Las razones detrás del violento comportamiento de los adolescentes que protagonizaron las protestas en Francia
PARIS.- Durante cinco noches seguidas, los suburbios y los centros urbanos franceses estuvieron en llamas. ¿Por qué la muerte de un adolescente que se negó a obedecer a la policía actuó como un detonador tan potente en una parte de la juventud? Las encuestas y los seguimientos en los tribunales donde han sido juzgados esos adolescentes -más de un tercio de ellos menores de edad- muestran perfiles que mezclan reivindicaciones identitarias, desconfianza ante las fuerzas del orden y obsesión por la competencia en las redes sociales.
Son las 16.30 del lunes 3 de julio, cuando Yanis entra en la sala 4 del tribunal de Nanterre, destinado a las comparecencias inmediatas. Jogging negro, pelo hasta los hombros, con gesto adusto se mantiene derecho detrás del vidrio en el cubículo de los acusados. En la sala de audiencia llena, sus padres están sentados en primera fila. La presidenta enumera: el 1° de julio, Yanis, 18 años, fue detenido por dos policías en Montrouge después que escucharon gritar dos veces seguidas: “¡Justicia para Nahel. Los vamos a matar a todos!”.
En su teléfono descubrieron varios llamados a la violencia, sobre todo contra las fuerzas del orden, así como un video mostrándolo en posesión de un bidón de nafta y una publicación en la cual trataba de conseguir morteros de fuegos artificiales. Esos elementos pirotécnicos utilizados por los profesionales de los fuegos artificiales son cada vez más empleados por los delincuentes para atacar a las fuerzas del orden. Compuestos de un cilindro de cartón y una carga explosiva débil, que no tiene nada que ver con el TNT, si bien su disparo no tiene la precisión de un mortero militar, puede provocar graves heridas.
“Son solo palabras”, se excusa Yanis, que trabaja como repartidor de delivery. “No hay nada coherente. Digo cualquier cosa. Lo primero que se me ocurre…”. Después, termina admitiendo a media voz haber querido “calentar el ambiente”. “Dije todo eso en estado de excitación y de cólera. Estaba histérico por todo lo que pasa”, dice. El juez lo condena a ocho meses de cárcel, cuatro de ellos firmes.
El mismo día, en Colombes, como en muchas otras comunas francesas, una manifestación se realiza al mediodía frente a la municipalidad, en apoyo a los alcaldes, principales víctimas de los ataques. La televisión se acerca a un grupo de estudiantes de secundaria que hablan de la violencia, pero niegan haber participado. Mohamed (15 años), camiseta de la selección francesa, pelo oscuro engominado, reconoce haberse sumado a sus amigos de barrio “para hacer honor a la memoria de Nahel”. Pero solo el primer día. “Me dieron morteros. Tiré algunos. Pero al aire, como si fuera para un fuego artificial”, dice. Afirma que los más grandes apuntan a los policías, pero “no para herirlos. Solo para hacerles comprender que no es normal lo que hacen”.
El joven, de origen argelino-tunesino, sonríe ante las cámaras recordando esa noche: “Estábamos felices. Felices de haberlo hecho por Nahel y todos los otros que han caído”. Y prosigue: “Ahora es diferente. Son solo oportunistas que quieren robar. Ensucian la memoria de Nahel más que otra cosa”. Mohamed no ha dicho una palabra a sus padres sobre su participación la primera noche: “Les dije que me iba a encontrar con algunos amigos”. Este verano partirá de vacaciones a Marruecos, después a España, “lejos de todo esto”.
A la inconsistencia de los propósitos responden las cifras, aterradoras: más de 700 policías y gendarmes heridos, 10.000 basureros públicos incendiados, 1000 edificios quemados y 250 comisarías y gendarmerías atacadas, según el Ministerio del Interior. En todo caso, aun cuando la calma parece haber regresado a los suburbios franceses tras cinco noches de guerrilla urbana, la incomprensión domina la sociedad: ¿Quiénes son esos amotinados: solo jóvenes desorientados o verdaderos rebeldes?
Imitación
Los magistrados que tuvieron que tratar esos casos destacan la extrema juventud y, sobre todo, la inmadurez.
