio surgieron varias preocupaciones como que su apariencia de Darth Vader asustaría a los pacientes o que desinfectarlas sería una carga. Pero, a principios de 2020, esos temores se desvanecieron rápidamente cuando los hospitales de todo el país se apresuraron a comprar las N95 y los CDC emitieron lineamientos que decían que esos cubrebocas podían reutilizarse hasta cinco veces, una recomendación que generó un escepticismo generalizado entre los profesionales de la salud.

Para enfrentar la necesidad de desinfectar las mascarillas implementó un sistema que permitía que los trabajadores las dejaran después de cada turno para poder limpiarlas antes de ponerlas a disposición de los demás.

“Fue una verdadera historia de éxito porque nuestro personal tenía respiradores para usar y se sentían más tranquilos usando elastoméricos que las N95″, dijo Chang.

Uno de los únicos sistemas hospitalarios del país que adoptó los cubrebocas a gran escala fue Allegheny Health Network en Pensilvania occidental, que al principio de la pandemia distribuyó más de 8000 respiradores en sus catorce hospitales. La decisión de hacerlo se debió a una coincidencia geográfica: la sede de Allegheny en Pittsburgh no estaba lejos de la planta de fabricación de MSA Safety, una empresa centenaria que empezó a producir equipos de protección para los mineros del carbón con la ayuda de Thomas Edison.

A raíz de un llamado por parte de los administradores de los hospitales, MSA empezó a enviar los cubrebocas de calidad industrial, pero pronto se encontraron con un problema. Los filtros que sobresalían solo filtraban el aire inhalado, lo que significaba que el aire exhalado por un usuario infectado podía suponer un riesgo potencial para la salud de las personas cercanas, según Zane Frund, director ejecutivo de investigación de materiales y productos químicos de MSA Safety.

La solución no era exactamente ciencia espacial: los diseñadores de productos simplemente eliminaron la válvula de exhalación de los cubrebocas y el Niosh aprobó los nuevos modelos a finales de 2020. Un ajuste posterior del diseño añadió un amplificador de voz mecánico para facilitar la comunicación.

Cambio radical

Sricharan Chalikonda, jefe de operaciones médicas de Allegheny, se mostró sorprendido por la popularidad que alcanzaron entre los 2000 miembros del personal médico que se equiparon para usarlas, un proceso destinado a garantizar que el aire no eludiera el hermético sello facial del cubrebocas.

Según un artículo que se publicó en el Journal of the American College of Surgeons, ninguno de los empleados volvió a usar las N95. El costo-beneficio de confiar casi por completo en los elastómeros resultó irrefutable: equipar a los trabajadores era una décima parte de lo que costaba suministrarles N95 desechables. En otro estudio se comprobó que, al cabo de un año, los filtros seguían siendo eficaces en un 99 por ciento.

“Los elastómeros supusieron un cambio radical para nosotros”, afirmó Chalikonda. “Cuando pienso en todos los millones de dólares desperdiciados en N95 y luego en todo lo que se hizo para tratar de reutilizarlas, te das cuenta de hasta qué punto los elastómeros son una oportunidad desaprovechada”.

Los funcionarios federales de salud dicen que están actuando lo más rápido posible para elaborar una guía más consolidada sobre los elastómeros. Maryann D’Alessandro, directora del Laboratorio Nacional de Tecnología de Protección Personal, dijo que los científicos estaban revisando los comentarios de un estudio que distribuyó casi 100.000 respiradores a hospitales, hogares de adultos mayores y socorristas en todo el país. “Si podemos reunir un conjunto de herramientas que sirva como guía para las organizaciones y eduque a los usuarios, eso podría ayudar a su implementación”, dijo.

Es probable que muchos empresarios de mascarillas no duren tanto. Max Bock-Aronson, cofundador de Breathe99, empresa que fabrica un respirador elastomérico que la revista Time incluyó en su lista de los mejores inventos de 2020, ha estado cerrando las operaciones de su planta de Minnesota.

Bock-Aronson culpa de la caída de las ventas a la fatiga del Covid y la disminución del interés público en los equipos de protección. Desde su punto de vista, el destino de su compañía estuvo condenado desde el principio por la guía de mascarillas de los CDC que hizo que Amazon, Google y Facebook limitaran o prohibieran la venta de mascarillas de grado médico a los consumidores, incluso como equipos de protección, lo que hizo que las importaciones volvieran a inundar Estados Unidos.

“Toda la industria ha sido destruida”, dijo Bock-Aronson. “Cada vez que hay una nueva variante, tenemos un pequeño aumento en las ventas, pero no he sacado ni un centavo de la compañía desde mayo pasado”.

Por ahora, se concentra en encontrar un comprador para su compañía mientras vende su inventario en línea. Las mascarillas cuestan 59 dólares y tienen fundas lavables que vienen en ocho colores, entre ellos carmesí, lino y azul real.

Su sitio web especifica, en tono de disculpa, que son las últimas ventas.

Por Andrew Jacobs