Quizá lo mejor para Miguel Cabrera fue irse de los Marlins, pero siempre estará ligados a ellos por su grandeza

Miguel Cabrera regresa a donde comenzó todo. Y todo no pudo comenzar mejor para uno de los mejores peloteros de todos los tiempos, un seguro miembro del Salón de la Fama que por siempre estará ligado a la historia de los Marlins que difícilmente encuentren en su uniforme otro jugador tan rotundo y soberbio.

El venezolano llega como un recordatorio de un tiempo donde se vivió la euforia incontenible de una Serie Mundial en el 2003 junto con contiendas tan áridas como el Desierto del Sahara, pero con la certeza de que en ambas situaciones siempre supo brillar con intensidad peculiar.

A Cabrera el talento le sobraba a montones y desde que comencé a cubrir este equipo en el 2002 ya se comentaba de este muchacho que repartía palos en las Menores con la naturalidad de un veterano y sin perder la alegría de un niño. Era la visión de lo que debía ser el béisbol: un juego exigente y donde se debe producir, pero al final eso, un juego.

Desde que Cabrera debutó el 20 de junio de esa temporada con un cuadrangular para decidir un choque contra los Rays en el antiguo Pro Player Estadium quedaba claro que todos los comentarios de “ese muchacho’‘ eran más que ciertos, que se quedaban muy por debajo de la realidad. Adelantado, demasiado adelantado para sus mínimos 20 años, uno no podría imaginarse cuál sería su techo de talento.

Hoy lo sabemos: fue dos veces Jugador Más Valioso de la Liga Americana, ganador de la Triple Corona, con 12 asistencias al Juego de las Estrellas, ganador del Bate de Plata en siete ocasiones y cuatro veces campeón de bateo, para no hablar de sus más de 3,000 hits, 500 jonrones y un promedio histórico superior a .300

Solo tres peloteros en la historia han logrado eso: Hank Aaron, Willie Mays y Cabrera, quien en cinco campañas con los peces sumó138 cuadrangulares y en cuatro de ellas superó las 100 carreras impulsadas, bateó para .300 y formó parte de cuatro equipos de estrellas.

Habría que buscar bien profundo en los sistemas avanzados de estadísticas para encontrar un letargo realmente preocupante en Cabrera, quien producía como quien toma el fresco en una tarde de verano, inconsciente de lo que estaba logrando, con la capacidad de dirigir la pelota hacia la pulgada de terreno que deseara.

En lo personal, eso era lo que más me deslumbraba de Cabrera. El terreno era literalmente su campo de juego y hacía con la pelota lo que le viniera en gana. Ante de él no había visto en vivo a nadie, absolutamente nade que dirigiera sus conexiones de manera tan inteligente y que pareciera como lo más natural del mundo, y con poder, claro está.

Pero pasados esos cinco años, Cabrera se fue. Miami no contaba -¿los posee ahora?- con los recursos en ese momento para darle un contrato similar al otorgado a Giancarlo Stanton. No había estadio nuevo, el contrato de televisión era escuálido y la dirección de los peces iba de tumbo en tumbo, a trompicones y golpes de timón nacidos de la mente de su propietario Jeffrey Loria.

Quizá lo mejor para él fue irse. Creo que más allá de los puramente monetario, los Marlins no contaban contaban con la estructura y el rigor necesarios para contener y guiar por los mejores caminos a una estrella tan fulgurante como el venezolano, porque Cabrera era los Marlins. Cabrera era más que los Marlins, el equipo que no contaba y que, tras el brillo fugaz de la Serie Mundial, no iba a ninguna parte.

En Detroit seguiría sumando cifras y premios, pero Cabrera nunca abandonó Miami. Aquí vive y entrena. Todos los éxitos de abril a septiembre los refundó cada invierno en esta región y esta ciudad que ahora le abre las puertas como al hijo pródigo que regresa, aunque se le haya cambiado justo antes del gran salto.

En retrospectiva, la existencia de un Miguel Cabrera es de las pocas cosas que enaltecen a los Marlins que todavía siguen buscando su cultura ganadora y su identidad entre la maroma de intentar competir sin dejar de ser un mercado del medio hacia abajo.

Quién sabe si alguna vez Miami pueda ver en uniforme nuevamente a algo parecido a Cabrera, pero por estos próximos tres días vale la pena ir al estadio a brindarle un aplauso de despedida a alguien que vaya donde vaya siempre será recordado por su jonrón a Roger Clemens y los Yankees, que cuando lea su discurso de bienvenida a Cooperstown hará que todos piensen en los Marlins, donde comenzó el camino a la grandeza.