Rihanna: Desde que se fue

Rihanna en la gala de beneficencia del Instituto del Vestido del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, el 13 de septiembre de 2021. (Calla Kessler/The New York Times)
Rihanna en la gala de beneficencia del Instituto del Vestido del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, el 13 de septiembre de 2021. (Calla Kessler/The New York Times)

Incluso en su ausencia, Rihanna sabe cómo seguir atrayendo la atención.

Pensemos en la Gala del Museo Metropolitano en mayo pasado: la superestrella y magnate barbadense no asistió, por una razón bastante comprensible (dio a luz a su bebé once días después). Pero siguió siendo el tema de conversación más candente cuando Vogue publicó una representación digital de una estatua de mármol de Rihanna entre los demás dioses y diosas de la galería grecorromana del Museo Metropolitano.

Eso es lo que ocurrió cuando Rihanna estuvo ausente de la Gala del Met un solo año: se comisionó la elaboración de un monumento dedicado a extrañarla. Multipliquen por siete la intensidad de esa añoranza para imaginar el tipo de síndrome de abstinencia que aqueja a la industria musical desde hace casi una década.

En enero de 2016, cuando Rihanna lanzó su último disco, el ecléctico e íntimo “Anti”, Barack Obama era presidente, Prince seguía vivo y TikTok todavía no existía. Rihanna, una de las creadoras de éxitos más reconocidas del pop, se ha mantenido ocupada desde entonces con tres exitosas empresas de belleza y moda y se ha convertido, según Forbes, en la mujer más joven en convertirse en multimillonaria por sus propios méritos. Ha colaborado en canciones de otros artistas una que otra vez y grabó dos temas para la banda sonora de “Pantera Negra: Wakanda por siempre”. Pero la fecha de lanzamiento de su próximo álbum se ha retrasado a perpetuidad.

Una cosa sí se sabe sobre el futuro musical de Rihanna: el intervalo de casi cuatro años desde la última vez que apareció en un escenario acabará el domingo cuando regrese al mayor escenario de la música, ya que encabezará el espectáculo de medio tiempo del Super Tazón en el State Farm Stadium de Glendale, Arizona. Su empresa Savage X Fenty sacó a la venta camisetas de edición especial en las que se puede leer: “El concierto de Rihanna interrumpido por un partido de fútbol americano, raro, pero da igual”, que ya se agotaron.

Rihanna, a la que se le dan bien las redes sociales, ha sabido cómo darle rienda suelta a la angustiosa espera de sus fans. Hasta el anuncio oficial de su actuación en el Super Tazón se basó en la expectación, con un coro de voces que clamaban por música nueva de Rihanna. Anhelar “R9” (como se titula su próximo álbum) ha pasado poco a poco de ser un deseo sincero a un chiste de internet y a una condición existencial crónica: el “Esperando a Godot” de la música pop. Es el “Detox”o ”Chinese Democracy” de esta generación. Los miembros de su formidable base de seguidores, la Rihanna Navy, han convertido la frase “¿Dónde está el álbum?” en un meme, en el que la propia Rihanna ha participado con un guiño ocasional.

Pero la cuestión de fondo es más seria: dada la duración de la pausa de Rihanna, las apuestas por su regreso no dejan de crecer. Para una estrella que ha tenido catorce canciones en el número uno de la lista Hot 100 de Billboard (y 63 canciones en la lista hasta la fecha), un regreso mediocre podría equivaler a un fracaso.

Durante el tiempo que ha estado alejada de la música, Rihanna se ha dedicado a mantener encendida la llama sin revelar gran cosa. Su mística ha crecido en su ausencia, permitiendo a la gente proyectar en ella ideas en apariencia contradictorias. Es todo para todos, la excepción a todas las reglas.

Tal vez por eso se le tuvo tanta indulgencia cuando ejecutó uno de los cambios de opinión más bruscos que se recuerdan.

En 2018, Jay-Z, fundador de la empresa de representación y sello discográfico de Rihanna, Roc Nation, lanzó una canción que contenía la letra: “Dije no al Super Tazón/Tú me necesitas, yo no te necesito”. Un año después, cuando la NFL seguía envuelta en la polémica por su respuesta al activismo de Colin Kaepernick, Rihanna declaró de manera tajante en una entrevista para Vogue que ella también había rechazado una oferta para actuar en el espectáculo de medio tiempo.

“No podía atreverme a hacerlo”, dijo. “No podía ser una vendida. No podía consentirlo. Hay cosas dentro de esa organización con las que no estoy de acuerdo en absoluto y no iba a ir y estar a su servicio de ninguna manera”.