“Casi siempre se trata de primo-delincuentes”, afirma Cécile Mamelin, de la Unión Sindical de Magistrados (USM). “Sus actos no son ni reflexionados, ni contextualizados. Vieron a otros incendiar y se dijeron ‘yo también’. Hay un auténtico fenómeno de imitación, de dinámica de grupo reforzada por las redes sociales. Es una situación que sale de lo normal. Todos esos adolescentes no son iguales a los que comparecen habitualmente”, agrega.
Algunos de ellos llegarán en los próximos días a los servicios de protección judicial de la juventud (PJJ). Se tratará ante todo de adolescentes. Es decir “una edad en la que se actúa sin reflexionar, donde se busca la adrenalina y el riesgo y donde se existe, sobre todo, a través del grupo de amigos”, describe una psicóloga del ese servicio especializado. El problema es el riesgo de una pérdida completa del sentido de responsabilidad.
“No entiendo. Los jóvenes están encapuchados, pero se ve que tienen 13, 14 o 15 años, no más. Rompen y degradan estructuras que les sirven, como los centros sociales, la guardería, los colectivos. Es una violencia puramente gratuita. Se organizan en guerrillas. En mi barrio quemaron un auto en plena calle para impedir que la policía y los bomberos pudieran pasar. Y los padres ven a esos chicos salir encapuchados, todos vestidos de negro, y los dejan”, dice Abdoulaye Badiane, educador de la asociación Don Bosco en la ciudad de Brest, en la costa atlántica.
François Souret, director adjunto de Addap13, que coordina los educadores en Marsella, vio la ciudad transformada en brasero el 30 de junio. En vano, aquella noche trató de hacer razonar a los adolescentes que se habían reunido en el Viejo Puerto en grupos de a 10 o 15, sembrando el pánico entre los turistas.
“Muchos de ellos han entrado en el juego estúpido de saber quién hará la peor de las imbecilidades, lanzándose desafíos en línea entre París y Marsella, por ejemplo, o entre un barrio y otro, sin dar jamás la sensación de medir la gravedad de sus gestos”, asegura.
Se trata de una juventud influenciada por los dealers, que también copió sus códigos sin discernimiento, entre ellos el uso de los fuegos artificiales.
“Es así como se intercambian la información. Cuando una red vende por 10.000 euros de droga, lanza un cohete; por 20.000 euros, son dos cohetes, etc.”, describe Souret. La hermana mayor de uno de esos adolescentes relató a la PJJ que su hermano, un poco del mismo modo, ganó dinero subiendo a la web las imágenes más espectaculares.
¿Deseos de ganar dinero? ¿Búsqueda de celebridad? Ningún freno moral parece haberlos retenido: “Cada vez tienen menos miedo a la autoridad, incluso a la autoridad parental”, afirma Badiane, desolado.
“Sobre todo buscan existir a cualquier precio, aun haciendo lo que está mal, si ese es el único medio”, analiza a su vez un psicólogo de la PJJ.
El futuro
A pesar de ese cuadro negativo, muchos especialistas consideran que es posible esperar cambios. Sobre todo a esa edad, donde nada es definitivo.
“Una de mis colegas que invitó al dibujante Charb antes del atentado de Charlie Hebdo para evocar las caricaturas, había chocado con fuertes resistencias de sus alumnos. Los mismos, después de los atentados, le habían testimoniado su apoyo”, relata Marguerite Graff, profesora de historia-geografía en un colegio secundario de Asnières, un suburbio parisino.
Para la psicóloga de la PJJ, el futuro de los pequeños incendiarios de hoy, por violento y devastador que sea, podría cambiar con el tiempo, con un poco de ayuda.
“Construyendo un relato que les sea propio”, explica, destacando hasta qué punto esos chicos crecen sin conocer sus historias, con padres que les ocultan los detalles de la inmigración.
“Heredan todos los secretos sobre los cuales tienen serias dificultades para construir. Ven a sus padres obligados a desempeñar trabajos poco valorizados e imaginan que les espera lo mismo cuando, por el contrario, quisieran que la sociedad les dijera: ‘es una suerte que estén aquí’”, prosigue.
Un deseo perfectamente legítimo cuya perspectiva, después de cada explosión de violencia, parece alejarse no obstante cada vez más.