Rocío Monasterio nos habla de indianos, de raíces cubanas y de sus grandes pasiones
Los indianos y la pujanza económica que representaron para los territorios españoles de ultramar y, luego, tras los viajes de vuelta, para la propia España, ha sido siempre tema de mucho interés en América, el norte de la Península y los archipiélagos canario y balear. Hija de un cubano cuyo padre nació en Oviedo (Asturias) e hizo fortuna en Cienfuegos (Cuba), la arquitecta y ex diputada española y cubana Rocío Monasterio (Madrid, 1974) ha sido siempre una apasionada de estos temas y suele evocarlos cuando algunos periodistas, sin ahondar mucho, han indagado sobre sus orígenes cubanos.
Tuve la oportunidad de encontrarme con ella en casa de una amiga común e, inmediatamente, me di cuenta de que para esta arquitecta y ex presidenta del partido VOX en Madrid, el tema de sus orígenes cubanos no ha sido un simple accidente en su vida. Y tanto es así que, por voluntad propia, su padre Antonio Monasterio Díaz de Tuesta, nacido en Cienfuegos en 1929 y fallecido durante su exilio madrileño, hizo que sus hijos conservaran la ciudadanía cubana.
¿Qué puede contarnos de sus orígenes familiares y por qué ha sido Cuba tan importante en su vida?
Mis abuelos paternos Enrique Monasterio Alonso, asturiano, y mi abuela Marina Díaz de Tuesta, vasca, se casaron en Cuba. Allí tenían negocios en el azúcar y de esa manera ambas familias fundieron sus intereses. Los Díaz de Tuesta ya tenían arraigo en Cienfuegos, ciudad a donde habían llegado desde la primera mitad del siglo XIX. Mis abuelos se divorciaron en la isla una época en que ni siquiera en España existía esta posibilidad, algo que habla de la enorme modernidad de Cuba. A mi padre lo mandan a estudiar en colegios jesuitas de España y, once años después, está de vuelta a la isla. Allí él y sus hermanos fundan un consorcio familiar, Compañía Azucarera Atlántica del Golfo, y se asocian con los cántabros Falla Gutiérrez, una de las familias más prósperas en la isla, con quienes administran el central azucarero Manolita, cerca de Cienfuegos.
Ya en la década de 1950 la familia vivía entre La Habana y sus propiedades en la zona central del país. Mi padre y su hermano Pedro habían fundado la Inmobiliaria Monasterio y construían torres modernas en el Vedado. Como soy arquitecta siempre me ha interesado este tema. En ese momento utilizaban las técnicas más modernas del hormigón armado, toda una innovación para la época.
Su familia parte al exilio al principio de la era castrista. ¿Le hablaban de niña de lo que vivieron entonces?
El hogar de mis padres en Madrid era un centro de ayuda a los cubanos que llegaban al exilio. Una parte de la familia se va a Miami, ciudad en la que viví y trabajé en Bermello Ajamil and Partners a fines de la década de 1990 y en donde pude aprender mucho de las vivencias del exilio. A mi padre no le hizo falta mucho tiempo para darse cuenta de que lo que se cernía sobre Cuba era una feroz dictadura comunista. Intentó organizar grupos para combatir la nueva dictadura, pero la red fue descubierta y gracias al bodeguero donde compraba supo que iban a arrestarlo y a encarcelarlo. Ya sabía que la invasión que se fraguaba desde el exterior iba a fracasar porque de esto estaba al corriente todo el mundo. En 1961 logró escapar rumbo a España, mientras que dos de sus hermanos salieron a Miami.
Con el espíritu de los indianos y, en particular de los Monasterio, quienes habían ayudado mucho económicamente a la región de Asturias aportando fondos para construir la carretera que la desenclavara y comunicara a la vez con León, mi padre supo sacar a flote su hogar. Fue en la década de 1970 cuando introdujo, por primera vez en España, la franquicia de una cadena de comida rápida: Kentucky Fried Chicken. Era algo tan novedoso que los clientes entraban y se sentaban creyendo que iban a tomarles el pedido. A mi padre le asustaba aquello, pero al final el concepto pegó y creció. Claro, él nunca olvidó a los suyos porque tenía en nómina a muchos exiliados recién llegados solo para ayudarlos, no porque en realidad trabajaran para él.
Desde diferentes tribunas en las que has desarrollado parte de tu carrera política has denunciado siempre los desmanes del castrismo y el comunismo. ¿Por qué lo has hecho si nunca lo has vivido?
Tengo la política tatuada en mi piel. Aunque estudié Arquitectura en la Escuela Superior Técnica de Arquitectura de Madrid (ETSAM), creé en 1998 el Foro Generación del 78, una plataforma de debates políticos sobre la democracia, la cultura, la historia y el rumbo que tomaba España. Por cierto, allí invité a personas que ahora son clave en el panorama político peninsular como Alberto Núñez Feijóo, quien era entonces director de Correos.
Creo que todo esto se lo debo también a mi padre quien me repetía que las personas tendían a creer que la libertad se heredaba pero que, en realidad, había que defenderla en todas partes porque de lo contrario la perdíamos. La política me ha dado más pérdidas que beneficios, contrariamente a mi trabajo en el ámbito de la arquitectura. Pero nunca he hecho, contrario a muchos, una profesión de la política. He sido una persona completamente libre, y no dependo de ésta para vivir. Tal vez por eso he dicho siempre lo que pienso, sin temor a perder el empleo o a que me echen. Y entiendo que éste es un lujo que pocos pueden permitirse, y por el que también se paga un precio.
¿Has ido alguna vez a Cuba?
Nunca. La dictadura no me lo permitiría tampoco. No creo que deba ir a un sitio donde no puedo comunicar libremente con sus ciudadanos. De cualquier manera, Cuba y su exilio están muy vinculados con mi historia y mi propia vida. Ese amor por la isla trato de inculcarlo a mis hijos. Ya iremos todos algún día. Por ahora, vivo en el madrileño Paseo de La Habana. ¿Te parece poco?
William Navarrete es escritor residente en París.