Proteger la vida marina también beneficia a la gente de los alrededores, según un estudio

Buzos trabajan para reparar el coral dañado por el huracán frente a la costa de Puerto Morelos, México, el 12 de noviembre de 2020. (Daniel Berehulak/The New York Times)
Buzos trabajan para reparar el coral dañado por el huracán frente a la costa de Puerto Morelos, México, el 12 de noviembre de 2020. (Daniel Berehulak/The New York Times)

Proteger las zonas costeras del océano de la pesca, la minería y otras actividades humanas también puede ayudar a las personas que viven en los alrededores, según un estudio publicado el jueves en la revista Nature Sustainability.

Según el estudio, las personas que viven cerca de estas zonas tienen una mayor seguridad alimentaria y una mayor riqueza familiar. La región estudiada es el sistema mesoamericano de arrecifes de coral, que se extiende frente a la costa oriental de Centroamérica a lo largo de unos 960 kilómetros, desde el sur de México hasta Honduras.

Para comparar las poblaciones de peces entre áreas protegidas y no protegidas, los autores del estudio analizaron los sondeos existentes de más de 80 especies de peces realizados por la Iniciativa regional Arrecifes Saludables para Gente Saludable entre 2005 y 2018. Ellos descubrieron que los peces eran un 27 por ciento más abundantes en las áreas totalmente protegidas en comparación con las áreas no protegidas. Las poblaciones de peces se mantuvieron estables o aumentaron con el tiempo en las zonas que tenían protección.

“A mi parecer, el hallazgo más importante es que las áreas marinas protegidas pueden lograr estos beneficios bilaterales” tanto para los humanos como para los peces, señaló Steven Canty, biólogo marino del Centro Smithsoniano de Investigación Ambiental y uno de los autores del estudio.

El ecosistema alberga más de 60 especies de corales y 500 de peces. Alrededor del arrecife viven animales en peligro crítico como el cocodrilo de agua salada y la tortuga boba. Cerca de 2 millones de personas viven en la costa y tienen economías locales estrechamente relacionadas con el arrecife.

Este estudio se centró en Guatemala y Honduras, pero en todo el mundo los países están creando más zonas marinas protegidas. El año pasado, unos 190 países firmaron un acuerdo de las Naciones Unidas para proteger el 30 por ciento de la tierra y los océanos del planeta para 2030, en un esfuerzo por frenar la pérdida de biodiversidad. Estados Unidos no se adhirió, pero el presidente Joe Biden emitió por separado una orden ejecutiva para proteger el 30 por ciento de la tierra y las aguas del país.

Los científicos, legisladores, industrias y comunidades llevan años debatiendo si las zonas marinas protegidas funcionan como se pretende para mantener las poblaciones de peces y si estas zonas ayudan o perjudican a sus vecinos humanos. El estudio nuevo respalda la idea de que las zonas marinas protegidas, al menos las que prohíben estrictamente la pesca, también benefician la salud y la riqueza de la población local, incluso en una región donde los habitantes han dependido en su mayor parte de la pesca para su subsistencia.

“Todavía estamos lidiando con estos aspectos fundamentales (no solo en esta región, sino en otros lugares) sobre lo que funciona para la conservación y lo que no”, afirmó Justin Nowakowski, biólogo conservacionista del Centro Smithsonian de Investigación Medioambiental y autor principal del estudio.

Al igual que otros arrecifes de coral, este ecosistema está amenazado por el cambio climático y la sobrepesca. El aumento de la temperatura de los océanos provoca el “blanqueamiento” y la muerte de los corales y los hace vulnerables a las enfermedades.

El océano nunca había estado tan caliente en esta época del año. Según los autores, aunque el cambio climático sigue siendo un reto a largo plazo para los arrecifes, la lucha contra la pesca excesiva podría aliviar un poco la presión sobre el ecosistema.

Las zonas marinas protegidas más antiguas del Arrecife Mesoamericano se establecieron en las décadas de 1970 y 1980 y, en la actualidad, más de 40 zonas protegidas abarcan la mitad de las aguas costeras de la región; sin embargo, no todas las zonas prohíben la pesca de manera estricta. Algunas solo ponen límites a la cantidad que pueden capturar los barcos o prohíben ciertos tipos de equipos de pesca.

Los investigadores analizaron datos socioeconómicos de encuestas realizadas en Guatemala y Honduras por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por su sigla en inglés). Descubrieron que los niños de las comunidades situadas a menos de 10 kilómetros de las zonas marinas protegidas tenían aproximadamente un 40 por ciento menos probabilidades de sufrir un retraso en el crecimiento debido a la desnutrición, en comparación con los niños que vivían más lejos.

Con base en un índice de riqueza creado por otros investigadores que han analizado encuestas de USAID, los científicos también descubrieron que los hogares cercanos a las zonas protegidas tenían un 33 por ciento más de riqueza que los hogares situados a mayor distancia, aunque la mayoría de las familias de la región siguen siendo relativamente pobres según los estándares mundiales.

“En el aspecto estadístico, es un estudio muy sólido”, afirmó Natalie Ban, profesora de etnoecología marina en la Universidad de Victoria, quien no participó en esta investigación. Pocos investigadores han estudiado a esta escala los efectos de las zonas marinas protegidas sobre la población. Lo que no quedó claro para Ban en este trabajo es por qué y cómo las zonas protegidas del arrecife mesoamericano produjeron beneficios para la salud y la riqueza de la población local.

Nowakowski advirtió que el estudio de su equipo ofrecía una “visión a 6000 metros” de las zonas marinas protegidas en este arrecife y que era necesario investigar más en las comunidades cercanas para averiguar cómo la limitación de la pesca en determinadas zonas podría generar más recursos para la población local.

Los defensores de las zonas marinas protegidas sostienen que las poblaciones más numerosas de peces de estas áreas “se extienden” a las zonas vecinas donde se permite la pesca y, a la larga, generan mayores capturas para los pescadores, o que una mayor biodiversidad puede ayudar a las comunidades a desarrollar industrias relacionadas con el ecoturismo y fuentes alternativas de ingresos.

Canty y sus colegas encontraron pruebas de que las zonas marinas protegidas más recientes, creadas con mayor participación y liderazgo de las comunidades locales, funcionaban mejor que las zonas más antiguas “impuestas” por los gobiernos federales.

Según Nowakowski, las zonas marinas protegidas con prohibiciones estrictas de pesca “no son la panacea”, pero constituyen una posible herramienta dentro de un conjunto que incluye otras estrategias de conservación como la limitación de la pesca, la pesca estacional y la devolución de las hembras con huevos.

c.2023 The New York Times Company