Revuelta en Sri Lanka: un colapso económico provocado por excesos, gastos descontrolados y desmanejos

La policía se enfrentó a manifestantes en Colombo (Photo by AFP)
La policía se enfrentó a manifestantes en Colombo (Photo by AFP) - Créditos: @afp

COLOMBO.- En el aeropuerto internacional de Hambantota, construido hace una década en nombre de la familia gobernante de Sri Lanka, los Rajapaksa, no hay un solo pasajero, y los empleados matan el tiempo en el café. En el estadio de cricket, también construido por orden de los Rajapaksa, apenas se han jugado unos pocos partidos internacionales, y está ubicado en un lugar tan remoto que los equipos visitantes temen el riesgo de un ataque de animales salvajes.

Y después está el puerto, uno de los mayores monumentos a los Rajapaksa, un elefante blanco al que llegaban tantos elefantes reales como barcos de carga, hasta que Sri Lanka se vio obligado a entregárselo a China, ante el peso de una deuda impagable.

Mientras Sri Lanka sufre la peor crisis económica de su historia y la gente hace fila durante horas para abastecerse de combustible y alimentos básicos, el gasto descontrolado que llevó al país a la quiebra es más visible que en ningún otro sitio en Hambantota, el distrito hogar de la familia Rajapaksa, en el extremo sur del país.

Protestas frente al palacio presidencial en Colombo. (Photo by AFP)
Protestas frente al palacio presidencial en Colombo. (Photo by AFP) - Créditos: @-

El descomunal desperdicio de dinero –más de 1000 millones de dólares en el puerto, 250 millones en el aeropuerto, casi 200 millones en puentes y rutas que no se usan y varios millones más en el estadio de cricket– convirtió Hambantota en un trono a la vanidad de una dinastía política que manejó y maneja el país como una empresa familiar.

El frenesí de la construcción con dinero prestado y con pocas esperanzas de recuperar la inversión fue básicamente la retribución por la triunfal declaración de victoria de esa familia en 2009, después de tres décadas de guerra civil con los Tigres de Liberación del Tamil, una agrupación insurgente que luchaba contra la discriminación de la minoría étnica de los tamiles.

Y cuando Mahinda Rajapaksa llegó a la presidencia y alcanzó el punto culminante de su poder, empezó a hacer lo mismo que la mayoría de los caudillos nacionalistas: erigir tributos a sí mismo.

Los economistas dicen que Sri Lanka está “en pausa”. Desde hace dos semanas, solo los vehículos que cumplen funciones esenciales están autorizados a cargar combustible, lo que implica una virtual parálisis de este país de 22 millones de habitantes, que ayer estalló en furia contra el gobierno con masivas manifestaciones que provocaron su caída.

El expresidente de Sri Lanka Mahinda Rajapaksa, a la izquierda, saluda a su hermano menor, el presidente Gotabaya Rajapaksa, tras jurar su cargo como primer ministro en el templo real budista de Kelaniya en Colombo, Sri Lanka, el 9 de agosto de 2020.
El expresidente de Sri Lanka Mahinda Rajapaksa, a la izquierda, saluda a su hermano menor, el presidente Gotabaya Rajapaksa, tras jurar su cargo como primer ministro en el templo real budista de Kelaniya en Colombo, Sri Lanka, el 9 de agosto de 2020. - Créditos: @AP news

El mes pasado, el gobierno había ordenado a los empleados públicos trabajar desde sus casas durante dos semanas, para reducir el tránsito y la carga del transporte público, pero los trabajadores esenciales quedaron exceptuados. Y el astronómico precio del combustible también provocó escasez de alimentos y desabastecimiento. Muchas familias recortaron sus comidas y, según Naciones Unidas, casi 5 millones de esrilanqueses necesitan urgentemente alimentos.

La nación insular no logra frenar la profundización de la crisis y en las calles la gente advierte que los efectos se sienten en todos los aspectos de la vida. Hay gente que hace fila durante varios días para conseguir combustible o termina caminando kilómetros para ir hasta donde necesita.

“No tenemos alternativa, así que tengo que caminar entre 4 y 6 kilómetros por día”, dice W. A. Wijewardena, economista y exsubdirector del Banco Central de Sri Lanka. “Ahora todo está en pausa, y nadie sabe lo que va a pasar”, añade.

A pesar de años de advertencias sobre los desmanejos de la familia Rajapaksa al frente del gobierno, el acelerado colapso económico de los últimos dos meses sumió al país en la desesperación, y muchos dicen que la crisis es peor y más generalizada que durante las tres décadas de guerra civil.

Sri Lanka se siguió endeudando más allá de sus posibilidades para satisfacer las necesidades de su elefantiásico gobierno, su desmesurado ejército y las excentricidades de una élite gobernante que en la posguerra civil encaró inmensos proyectos de infraestructura de muy dudosa racionalidad económica. Cuando las restricciones por la pandemia cortaron el chorro de dólares del turismo y la deuda alcanzó niveles insostenibles, la dirigencia del país mostró poca urgencia en buscar soluciones o pedir ayuda.

Wijewardena dice que los dirigentes deben buscar soluciones en el interior de Sri Lanka. “Ante la amenaza de falta de alimentos, tenemos que empezar a cultivarlos en la mayor cantidad posible en nuestro propio país”, propone el economista y exfuncionario.

Mujib Mashal, Atul Loke y Skandha Gunasekara

Traducción de Jaime Arrambide