En 2020, Roc Nation firmó un acuerdo de colaboración con la liga, que le otorgaba influencia sobre el famoso espectáculo del intermedio. La reacción a esta alianza ha sido diversa desde el principio, pero las contrataciones de talentos se han vuelto más diversas y favorables al hiphop. Rihanna no ha hablado en específico de su cambio de opinión, pero cuando The Associated Press le preguntó por qué ahora era “el momento adecuado” para presentarse, pareció reacia a crear polémica. “Es una de esas cosas que, si voy a dejar a mi bebé, voy a dejar a mi bebé por algo especial”, respondió con diplomacia. “Quería hacerlo. Para mí era ahora o nunca”.

RIHANNA HA SIDO la imagen del pop cuya pausa se ha prolongado durante tanto tiempo que es fácil olvidar que solía ser un emblema de lo opuesto: la rutina de la productividad incesante. En los ocho años de 2005 a 2012, lanzó nada menos que siete álbumes. Todos ellos alcanzaron al menos el disco de platino. Cuando su atrevido “S&M” encabezó la lista Billboard Hot 100 en abril de 2011, batió el récord de la solista que acumuló más rápido 10 sencillos en el primer lugar. Solo The Beatles lo hicieron más rápido. Solo The Beatles lo consiguieron antes que ella.

El talento de Rihanna siempre ha sido versátil y su éxito inicial demostró lo ágil que era para subirse a las olas de las tendencias sonoras del pop. Su voz interpretaba todo lo que cantaba en letras llamativas, lo que sonaba muy bien en el cristal comprimido de la producción de música electrónica de finales de los ochenta. Encajaba instintivamente en los temas de hiphop, cantando los coros de los grandes éxitos de T. I. y Eminem y, más tarde, demostrando que tenía una sensual química musical con Drake.

Tras ser agredida por su entonces novio Chris Brown en febrero de 2009, la música de Rihanna se volvió más oscura y conflictiva. “Rated R”, que salió a la venta en noviembre, utilizaba acordes menores, estética rock e imágenes a veces perturbadoras (“Russian Roulette”, “Fire Bomb”) para retratar sin miramientos una relación abusiva. En ese lanzamiento y en su impetuoso séptimo álbum, “Unapologetic” (uno de sus mejores discos y uno de los más experimentales estilísticamente) Rihanna dio voz a una experiencia que la mayoría de la música pop de entonces consideraba demasiado complicada e incómoda de abordar: el reto y la ilusión que pueden hacer difícil alejarse de una pareja tóxica.

Durante estos años difíciles, la voz de Rihanna se fue convirtiendo en un instrumento de profundo patetismo a medida que aprendía poco a poco a aprovechar sus limitaciones para transmitir emoción, resiliencia y valentía. Hay un anhelo palpable en su interpretación de la balada de 2012 “Diamonds”, como si intentara alcanzar algo que está fuera de su alcance y, milagrosamente, lo consiguiera al fin.

Cuando “Anti” salió a la venta en enero de 2016, dio un giro estilístico a la izquierda que dejó perplejo a más de uno (¿una versión de Tame Impala al pie de la letra?) y generó muchos titulares sobre lo mal que Tidal había hecho su lanzamiento (¿recuerdan cuando los servicios de reproducción tenían ventanas de exclusividad?).

Siete años después, todo eso quedó atrás y su reputación se ha consolidado como un clásico del pop moderno, muy influyente por ayudar a las grandes estrellas a hacer discos más rejalados, extraños y divertidos, no tan adaptados para ser escuchados en la radio. SZA, quien aparece en el tema que sienta el ánimo de “Anti”, ha seguido sus pasos con “CTRL” y su actual éxito “SOS”.

Pero lo más emocionante de ”Anti” era la voz de Rihanna, que tenía un nuevo tono ronco e inspirado en el blues; canciones como “Love on the Brain”, con tintes doo-wop, o el graznido libidinal de “Higher” se deleitaban con su fibra áspera. Había superado el drama y había vuelto a centrarse en la música. Y entonces, se detuvo.

En su estado hipotético actual, R9 es perfecto. Podría ser (como ella insinuó hace unos años) un álbum de reggae en expansión y que no hace concesiones. Quizá es un regreso a la época de Rihanna de los éxitos pop diseñados aerodinámicamente. Tal vez haya muchos artistas invitados o no haya ninguno. Es todo para todos, porque todavía no es nada.

Su actuación en el Super Tazón está igualmente cargada de una sensación de posibilidades deslumbrantes. ¿Será el regreso en directo de Rihanna a una tentadora introducción a su nueva era o un nostálgico repaso a sus éxitos históricos que deje a la gente con ganas de más? Todo lo que nos queda por hacer es justo lo que hemos estado haciendo todo este tiempo: esperar (un poco más) a Rihanna.

c.2023 The New York Times Company