Los puestos de tacos y garnachas de CDMX libres, hasta ahora, de discriminación
Las denuncias contra el restaurante Sonora Grill han traído de vuelta la discusión sobre qué tan racista es México. Y, por triste que sea, la verdad es que ya no tendría que haber dudas. A cada rato lo confirmamos. Quizá lo que estaría bien, a estas alturas, es preguntarse qué se puede hacer. El diagnóstico envejece con cada ejemplo.
Y por más cursos de sensibilización que obligan a tomar a quienes se les comprueba actos de discriminación, nada cambia. En plazas comerciales, los policías seguirán viendo con sospecha a quienes no cumplan con los estándares visuales-financieros para estar ahí. Los restaurantes de esta índole, en los que es indispensable aparentar, no se van a extinguir jamás, porque ahí está su secreto: en aparentar. Lo saben ellos, lo saben sus visitantes.
Una vez fui al Sonora Grill y me sentaron en un KFC cruzando la calle
— Augusto (@chidoguan) August 1, 2022
Mejor voltear, de vez cuando, a otro lado. A los puestos callejeros. A las clásicas fondas donde se come tan bien por un precio razonable. Siempre están ahí. Bajo esa lona rojiza, al calor de comales y parrillas, no se discrimina a nadie. No hay que llevar ropa especial ni tener el tono de piel de algún color predeterminado. La atención es democrática. Todos tienen que esperar su turno. Sí, quizá tarden más tiempo en atender, pero lo vale: más barato, más comida y, muchas veces, más rico. No hay glamour, sólo sinceridad. En los precios, en el trato, y en el noble arte de matar el hambre y volver a la rutina.
Yo en el Sonora Grill viendo como sientan a mi novia en el lado güero pic.twitter.com/ooFvaEaqMh
— Dr. KENOBI 🦖 (@PatoAnestesio) August 1, 2022
Quizá por eso, por rutinarios, porque forman parte del paisaje, les hemos regateado el valor que tienen. Son más que un simple salvavidas. Punto de encuentro de obreros, paseantes, oficinistas, estudiantes; pocos lugares remiten a la esencia de la ciudad —-aunque Sandra Cuevas quiera quitarles colorido—. El abanico de soluciones del comercio ambulante y de las fonditas es elogiable. Si al final la intención es la misma: entretener el estómago. (Otro día habría que debatir sobre el desuso de llevar comida casera al trabajo o a la escuela.)
Los puestos callejeros, como su semántica nos hace sospechar, ocupan banquetas, un cacho de vialidades, y, cómo no, también se transportan en triciclos. Están todas las calles. Incluso en aquellas zonas que son consideradas nice, no faltan puestos de tacos, quesadillas, gorditas y un sinfín de fritangas. Ante los desquiciantes precios que se pagan por rentar comercios en la Capital, no son pocos los comerciantes que han tenido que cerrar sus fondas o pequeños restaurantes para vender ambulantemente. Hay que tener agradecimiento y solidaridad.
Sabes que los tacos van a estar culeros cuando te los sirven asi... pic.twitter.com/UGl1fD6x0B
— Un Pinche Norteñon (@El_pinche_norte) November 17, 2020
Y no, que nadie se confunda. No está mal ir a restaurantes. Nadie los condena por el simple hecho de serlo (parece necesario aclararlo en una época tan afecta a la generalización). Cada quien es libre de hacer con su dinero lo que quiera. Y claro, abundan los lugares en los que la atención es tan buena que ni siquiera resulta doloroso voltear a ver la cuenta o dejar la dichosa propina "voluntaria". Solamente hay que poner las cosas en perspectiva: los changarros locales son la mejor opción. Los restaurantes "elegantes" no tendrían que ser racistas. Pero lo son. Los comensales tendrían que valorar más su dinero y la periodicidad de sus visitas a lugares costosos. Pero no es así.
Tan fácil como hacer válido eso que queda tan bien en Facebook: consumir local. ¿Vale la pena aparentar? ¿Vale la pena gastar cantidades absurdas de dinero, irse con hambre y ser escrutado de pies a cabeza? Cada quien es libre de responderlo.
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