Un recorrido por Charleville-Mézières, lugar donde nació Arthur Rimbaud, el poeta maldito

Existe una región al este de Francia que comparte territorio con el reino de Bélgica y el Gran Ducado de Luxemburgo. Esta región, las Ardenas, es conocida por su parque natural en donde abundan bosques y cursos de agua. Históricamente sus fronteras se han movido tras el estallido de cada guerra. Un río –el Mosa (Meuse, en francés)– la atraviesa y recorre, tras su paso, ciudades con Dinant (en Bélgica), Givet, Charleville-Mézières y Sedán (en Francia). Fue en esa región en donde nació el poeta de la lengua francesa del que más se ha hablado, idolatrado por todos y cuya notoriedad, a pesar del tiempo, no parece extinguirse.

Se trata de Arthur Rimbaud, quien nació en 1854 en una ciudad de las Ardenas: Charleville-Mézières. En realidad, dos (Charleville y Mézières), separadas por el río Mosa que zigzaguea entre ambas y cuyos meandros forman dos bolsas de tierra que fueron urbanizadas a partir del siglo XVII. La ciudad, que Rimbaud llamaba “Charlestown”, fue fundada en 1606 por Carlos I de Gonzaga, duque de Nevers y príncipe de Arches, en tierras de su ducado de Rethel. Por eso se beneficiará de un trazado racional ordenado por un príncipe del Renacimiento, culto y apasionado por las artes.

Al transitar por su célebre Plaza Ducal, un conjunto arquitectónico construido entre 1606 y 1624, verdadero epicentro de la vida urbana, con elegantes pabellones que recuerdan en mucho a la famosa plaza des Vosges parisina, por haber sido diseñadas indistintamente por Luis y Clemente Métezeau, dos hermanos arquitectos, no pude dejar de preguntarme cuántas veces cruzó Rimbaud este espacio.

No lejos de allí, en una casa que sita en el n° 16 de la actual calle Pierre Bérégovoy, nació el poeta. A pesar de haber sido brillante estudiante, Charleville le pareció siempre estrecha y aburrida. Las innombrables fugas, peripecias y aventuras del joven contribuyeron en mucho a su fama de “poeta maldito”.

En el extremo contrario, a orillas del río Mosa y en un elegante molino que perteneció a Carlos I de Gonzaga, se instaló definitivamente en 1969 el Museo Rimbaud, enteramente dedicado a la memoria del hijo ilustre de esta villa. Tiene sentido la elección del lugar, a pesar de las dificultades que implica semejante espacio para la museografía, porque el molino, que tiene aires de castillejo, tiene como telón de fondo el Monte Olimpo y se puede ver desde el primer piso del edificio, a pocos metros, en el n° 7 del muelle Arthur Rimbaud –el actual museo Maison d’Ailleurs– en donde vivió de adolescente, entre 1869 y 1875, periodo que corresponde a los últimos años de creación poética.

El importante fondo museográfico arrancó, en 1954, con la importante donación Mataraso que incluía documentos y objetos relacionados con el artista. Me reciben Carole Marquet-Morelle, la actual directora de ambas instituciones y del Museo de las Ardenas, y Jean-Claude Roussel, responsable de comunicación. Me cuentan cómo Charleville ha sabido integrar el arte contemporáneo ofreciendo a artistas plásticos del colectivo local Creative Color grandes espacios murales en diferentes edificios para que, apoyándose en poemas de Rimbaud (Vocales, Mi bohemia, Ofelia, El barco ebrio, etc.), realicen obras acompañadas de sus versos. También porque la modernidad siempre fue tema afín a la obra del poeta que supo, siendo adolescente, provocar asombro e, incluso, escandalizar, durante el periodo en que Verlaine lo presentó ante los círculos y cenáculos literarios de París.

En el museo, podemos ver una importante serie de retratos de Rimbaud realizados por Picasso, Sonia Delaunay, Miró, Fernand Léger, Giacometti, Ernest Pignon-Ernest, entre otros, en diferentes momentos. También el cuadro de Rimbaud guardando cama, pintado por Jef Rosman, después del drama de Bruselas en que Verlaine le disparó hiriéndole un puño, en 1973; así como una de las copias antiguas del retrato original realizado por Étienne Carjat, un icono mundial de la poesía, juventud y la rebeldía, realizado en París en el momento en que el poeta acude al llamado de Verlaine, quien lo invita a las célebres cenas de los “Muñecos Villanos”. En total, unos 1300 documentos y obras, entre los que figuran cinco manuscritos de poemas, cartas a amigos y otros recuerdos relacionados con “El hombre de las suelas de viento”, como se le suele llamar por sus innumerables viajes (Indonesia, Yemen, Egipto, Etiopía, Chipre, Italia, Suiza, Alemania, Suecia, Noruega, Dinamarca, Bélgica, Inglaterra, entre otros).

En la Maison d’Ailleurs no encontraremos ningún mueble perteneciente a la familia. Hay que recordar que Rimbaud nunca fue conocido en vida, de modo que los coleccionistas no tuvieron tiempo de echar mano a objetos relacionados con su vida. Entre el Museo (el molino) y la casa, una hilera de sillas metálicas, cada una con un texto de Rimbaud inscrito junto al de otros poetas francófonos, fue concebido a la manera de instalación artística en 2011 por Michel Goulet.

Rimbaud, contrariamente a muchos poetas, no trató de publicar sus poemas. Solo en una ocasión, a cuenta de autor, envió a un impresor de Bruselas un librito de 54 páginas titulado Une saison en enfer (Una temporada en el infierno). Al no disponer de dinero para recuperar los 500 ejemplares solo tomó diez que repartió entre sus amigos. El resto quedó en manos del impresor y el lote no fue descubierto hasta 1901. Además, abandonó completamente la poesía a los 20 años y se lanzó a la conquista del mundo, terminando como representante de la compañía cafetalera de Alfred Bardey en Harar (Etiopía), y finalmente en Adén (Yemen).

En 1891, Rimbaud debe repatriarse. Llega a Marsella en donde es inmediatamente hospitalizado aquejado de un neoplasma en la pierna derecha. Creyéndose a salvo decide regresar a Charleville, pero su salud empeora y vuelve a Marsella. Allí muere, acompañado por su hermana Isabelle, el 10 de noviembre. Su cuerpo es enviado a Charleville en donde reposa en una tumba que puede visitarse en el cementerio municipal.

En estos momentos el Museo Rimbaud ha lanzado una campaña de donaciones: www.fondation-patrimoine.org/79733 con miras a reunir la suma necesaria para adquirir un dibujo de Rimbaud vestido a la usanza de Abisinia y tocando un arpa, realizado por su hermana Isabelle en 1893. Al dibujo se le había perdido de vista desde 1931 y salió recientemente a la venta por un librero de París por la suma de 180,000 euros.

Una vez que el museo logre adquirirlo podrá afirmar, sin lugar a dudas, que se trata de uno de los tantos regresos del poeta a su ciudad. Uno de los tantos, vale la pena recalcar, porque Rimbaud nunca supo quedarse quieto en sitio alguno. ¡Y mucho menos después de su muerte!

William Navarrete es escritor franco-cubano establecido en París.