Qué tienen en común Hugo Chávez y Donald Trump
Por Jennifer McCoy (Reuters) - ¿Qué tienen en común un militar paracaidista de un pueblo venezolano y un multimillonario de bienes raíces de Nueva York? Hugo Chávez y Donald Trump son dos personalidades fuertes que se han visto a sí mismos como los únicos líderes capaces de devolver la grandeza a sus países.
Hacen caso omiso de la corrección política y por lo general hablan con un estilo informal e improvisado que conecta directamente con votantes que se han sentido ignorados.
Ambos son populistas que polarizan el ambiente, por lo que los 17 años de gobierno chavista en Venezuela pueden ofrecer una historia con una moraleja a Estados Unidos.
Los politólogos usan el término “populista” para referirse a un discurso político que hace énfasis en un “nosotros contra ellos” en términos morales del bien y el mal.
La mayor parte de las veces “el mal” son las elites que conspiran contra la “buena” gente; una narrativa en la que Chávez hizo énfasis en Venezuela y que Bernie Sanders usa para culpar a Wall Street.
Puede también enfrentar a los residentes con los extranjeros, como muestra el resurgir de tendencias xenófobas en Europa y el enorme muro que Trump propone para mantener a los mexicanos fuera de Estados Unidos.
Las consecuencias del populismo pueden ser perniciosas. La polarización política frecuentemente crea paralización gubernamental por el rechazo a la negociación y el compromiso.
La polarización de la sociedad tiende a que los ciudadanos sean menos tolerantes, menos empáticos y menos dispuestos a compartir sus vecindarios y recursos con personas que piensan diferente.
Los políticos populistas usan una retórica divisiva como una estrategia electoral, provocando temores y resentimientos de votantes ansiosos para poner las cosas a su favor. Al etiquetar a sus adversarios como enemigos a los que conquistar o eliminar, los partidarios entusiastas pueden percibir que está permitido el uso de la violencia. Se justifica saltarse otros poderes del Estado apelando al mandato popular para “arreglar los problemas” rápida y eficientemente, enfrentando a las elites que amenazan al país.
Tanto Chávez como Trump han usado una retórica que polariza, que captura la atención y que parece indiferente a las leyes y las instituciones públicas.
Chávez fue electo presidente de Venezuela en 1998 como un intruso en medio de un desplome de la economía. Una clase media emergente estaba retrocediendo y la tasa de pobreza había subido desde un 25 por ciento en la década de 1970 a un 65 por ciento en la década de 1990. Este severo quiebre social generó desprecio al sistema tradicional de dos partidos que se habían alternado el poder desde la década de 1960.
A pesar de haber encabezado un fallido golpe de Estado seis años antes contra un presidente electo, Chávez hizo campaña con un programa para devolver al pueblo el control que tenía una elite corrupta sobre la democracia venezolana. Prometió un cambio constitucional y una revolución vagamente definida para devolver el patrimonio petrolero a las masas, sin una propuesta específica de políticas para enfrentar los precios del crudo más bajos en dos décadas y una enorme deuda nacional.
Trump irrumpió en el ambiente político estadounidense como un conocido multimillonario y persona famosa en un momento igualmente favorable a los intrusos.
Ocho años después de una recesión devastadora en Estados Unidos y tras décadas de profundización de las desigualdades y sin movilidad social, un sector importante de la población sigue resentido y molesto porque no ha podido beneficiarse de la recuperación económica. Son receptivos al discurso de Trump que culpa de la pérdida de empleos a los chinos, los mexicanos y los inmigrantes en general.
Así como Chávez tenía un chivo expiatorio fácil para los males de Venezuela en Estados Unidos y sus “lacayos” venezolanos, Trump culpa a los políticos, como hizo cuando lanzó su campaña: “Nunca harán que Estados Unidos vuelva a ser grandioso. No tienen ninguna probabilidad. Están completamente controlados, controlados completamente por cabilderos, por donantes e intereses particulares”.
Chávez gobernó Venezuela durante 15 años, hasta su muerte en 2013, usando esas estrategias populistas. Buscó un cambio radical a través de la confrontación, concentró el poder en su persona, eliminó a sus rivales y reprimió el disenso en el camino.
Su legado es un país enfrentado a una paralización por un partido de gobierno fracturado y una oposición enfrascada en disputas pequeñas. La economía dependiente del petróleo está en ruinas y el sistema de contrapesos y controles está corroído. La actividad productiva sigue cuesta abajo mientras la oposición trata de desbancar al presidente. La hiperinflación ha dejado a muchos con muy poco y no se hace frente a una tasa récord de homicidios.
Trump no toma en cuenta las leyes locales e internacional cuando considera la asfixia por inmersión y otras formas de tortura para interrogatorios.
Menosprecia a sus rivales como “perdedores” o “estúpidos”, en una invitación a sus partidarios a saltarse de la misma manera el civismo y el respeto por el otro. Trump desacredita la experiencia en política y las decisiones tomadas sobre la base de evidencia cuando altera los hechos y proclama que él es su mejor asesor.
Los intrusos en política, como Chávez y Trump, llegan al poder cuando se percibe que los políticos tradicionales no han escuchado a la gente o no han permitido que sus electores se expresen.
Los populistas pueden ayudar a que haya una muy necesaria sacudida de partidos complacientes, que se inclinan por normas electorales que los perpetúan en el poder como el financiamiento de campañas y arreglo de comicios.
Pero cuando los votantes les dan un poder sin contrapesos a líderes mesiánicos para que pasen por encima de los controles institucionales y los equilibrios, minando el civismo y el respeto por los derechos individuales, corren el riesgo de iniciar una peligrosa concentración del poder sujeta al arbitrio de un solo líder egocéntrico.
(Por Jennifer McCoy; Editado en español por Javier López de Lérida)