¿Renunciaremos al sexo para tener hijos sanos e inteligentes?

La vida comienza con una paradoja: junto al amor que viaja con las células sexuales, se pueden transmitir también enfermedades de origen genético. La gestación no siempre llega a término, a veces por problemas en los embriones que la ciencia aún no comprende. La infertilidad agobia a millones de parejas en el mundo. ¿Cómo garantizar entonces el éxito de la fecundación y el nacimiento de bebés saludables?

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Los científicos aún no comprenden muchos de los procesos genéticos que ocurren en la fase embrionaría. (Materia)

La clave en el embrión

Gracias al diagnóstico genético preimplantacional (PGD) y la selección genética preimplantacional (PGS), las parejas que recurren a la fecundación in vitro (IVF) pueden descartar embriones con mayores riesgos de desarrollar enfermedades que portan los genes al nacer. El desarrollo de estas tecnologías de reproducción asistida ha permitido el nacimiento de alrededor de seis millones de niños desde el primer alumbramiento de una “bebé probeta” en 1978.

Básicamente se trata de analizar el ADN de una de las células de un embrión creado mediante IVF. Si los médicos detectan algún padecimiento asociado con los genes, entonces no se implanta en el útero de la futura madre. En algunos países como México, Tailandia y Estados Unidos, los padres también pueden decidir el sexo de la criatura como parte de este estudio previo.

Si bien la abrumadora mayoría de las concepciones ocurre por la vía natural, la proporción de parejas infértiles solo en Estados Unidos ronda el 15 por ciento, una cifra similar a la de Canadá. En México y España la tasa se acerca al 17 por ciento. La infertilidad se define como la incapacidad de concebir tras un año de sexo sin protección o de concluir un embarazo exitosamente.

Menos de la mitad de los óvulos fecundados alcanza un estado del desarrollo embrionario conocido como blástula, que se alcanza unos cinco días después de la fertilización. Apenas un cuarto logra implantarse y el 13 por ciento supera el primer trimestre del embarazo. El nacimiento de un nuevo ser humano, aunque desde que usted empezó a leer este párrafo hayan llegado 32 niños al mundo, es un milagro.

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La fecundación in vitro (IVF) ha permitido a millones de parejas dejar atrás la frustración de la infertilidad. (AFP)

Para disminuir ese azar que con harta frecuencia termina en frustración, la comunidad científica quiere explorar en detalle cómo se desarrollan los embriones.

En el Reino Unido, la Autoridad de Fertilización Humana y Embriología (HFEA) acordó este año un permiso excepcional a un equipo para realizar modificaciones genéticas a embriones en un estado temprano de su crecimiento. El grupo de especialistas, encabezado por la experta en células madres Kathy Niakan, aspira a comprender el papel de determinados genes en ese momento precoz. El objetivo es contribuir al éxito de las IVF y reducir las pérdidas de embarazo.

Más allá del tratamiento de la infertilidad, si los progenitores tuvieran la oportunidad de evitar la transmisión de defectos genéticos, ¿no preferirían procrear mediante IVF en lugar de concebir del modo tradicional? El sexo se separaría entonces totalmente de su función reproductiva. Liberados de esa responsabilidad, ¿no disfrutaríamos aún más las relaciones sexuales?

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La manipulación genética de los embriones permitiría potenciar la inteligencia, la capacidad física y otros rasgos de la futura persona. (Doctissimo)

El peligro de los “bebés de diseño”

Pero la manipulación genética en los inicios de la vida despierta recelos en una parte de la opinión pública. Cierto, investigaciones como la propuesta por Niakan no admiten la implantación de los embriones genéticamente modificados. ¿Acaso esos límites a las investigaciones de la genética humana se sostendrán durante mucho tiempo?

Para los críticos de esta práctica, la humanidad podría lanzarse a una frenética carrera por el “mejoramiento” genético de la especie, la temida eugenesia que recuerda políticas del fascismo alemán. Si las regulaciones de un país permitiesen la manipulación genética de los embriones, al punto de seleccionar aquellos con más elevado potencial físico e intelectual, ¿las demás naciones observarían impasibles el surgimiento de esta generación de “súper humanos”?

Por otra parte, el acceso a esas tecnologías, regulado por las leyes del mercado de los servicios de salud, acentuaría la desigualdad social. A la brecha financiera entre la cúpula acomodada y la base empobrecida se sumaría un abismo genético entre los mejorados y los “naturales”. Los padres podrían elegir rasgos de su descendencia, como hoy seleccionan, por ejemplo, un automóvil según sus atributos en la ciudad y la autopista. Bebés a la medida, como un paquete de vacaciones o un plan de televisión por cable.

Esas alertas no carecen de validez, pero olvidan que investigaciones anteriores en el campo de la reproducción humana también despertaron sospechas a la postre infundadas. El temor al uso de determinada tecnología no debe impedir que la ciencia continúe su avance, en particular cuando se trata de erradicar padecimientos humanos. Obviamente, tocará a los organismos multilaterales y los gobiernos establecer las fronteras y hacer cumplir las reglas.