La ‘ruta de lujo’ hacia EE. UU. para los migrantes africanos

Un grupo de migrantes africanos en el aeropuerto El Dorado en Bogotá, Colombia. (Federico Rios/The New York Times)
Un grupo de migrantes africanos en el aeropuerto El Dorado en Bogotá, Colombia. (Federico Rios/The New York Times)

En cuanto un número récord de personas cruza hacia Estados Unidos, la frontera sur no es el único lugar donde se desarrolla la crisis migratoria.

Cerca de 4800 kilómetros al sur, dentro del principal aeropuerto internacional de Colombia, cientos de migrantes africanos han estado llegando cada día, pagándole a traficantes unos 10.000 dólares por paquetes de vuelos que esperan los ayuden a llegar a Estados Unidos.

El aumento de migrantes africanos en el aeropuerto de Bogotá, que comenzó el año pasado, es un claro ejemplo del impacto de uno de los mayores desplazamientos mundiales de personas en décadas y de cómo está transformando los patrones migratorios.

En un momento en que algunos países africanos enfrentan crisis económicas y agitación política, y Europa está tomando medidas enérgicas contra la migración, muchos más africanos están emprendiendo el trayecto bastante más largo a Estados Unidos.

Los migrantes que se encuentran en Bogotá proceden principalmente de países de África Occidental como Guinea, Mauritania, Senegal y Sierra Leona, aunque algunos vienen de países más al este, como Somalia.

Su destino es Nicaragua, el único país en Centroamérica donde ciudadanos de muchos países africanos —y de Haití, Cuba y Venezuela— puede entrar sin visa. Los especialistas dicen que el presidente del país, Daniel Ortega, flexibilizó los requisitos para una visa en años recientes para obligar a Estados Unidos a levantar las sanciones a su gobierno autoritario.

Migrantes africanos esperando en el aeropuerto internacional El Dorado de Bogotá un vuelo a El Salvador, parte de su viaje hacia Estados Unidos. (Federico Rios/The New York Times)
Migrantes africanos esperando en el aeropuerto internacional El Dorado de Bogotá un vuelo a El Salvador, parte de su viaje hacia Estados Unidos. (Federico Rios/The New York Times)

Para llegar a Nicaragua, los migrantes se embarcan en una jornada con varias paradas, volando hacia conexiones como Estambul, Turquía, luego hacia Colombia, desde donde muchos vuelan hacia El Salvador y luego a Nicaragua. (No hay vuelos directos entre Colombia y Nicaragua). Una vez ahí, se dirigen de nuevo al norte, por tierra, hacia México y la frontera con Estados Unidos.

El viaje, que ha sido bautizado por empleados de las aerolíneas como “la ruta de lujo”, evita el paso por una peligrosa selva que une a Sudamérica con Centroamérica llamada el tapón del Darién.

El año pasado, 60.000 africanos entraron en México de camino a Estados Unidos, frente a los menos de 7000 del año anterior, según informaron las autoridades mexicanas. (Los cruces totales por la frontera sur estadounidense disminuyeron a principios de este año, pero flujos como esos no son inusuales y pueden verse afectados por la temporada y otros factores).

Entre quienes desembarcaron recientemente en el aeropuerto internacional El Dorado de Bogotá en un vuelo procedente de Estambul se encontraba Djelikha Camara, de 24 años, quien había estudiado ingeniería en Guinea, pero se marchó después de que un golpe militar en 2021 sumiera al país en una crisis.

Había visto el viaje transatlántico anunciado en las redes sociales, dijo, y pensó: “Quiero intentarlo”.

Un vuelo diario de Estambul a Bogotá, en Turkish Airlines, se ha convertido en la ruta más popular para los migrantes africanos que intentan llegar a Nicaragua, según las autoridades. Pero otras rutas transatlánticas —desde España y Marruecos, con escalas en Colombia o Brasil— también han crecido. Las autoridades afirman que agentes de viajes africanos compran boletos al por mayor y los revenden para obtener beneficios.

Se anuncian en internet, incluso en grupos de WhatsApp como uno en Guinea con miles de miembros llamado “Salgamos del país”.

El director de Migración Colombia, Carlos Fernando García, dijo que un gran número de africanos empezaron a aparecer en el aeropuerto de Bogotá la primavera pasada después de que el gobierno suspendiera la exigencia de visa de tránsito a los ciudadanos de varios países africanos para estimular el turismo.

