Reutemann. Su último triunfo, que nunca festejó por la muerte de un mecánico: “No hay día que no me encuentre con la imagen de ese muchacho caído”

"Sostuvo el trofeo como un castigo", escribió Alfredo Parga: Carlos Reutemann en el podio más triste de su vida, junto con Nigel Mansell y Jacques Laffitte
Williams

La siguiente es una nota de Alfredo Parga, uno de los mejores periodistas especializados en automovilismo que tuvo la Argentina, y que trabajó en LA NACION entre 1964 y 2004, año de su fallecimiento. Parga, o Don Alfredo, guardó una estrecha relación con Lole Reutemann. Se cumplían 20 años del último triunfo de un piloto argentino en la Fórmula 1, el del santafecino, en el Gran Premio de Bélgica, en el circuito de Zolder, en 1981. Una carrera, un triunfo que Reutemann no festejó. Vayamos a ese recuerdo imborrable, bajo la pluma exquisita de Parga...

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Primero me suelta eso tan suyo de “...pero Alfredo... ¿A quién le puede importar hoy lo mío en la F.1...? Eso fue. Ya pasó. Ya está...” Y parece que suma su desconcierto a mi solicitud, porque yo renuevo mi memoria y convoco a la suya, queriendo saber más de sus carreras. De sus actitudes. Hasta de su pasado.

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Carlos Alberto Reutemann sabe que lo escucho muy atentamente para comprenderlo mejor. Y es como que entonces, resignado, apacigua la velocidad de su palabra y la deja caer con el mayor cuidado. Tratando de darle al momento la más rotunda exactitud. Aunque a veces le duela recordar...

“Giovanni Amedeo, el mecánico de Osella, golpeó contra el costado de mi máquina. Se metió entre las dos ruedas del lado derecho. Apenas si tenía tiempo de sentir que algo pegaba contra el auto. Me di cuenta cuando miré por el espejo. Vi un cuerpo tendido en el piso. Encogido. Como el Williams no llevaba velocidad, todavía, lo detuve más adelante, pero alcancé a ver la cabeza ensangrentada. Usted no necesita que nadie le explique nada. La rigidez del cuerpo de un hombre caído le dice que todo se terminó. ¡Ha pasado tiempo! Sin embargo, no hay día que no me encuentre con la imagen de aquel muchacho caído. No hay día.”

Reutemann, en el podio de Zolder, no festejó por los accidentes con los mecánicos; el argentino logró con el Williams FW07C la pole position, el récord de vuelta y el éxito
Gráfico


Reutemann, en el podio de Zolder, no festejó por los accidentes con los mecánicos; el argentino logró con el Williams FW07C la pole position, el récord de vuelta y el éxito (Gráfico/)

Reutemann, ex piloto de F.1 como se preocupaba de puntualizar entonces, era nuevamente un trabajador rural más de su provincia -Santa Fe- cuando renovaba su paciencia para explicarme cosas viejas que yo conocía.

Sabía que yo sabía. Pero yo quería más. El no miraba el reloj cuando se sentaba a conversar de "su tiempo" como piloto. O de su "otro tiempo" de cuidadoso espectador de carreras que se volvían inolvidables, como los GP de Turismo de los 70.

Alfredo Parga, en una entrevista con Carlos Reutemann en febrero de 1978
Archivo


Alfredo Parga, en una entrevista con Carlos Reutemann en febrero de 1978 (Archivo/)

Cuando mucho, si todavía le dolía el golpe como aquel de la nafta cuando en el Autódromo Municipal, en 1973, había conmovido a sus colegas sacándoles un segundo en las pruebas o el otro del 17 de octubre de 1981, en Las Vegas, mortificante de obsesivo, me sacudía un contundente "dentro de diez años hablamos de eso". Sabía que yo volvería a la carga no bien se cumplieran esos diez años...

