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Robo de celulares, la escoria que los mexicanos padecen todos los días

Pareja tomándose una foto en Ciudad de México. (Medios y Media/Getty Images)
Pareja tomándose una foto en Ciudad de México. (Medios y Media/Getty Images)

El robo de celulares le puede pasar a cualquier en este país. Tenoch Huerta es el ejemplo más cercano de que robar un móvil es el delito más democrático: nadie está a salvo en ninguna zona, por más exclusiva que esta pueda ser (a él lo robaron en La Condesa). No existe objeto que haga brillar más los ojos del asaltante promedio: en 150 centímetros cuadrados (más o menos) se sintetiza el deseo humano de tener éxito en todas sus formas. Un celular es estatus, dinero, estimulante de envidias y aspiración.

Por eso abundan los puestos de celulares robados en tianguis y plazas: porque siempre será mejor pagar barato por algo que, de otro modo, sería inaccesible. Nadie sabe qué hay detrás de ese ultralujoso equipo en remate, pero cómo desperdiciar la oportunidad. Si el karma existe, ni modo, pero hay ofertas que no se ven dos veces. O sí, porque el negocio de los celulares robados regala promociones todo el tiempo y goza de una variedad equiparable a la de cualquier tienda física o virtual. Lo más divertido: todos saben que son robados, pero siguen existiendo por dos motivos: alguien los compra y otros se hacen de la vista gorda.

El año pasado hubo 8.2 millones de robos o asaltos, según el INEGI. En la mitad de ellos fue sustraído un celular. Salir de casa con celular y volver sin él es más normal de lo que creemos. Te lo pueden quitar violentamente, en el peor de los casos, o sigilosamente. Y quizá nada sea peor que perderlo de ese modo: uno mismo se siente culpable por no haber tenido la suficiente atención para notar que alguien metió la mano en nuestro bolsillo o mochila. 

En el Metro de la Ciudad de México, las advertencias de los policías son claras: pongan sus cosas al frente y cuiden sus bolsas. En la calle, siempre debes tener cuidado cuando lo sacas. No importa si sólo estás viendo un mensaje o tomándote una foto rodeado de decenas de personas: te lo puede arrebatar alguien que, casualmente, empezará a correr como si fuera Usain Bolt.

A estas alturas, portar un celular, sirva o no, sea nuevo o viejo, es una especie de seguro de vida: si lo traes contigo, tienes algo que ofrecer ante un eventual asalto (lo cual es altamente probable). Pero hay condicionantes. Ya se sabe que los asaltantes de estos tiempos no aceptan un 'no' como respuesta. En principio, puede ser que no te crean que no traigas nada. En su mente, negarte a darles algo equivale a que les estés escondiendo el celular. Y ciertamente eso de esconderlo puede pasar (no se recomienda hacerlo), pero qué decir cuando en verdad no traes nada. Vamos, incluso cabe la posibilidad de que esta misma semana te hayan asaltado ya.

El miedo es traicionero y los asaltantes son muy astutos. Tienen un extraño instinto que les alerta cuando les quieres dar el celular de repuesto que cargabas, justamente, en caso de un robo. Es absurdo pensar en la opción de razonar con los ladrones. Abunda el chiste de "déjame sacarle el chip", pero siendo honestos nadie repara realmente en eso cuando la vida está en juego por un teléfono: simplemente lo das y ya, porque además, quién sabe, hasta querer retener tu número telefónico puede ser interpretado como una afrenta imperdonable. Y siempre es mejor no jugar con fuego. Todo se complica mucho más cuando tu celular en realidad sí es viejo y está golpeado, porque así el verdugo puede creer que lo quieres timar. Vaya dilema.

Hasta comprar un celular nuevo implica un impuesto a pagar. Todos hemos sentido felicidad por tener el móvil de nuestros años: semanas enteras de irlo a ver al aparador y sacar la calculadora para ver cuánto falta. Y llega el día: estreno y felicidad. Luego, sin embargo, nos enfrentamos al momento de la verdad: salir a la calle con él por primera vez. Quién no lo ha pensado: ¿y si me lo roban justo hoy que lo estoy estrenando? Habrá a quien le haya pasado. Condolencias para ellos, porque ese dolor deber ser traumático. Nos hemos habituados a ese medio, a esa sensación de que nuestro celular no volverá con nosotros a casa al final del ´día.

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