En 2023, más de 56.000 personas procedentes de África transitaron por Colombia, según los datos de migración. Las autoridades no facilitaron datos de años anteriores, pero los grupos de migrantes afirman que la cifra del año pasado representa un enorme aumento y está impulsada principalmente por los migrantes.

Aunque volar es menos peligroso que atravesar una selva brutal, los migrantes en el aeropuerto de Bogotá también han enfrentado experiencias duras.

Algunos han tenido que esperar a vuelos de conexión programados días después de su llegada. Otros se han quedado varados tras descubrir que El Salvador, el siguiente país de su itinerario, cobra a las personas procedentes de África una tarifa de tránsito de 1130 dólares.

En el aeropuerto no hay camas ni duchas para los migrantes. La única comida y agua se vende en cafeterías caras.

Ha habido brotes de gripe. Una mujer entró en trabajo de parto. En diciembre, dos niños africanos fueron encontrados en un baño tras ser abandonados por viajeros que no eran sus padres.

García dijo que las compañías aéreas eran responsables de los pasajeros en el aeropuerto entre vuelos, no el gobierno. Dijo que eran las compañías privadas las que no están cumpliendo con su deber. “Por el afán de enriquecimiento”, afirmó, “están dejando a los pasajeros tirados en los aeropuertos”.

Turkish Airlines no respondió a una solicitud de comentarios.

Avianca, aerolínea colombiana que opera varias rutas utilizadas por migrantes africanos que se dirigen a Nicaragua, dijo que estaba obligada a transportar a los pasajeros que cumplieran los requisitos de viaje.

En el aeropuerto de Bogotá, los migrantes son mantenidos en gran medida fuera de la vista de los demás pasajeros.

Mouhamed Diallo, de 40 años, periodista que impartía cursos universitarios en Conakry, la capital de Guinea, dijo que había pasado dos días en la zona de llegadas, antes de que le permitieran entrar en la sección de salidas el día de su siguiente vuelo, con destino a San Salvador, El Salvador.

“Encontré a alguien que se fue ayer”, dijo. “Había estado allí 12 días”.

Muchos africanos que emplean esta ruta son profesionales con estudios como Diallo, con hermanos en Estados Unidos y Europa que les ayudan a pagar los vuelos.

Diallo dijo que dejó Guinea porque se sentía inseguro tras el golpe militar. Es fulani, el grupo étnico mayoritario del país, y apoyaba a un líder de la oposición que se había exiliado.

“Si tu líder sale, tú sales”, dijo. “Si no lo haces, acabas en prisión”.

Algunos migrantes se han encontrado atrapados en el aeropuerto.

Kanja Jabbie, un policía retirado de Sierra Leona, dijo que pagó 10.000 dólares para viajar a Nicaragua. Pero no se enteró de la tarifa de tránsito que exige El Salvador hasta que llegó a Colombia.

No tenía dinero en efectivo ni forma de conseguirlo. En la terminal no hay ningún lugar donde recibir remesas, ni siquiera un cajero automático.

“Estoy atascado”, dijo Jabbie, de 46 años, quien pasó tres días deambulando por la terminal, sobreviviendo a base de té.

El pago, que El Salvador impuso el pasado otoño, al que ha llamado “tarifa de mejoras aeroportuarias”, ha sido una de las principales causas del atasco de pasajeros en el aeropuerto de Bogotá, según los responsables de las compañías aéreas. Nicaragua también cobra una tarifa, menor, a las personas procedentes de África. Ninguno de los dos gobiernos respondió a una solicitud de comentarios.

La zona alrededor de la puerta A9, desde donde salen vuelos diarios a San Salvador, está llena de migrantes.

La gente duerme en un rincón, o se arrodilla en oración musulmana, usando mantas de avión. La ropa sucia cuelga de las maletas.

Una mujer embarazada de Guinea se sentó en la puerta de embarque una tarde de enero. Cuando se le preguntó por qué se había marchado, mostró una foto en la que se veía su cara, muy golpeada. Se arremangó para mostrar una cicatriz.