Aquel 1981 lo hice con Reutemann -él corriendo, yo anotando- un montón de veces. Un repaso hecho largo y fino como la sombra del Quijote, que abarcaba todos los colores que puede reunir la trayectoria de un hombre que entonces trajinaba la vida a cientos de kilómetros por hora. El fastidio por la carrera que le negaban en Sudáfrica. La trampa de Jarama, cuando los intereses de los constructores erizaban con piedras del absurdo el reclamo de los pilotos, que pasaban a ser los repuestos más baratos. La supuesta desobediencia del Jacarepaguá que no era tal porque por centésima vez yo consignaría que Frank Williams no le había señalado en ningún momento la diferencia que le había sacado al oso de Alan Jones...

Lole sobre el Williams, una combinación que dio grandes resultados y la mayor frustración
Lole sobre el Williams, una combinación que dio grandes resultados y la mayor frustración


Lole sobre el Williams, una combinación que dio grandes resultados y la mayor frustración

“¿Se acuerda? Nunca me cantaron la diferencia. Si lo hubiera necesitado, yo podía apretar y sacarle 10, 15, 20 segundos. Tengo la prueba por duplicado. Yo hice mi récord de vuelta en la penúltima de la carrera de Río”. Su cabeza le dicta las cifras y puntualiza sin énfasis: “1m54s78/100. Cuando más llovía. Jones había hecho, cuando más, 1m55s21/100. Ahí tiene el resto que a mí me sobraba y que él no tenía...” Y lo empuja su dignidad, para agregarme: “Claro que vi los carteles; vi las señales. Lo vi todo. Pero mientras veía todo eso pensaba que si yo hacía caso de los carteles, era mucho más digno volver al box, preparar el bolso y despedirme de las carreras. Desobedecí. Volvería a desobedecer si la circunstancia se repitiera. No tengo otra respuesta.”

Siempre fue igual. Hablar de Zolder, de su victoria de aquel 17 de mayo de 1981, lo encara con el rostro hecho piedra. Todavía golpeado a veinte años. Zolder y la chillona sirena que llenaba el día permanentemente recordando que un coche entraba. Que otro salía. Que los mercaderes organizadores habían colmado de despistados visitantes la estrecha calle de boxes como una feria.

"¡Qué infierno aquel, eh! Aquel día de la muerte de Giovanni hubo otros dos mecánicos lastimados por los autos. Me acuerdo de uno de Arrows que tenía un pie aplastado por una cubierta. Y al otro día, cuando todos los mecánicos mostraban su protesta por la TV, sin querer, el italiano Stohr se llevaba a otro mecánico por delante, rompiéndole las piernas..."

Ecclestone y Reutemann en 1972
Ecclestone y Reutemann en 1972


Ecclestone y Reutemann en 1972

Pero como los mercaderes no querían perder dinero, urgían que había que salir. Largar. Correr. Nunca le pregunté cómo había averiguado que los padres del infortunado Amedeo vivían en Casilino del Piano, al norte de Italia. Y de su encuentro con los padres del muchacho.

Fui uniendo fragmentos de medias palabras. De pocas palabras enteras. Y con tiempo intercalado como los stop de los viejos telegramas que sólo traían malas noticias, creo que lo supe todo.

Carlos daba la cara. Y mucho más, tratando de conformar el dolor de padres que sabían que él no había tenido culpa alguna en el episodio de una pista despreciable y desvencijada. Donde había hecho el mejor tiempo de clasificación. Donde remontaría desde el cuarto puesto para ganar aunque hasta la naturaleza, como enojada, se echara a llover. La ceremonia del podio nunca volvería a ser tan breve. Carlos sostenía el trofeo recibido como un castigo y lo protegía con el brazo derecho. Serio, miraba hacia un cielo gris, indiferente. No le daba importancia al último triunfo de un piloto argentino en la Fórmula 1 del Siglo XX. ¿Para qué?

Por Alfredo Parga Especial para La Nación