La presencia soviética en la revolución cubana empezó desde la Sierra Maestra | Opinión

He leído el excelente reportaje de Nora Gámez Torres del domingo 23 de octubre de 2022, “Nuevo documento muestra la temprana influencia soviética en la revolución cubana”, que se refiere a una reunión del 18 de julio de 1960 entre Nikita Jruschov y Raúl Castro. Y las promesas de Raúl a Jruschov de que ya habían colocado comunistas en puestos clave desde mucho antes —que lo habían notado los colegas— en los ministerios y departamentos importantes del gobierno.

Pero ya esa presencia databa de la Sierra Maestra. No solo porque ideológicamente hubiera comunistas como el Che Guevara y Raúl Castro al frente de la revolución, sino también agentes secretos de la Unión Soviética.

Dos de estos agentes, aunque no eran del Partido Socialista Popular, se presentaron en nuestra casa de la calle Conill 556, en El Nuevo Vedado en 1958, desconocidos para mí, que mi esposo Pedro Vicente Aja y Jorge (desde 1952, en La Habana, hasta que falleció en Puerto Rico en 1962) me aclaró secretamente que eran espías soviéticos, y lo venían a invitar a que se uniera a ellos en la Sierra Maestra, porque esta vez sí que iban a triunfar, le aseguraron.

Los conocía muy bien, porque habían sido los mismos que lo habían invitado en 1943 al Congreso Antifascista, que se celebraría en México. (Según El Basilisco fue organizado por Acción Democrática Internacional, pero Andrea Acle-Kreysing dice que fue Freies Deutschland que organizó un Primer Congreso Antifascista en 1943, con delegados de América Latina.)

Aquí en Miami constaté fechas y hechos con el doctor Virgilio Beato, antes de que él falleciera, ya que había coincidido en México en el mismo Congreso de 1943, con Aja, cuando eran estudiantes universitarios. En ese año Aja tenía 22 años, era estudiante de Filosofía y Letras y de Derecho, además era presidente de las Juventudes Evangélicas de Cuba, había sido director del periódico universitario y, sobre todo, era simpatizante de ideas izquierdistas. Con la Segunda Guerra Mundial en pleno apogeo, era obvio que aceptaría ir para hablar contra el fascismo.

En 1958 la situación había cambiado de modo radical. Aja era secretario del Congreso por la Libertad de la Cultura (Llerena del 26 de Julio, exiliado en Nueva York), y había escrito desde el año 1953 para la revista Cuadernos del Congreso, publicada en París. Es más, encabezaba el machón en orden alfabético de colaboradores, que incluían a Octavio Paz y Jorge Luis Borges. Era una organización fundada en 1950, que buscaba a desafectos con el régimen comunista, especialmente por la dictadura estalinista. Sus iniciadores contaban con artistas e intelectuales de renombre como Bertrand Russell, Karl Jaspers, Arthur Schlesinger, Jr. y Tennessee Williams.

Sin embargo, estos mismos personajes secretos a mis puertas eran aún agentes soviéticos en 1958, y venían a convencer a Aja, porque ahora tenían promesas de cooperación rusa, los mismos recursos de la fórmula que Fidel Castro tardó en revelar hasta el año 1961. No era solo la ideología, era el tomar partido en la consabida Guerra Fría entre los dos poderes mundiales.

Los cubanos creyeron en el término “humanista” que usaban como ideología para la Revolución, “verde como las palmas”, que luego muchos modificaron, cuando se dieron cuenta de que la Revolución era “como el melón, verde por fuera y rojo por dentro”, frase que se repetía secretamente.

Lo que Aja y los anónimos visitantes hablaron en la cerrada biblioteca no lo escuché literalmente, pero sí me lo informó después, y además sobre lo que iba a hacer urgentemente: ver a José Manuel Cortina que era presidente del CLC en La Habana en esos momentos y a otros colegas políticos. Les iba a proponer que formaran una junta temporal de gobierno, pidiendo la cooperación del dictador militar Fulgencio Batista, antes de que el poder cayera en manos de los pro-soviéticos.

Pero nadie le creyó, los maestros jesuitas de Fidel en el colegio de Belén les habían asegurado que él era católico, y nunca permitiría el comunismo, y mucho menos podían aceptar que hubiese pactos con los soviéticos. La gente confiaba plenamente en que los americanos no lo permitirían a 90 millas de sus costas. ¡Quién lo diría!

En enero de 1959 bajaron de la Sierra Maestra los alzados con rosarios y cruces al cuello. ¿Se basaba la mentira en que eso se lo había prometido Fidel a sus antiguos maestros? Además, ¿por qué rechazó Fidel las ofertas de ayuda de Estados Unidos prontamente, cuando la economía cubana dependía de este país en gran medida? Se puede especular que ya tenía algunas ofertas firmes de Rusia, que no le exigiría elecciones, ni democracia al estilo occidental, como en realidad sucedió.

Era la Guerra Fría, ¿quién le ofrecía poder omnímodo a Fidel? La URSS, y no USA. Es una historia que demuestra que no se puede ser demasiado confiado cuando se ven señales extrañas, como las que da a diario el nuevo dictador ruso, Putin, y luego confiar sin hacer nada. Parece que él quiere restablecer el imperio ruso del siglo XX a cualquier costo.

Olga Connor es una escritora cubana.