¿Por qué le piden un test de drogas a Sanna Marin y no a Boris Johnson?

No te fíes de la gente que no tiene vida, porque entonces su obsesión principal será joderte la tuya. Veo a Sanna Marin divirtiéndose este verano en casa de unos amigos en una fiesta privada y me vuelvo fan. Una mujer joven bailando y riendo como si no hubiera un mañana es el momento de la vida en el que todos querríamos quedarnos a vivir para siempre.

Prefiero mil veces a una primera ministra que baila y canta a otros políticos que van de putas en las cumbres oficiales y pagan los gastos con la tarjeta del gobierno bajo el epígrafe de "gastos de lavandería". No me digan que es un hermoso símil para el desahogo de los bajos de los señoros. Lavandería Puri, nunca tan limpio.

Pero a esta mujer, bailar en casa de unos amigos, en una fiesta privada, y reír y pasárselo bien, le va a costar pasar un test de drogas delante de todo el pueblo finlandés. La sangre real es azul, su caca huele a rosas y un político no respira fuera del despacho.

A nadie se le ocurrió pedirle un test de drogas a Boris Johnson en las cuestionadas fiestas alcohólicas en Downing Street, y eso que se celebraron en una residencia oficial que pagan todos los británicos. Ni en ninguno de los momentos en los que, melena al viento, se comportaba y decía cosas en público como si alguna sustancia extraña estuviera colonizando su organismo.

Pero Boris no es mujer. Ni joven, tampoco. Ni guapa. Ni se pone pantalones vaqueros cortos y chupa de cuero para ir a un festival de música de su país. Que está bien que las reinas y las princesas, siguiendo la costumbre medieval, vayan con coronas -o como llamen a esas piedras engarzadas que se ponen en la cabeza- y bandas y vestidos decimonónicos para que sus súbditos, en fila, se arrodillen y les besen -sin tocarles- el dorso de la mano. Pero no está bien que una primera ministra se vista como cualquier joven de su edad, que es otro de los chorreos que le ha caído a Sanna Marin este verano por ir a un festival en un día festivo sin agenda oficial y contarlo en sus redes sociales.

A ver si va a ser eso peor que irse a tomar un lechazo y fumar puros junto a otros hombres corbatudos y barrigudos como tú, Manolo.

Quizá es que Sanna Marin baila de miedo, y se lo pasa genial y no lo disimula. Y eso jode mucho a los tristes amargados sin vida. Porque cuando Rajoy bailó "Mi gran noche" en formato persona sin articulaciones, todo fueron risas y nadie pidió su cabeza ni un test de alcohol en sangre.

Fuera de la oficina Marin se comporta como una persona normal. Hay vida más allá de dirigir un país. Y, tenerla, le da una perspectiva que los gobernantes encerrados en sus jaulas de oro y adulados por pelotas chupatintas nunca tendrán

El problema de Marin ya lo sabemos. Son tres, en realidad. Es mujer. Es joven. Tiene poder. Y eso hay muchos que no lo soportan, porque ya están ellos, los señoros, para venir a decirnos cómo tenemos que hacer las cosas.