“Estoy aquí para salvar mi vida, la mía y la de mi bebé. Me estoy escondiendo de mi esposo”, dijo la mujer, quien pidió que solo se la identificara por su primera inicial, T, por su seguridad. “Espero poder llegar a Estados Unidos”.

Había llegado a Bogotá cuatro días antes. Su vuelo de Avianca a El Salvador salía ese mismo día, pero la sacaron.

“No sé por qué”, dijo.

Empleados del aeropuerto y de la aerolínea que dijeron no estar autorizados a hablar públicamente dijeron que los pasajeros a veces se quejaban de los migrantes que llevaban días sin poder bañarse.

En respuesta, los asistentes de cabina de Avianca repetirán el logo de la compañía: “El cielo es de todos”.

Los inmigrantes a menudo se enferman tras permanecer en espacios reducidos, dijeron trabajadores de las aerolíneas, y algunos parecen frágiles. La primavera pasada, en un vuelo de Madrid a Bogotá, un hombre de Mauritania murió de un ataque al corazón.

Desde diciembre, cuando los dos niños migrantes fueron abandonados en el aeropuerto, las autoridades colombianas han adoptado una postura más severa.

Las aerolíneas están obligadas a verificar que los niños viajan con adultos que son sus padres, y las autoridades colombianas las están presionando para que solo permitan subir a bordo a personas que tengan un vuelo de conexión en un plazo de 24 horas.

Los funcionarios de migración también han empezado a detener a los migrantes cuyos boletos han caducado, que permanecen en el aeropuerto más de un día o que proceden de un puñado de países africanos a los que Colombia sigue exigiendo una visa de tránsito. Los embarcan en vuelos de regreso a Estambul.

Jabbie, el policía de Sierra Leona, estaba entre ellos.

Al menos un episodio se volvió violento. Este mes, tres mujeres de Camerún se resistieron y fueron arrastradas gritando por el aeropuerto por agentes de migración y de la policía y fueron alcanzadas repetidamente con una pistola eléctrica, según dijeron.

“Cuando nos derrumbamos, nos metieron en el avión”, dijo Agnes Foncha Malung, de 29 años.

Malung, quien se gana la vida trenzando el cabello, decidió abandonar su país con dos amigas, según explicó, después de que las casas de algunos familiares fueran quemadas en medio de enfrentamientos entre facciones anglófonas y francófonas en Camerún.

Las mujeres fueron retenidas en el aeropuerto de Bogotá durante varios días debido a lo que las autoridades de migración les dijeron que eran problemas de visa antes de ser deportadas.

Malung, hablando por teléfono desde Camerún, dijo que las tres estaban compartiendo una habitación alquilada hasta decidir su próximo paso.

Dijo que había pagado 11.500 dólares por el viaje. “Me costó mucho”, dijo.

Las autoridades de migración no respondieron a las reiteradas peticiones de comentarios sobre el incidente.

Sin embargo, muchos inmigrantes africanos han conseguido llegar a Estados Unidos. El periodista Diallo llegó al aeropuerto neoyorquino de LaGuardia —su noveno aeropuerto en 17 días— en un día frío de enero.

Había viajado a través de Centroamérica y México en vehículos de contrabandistas, dijo, y se sentó tiritando toda la noche en Arizona antes de que lo recogiera la Patrulla Fronteriza estadounidense y solicitara asilo.

Tras ser puesto en libertad con una cita en el tribunal de migración, viajó al Bronx para reunirse con su hermano. Ha estado alojado en su estrecho apartamento, dijo, y ayudando en su tienda.

A la pregunta de si enviaría a su esposa y a sus hijos por el mismo camino, Diallo respondió: “No, nunca”.

“Nunca en mi vida”, añadió. “Tengo traumas”.

Genevieve Glatsky y Federico Rios colaboraron con reportería desde Bogotá, Colombia; Ruth Maclean desde Dakar, Senegal; Mady Camara desde Conakri, Guinea, y Safak Timur desde Estambul. Simón Posada colaboró con investigación desde Bogotá.


Annie Correal
reporta desde Estados Unidos y América Latina para el Times. Más de Annie Correal

Genevieve Glatsky y Federico Rios colaboraron con reportería desde Bogotá, Colombia; Ruth Maclean desde Dakar, Senegal; Mady Camara desde Conakri, Guinea, y Safak Timur desde Estambul. Simón Posada colaboró con investigación desde Bogotá.

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