Racismo: por qué volvió la furia a las calles de EE.UU.

WASHINGTON.- Parada en el Parque Lafayette frente a la Casa Blanca, fuertemente vallada y custodiada por la policía de Washington, el Servicio Secreto y la Guardia Nacional, una joven mujer afroamericana sostenía un mensaje que escribió con un marcador negro en un pedazo de cartón: "Paren de matarnos".

Esa demanda, al igual que la ola de protestas que sacude a Estados Unidos y conmueve al mundo por el asesinato de George Floyd, es vieja. Es más: se ha escuchado hasta el cansancio. En 2014, en Ferguson, Misuri, después de que un policía disparara y matara a Michael Brown, un joven negro de 18 años, y ese mismo año, también, en Nueva York, luego de que un grupo de policías asfixiara a Eric Gardner durante un arresto. Gardner y Floyd quedaron unidos incluso por la misma desgarradora súplica a los policías antes de morir: "¡No puedo respirar!". Y también en 1992, en Los Ángeles, cuando un jurado absolvió a cuatro policías que molieron a golpes a Rodney King al arrestarlo. Y también en 1968, uno de los años más convulsionados que se recuerden, tras la muerte de Martin Luther King Jr.

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Detrás de esa demanda, y de los destrozos y los saqueos que eclipsaron las protestas pacíficas, aparece uno de los mayores dramas irresueltos de la historia de Estados Unidos: el racismo. Una herida de la cual, de tanto en tanto, brota sangre. La esclavitud, dicen aquí, es "el pecado original" de una nación que se jacta de ser libre, pero donde la vida de millones es sistemáticamente más dura, más difícil que la del resto, al punto que, para ellos, un derecho humano básico, el ejercicio más elemental de la libertad, vivir, dista de ser una garantía.

Cualquier estadística o estudio que se mire, la conclusión es la misma: los afroamericanos siempre están en peor. Un afroamericano tiene más probabilidades que un blanco de ser arrestado, y de ser condenado, y de recibir -por el mismo crimen- una condena más dura. Estados Unidos tiene 2,3 millones de reclusos en prisión, más que ningún otro país del mundo. Los afroamericanos son el principal grupo detrás de las rejas. Uno de cada tres niños negros puede esperar ir a prisión en su vida, contra uno de cada seis latinos, y uno de cada 17 blancos, según la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, según sus siglas en inglés).

Quienes eludan ese destino, igual estarán peor. Un afroamericano tiene menos posibilidades de llegar a la universidad y de graduarse, más dificultades para conseguir un buen trabajo, y tiene más probabilidades de ser pobre. La brecha en ingresos medio de los hogares negros y blancos se amplió de unos 23.800 dólares, en 1970, a 33.000 dólares, en 2018.

La pandemia del coronavirus, el último flagelo que golpeó a Estados Unidos, sigue esas disparidades: la tasa de mortalidad entre afroamericano por Covid-19 ha sido más del doble que la de blancos, asiáticos y latinos, según datos compilados por APM Research Lab. El desempleo que sembró la pandemia también afecta en una proporción mayor a las personas de color.

Y los episodios de brutalidad policial, que se repiten, son siempre iguales: uno o más policías blancos terminan con la vida de un negro.

"Racismo sistémico"

Una parte del país mira esta realidad y ve un "racismo sistémico", "privilegio blanco" o "inequidades raciales". Pero en el racismo también hay grieta. Otra porción de la sociedad no ve un problema, o no lo quiere ver. Cree a ciegas en un credo forjado a fuego en el inconsciente colectivo, y plasmado en la declaración de independencia: que todas las personas "son iguales", y cada persona puede lograr lo que quiera, sin importar su género, credo, o raza. El éxito depende de uno, y el sistema no impone límite. Al contrario: brinda oportunidades.

Esa indiferencia, para muchos, alimenta el dolor, la frustración y la furia que, de tanto en tanto, explota en las calles de Estados Unidos. En 1968, en 1992, en 2014 o en 2020. Otros, como el presidente, Donald Trump, ven en cambio a "grupos radicales de izquierda", anarquistas, o simplemente criminales y saqueadores sin respeto alguno por la ley.

Trevor Noah, conductor de The Daily Show, grabó un largo mensaje que se viralizó en las redes sociales defendiendo a los manifestantes en medio de las condenas a los destrozos y los saqueos a edificios y tiendas.

"Si te sentiste incómodo al ver como Target es saqueado, trata de imaginar cómo se sentirán los estadounidenses negros cuando se ven saqueados todos los días. La policía en Estados Unidos está saqueando cuerpos negros", dijo. "Los estadounidenses negros observan una y otra vez cómo el contrato que han firmado con la sociedad no está siendo respetado por la sociedad que los ha obligado a firmarlo con ellos", insistió.

Medio siglo atrás, en 1967, Martin Luther King Jr. brindó un mensaje similar. Aun al abogar por la protesta pacífica y condenar los disturbios de esos años, afirmó: "Creo que Estados Unidos debe ver que los disturbios no se desarrollan de la nada. Ciertas condiciones continúan existiendo en nuestra sociedad que deben ser condenadas tan enérgicamente como condenamos los disturbios. Pero en el análisis final -indicó-, un disturbio es el lenguaje de los no escuchados".

Medio siglo después, mucha gente aún pide ser escuchada.