¿Por qué el pollo cruzó el granero? Para participar en el estudio científico

Sasha Prasad-Shreckengast, gerente, y su colega, Jenna Holakovsky, a la derecha, trabajan con Dratch, un pollo Cornish Cross, en un estudio de aprendizaje en Farm Sanctuary en Watkins Glen, Nueva York, el 19 de octubre de 2022. (Lauren Petracca/The New York Times)
Sasha Prasad-Shreckengast, gerente, y su colega, Jenna Holakovsky, a la derecha, trabajan con Dratch, un pollo Cornish Cross, en un estudio de aprendizaje en Farm Sanctuary en Watkins Glen, Nueva York, el 19 de octubre de 2022. (Lauren Petracca/The New York Times)

WATKINS GLEN, Nueva York — Era un fresco día de octubre en Farm Sanctuary y, dentro del pequeño granero rojo, la gente pollo estaba inquieta.

Un gallo, o quizá dos, cantaban en alguna parte. Un guajolote enorme se pavoneaba por la puerta abierta, con las plumas de la cola desplegadas como un abanico ornamental. Y una bandada de gallinas de plumas blancas emitía pequeños cacareos intermitentes, una sinfonía asincrónica de estornudos.

Las gallinas padecían un brote de una enfermedad respiratoria crónica, explicó Sasha Prasad-Shreckengast, directora de investigación y bienestar animal del santuario, quien se disponía a entrar en el corral de las gallinas. Se puso guantes y protectores de zapatos, se puso un par de batas azules y se deslizó hacia el interior, poniéndose en cuclillas para encontrarse cara a cara con la primera gallina que se acercó.

“¿Usted quién es?”, dijo.

La pregunta de Prasad-Shreckengast era literal. Estaba tratando de encontrar a las aves que participaban en su estudio: una investigación sobre si a los pollos —animales a los que no se les atribuye mucha inteligencia— les gusta aprender.

Pero su pregunta también era la gran pregunta filosófica que impulsaba al nuevo equipo de investigación interno de Farm Sanctuary, una organización sin fines de lucro que ha pasado más de 35 años tratando de acabar con la crianza industrial de animales.

Una lista de verificación de medicamentos para los animales residentes en Farm Sanctuary en Watkins Glen, Nueva York, el 19 de octubre de 2022. (Lauren Petracca/The New York Times)
Una lista de verificación de medicamentos para los animales residentes en Farm Sanctuary en Watkins Glen, Nueva York, el 19 de octubre de 2022. (Lauren Petracca/The New York Times)

El trabajo no es fácil: tan solo en Estados Unidos se crían más de 90 millones de reses y se sacrifican más de 9000 millones de pollos (y 200 millones de pavos) al año. Pero hay algunas señales de un cambio social. En una encuesta de Gallup de 2019, casi 1 de cada 4 estadounidenses dijo que había disminuido su consumo de carne. Un jurado absolvió hace poco a los activistas que sacaron a dos lechones de una granja industrial. Los gigantes de la comida rápida están añadiendo carne de imitación al menú y apenas la semana pasada la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos dio luz verde al pollo cultivado en laboratorio.

Cada vez son más las investigaciones que sugieren que las especies de granja son seres inteligentes: los pollos pueden anticipar el futuro, las cabras parecen solicitar ayuda a los humanos y los cerdos pueden captar las emociones de los demás

Pero los científicos todavía saben muy poco sobre la mente de los pollos o las vacas en comparación con los simios o los perros, afirmó Christian Nawroth, científico que estudia el comportamiento y la cognición en el Instituto de Investigación de Biología de los Animales de Granja de Alemania. “Todavía me asombra lo poco que sabemos sobre los animales de granja, teniendo en cuenta la cantidad o el número de especímenes que tenemos”, comentó.

Farm Sanctuary, que se fundó en 1986, siempre ha sostenido que los animales de granja son seres sintientes e incluso hace referencia a sus residentes de dos y cuatro patas como “gente”.

“Tienen sus propios deseos y querencias y preferencias y necesidades, además de su propia vida interior, igual que los humanos”, comentó Lauri Torgerson-White, directora de investigación del santuario.

En este momento, el santuario está tratando de recabar información suficiente para convencer al público general de la humanidad de los animales.

Torgerson-White explica que: “Nuestra esperanza es que mediante la utilización de metodologías muy estrictas, podamos sacar a la luz fragmentos de información sobre la vida interior de los animales de granja para poder lograr un cambio real en los corazones y las mentes en cómo la sociedad usa a estos animales”.

El santuario está llevando a cabo la investigación conforme a sus propias normas éticas, que incluyen darles a los animales el derecho a elegir si desean participar o no en estudios. En consecuencia, los investigadores se han encontrado a veces con lo mismo que quieren demostrar: que los animales tienen mente propia.

Y hoy, los animales en “West Chicken” parecían un poco indispuestos. Prasad-Shreckengast cruzó los dedos para que algunos de ellos estuvieran quisieran hacer una breve demostración.

“Con suerte”, dijo, “la gente (la gente pollo) se sentirá con ganas e interesada en participar”.

‘Alguien, no algo’

Farm Sanctuary comenzó no como el hogar de los animales rescatados, sino como un grupo de jóvenes activistas que trabajaban para exponer la crueldad animal en las granjas, los corrales y los mataderos.

“Vivimos en un autobús escolar en una granja de tofu por un par de años”, recordó Gene Baur, presidente y cofundador de la organización. Pero en el curso de sus investigaciones, el grupo siguió encontrando “animales vivos dados por muertos y fue así como empezamos a rescatarlos”, agregó.

Abrieron santuarios en Nueva York y California, estableciendo programas educativos y campañas de defensa (recaudaron fondos con la venta de perros calientes vegetarianos en los conciertos de Grateful Dead).

Y en 2020, la organización, que ahora alberga a cerca de 700 animales, comenzó a reunir a un equipo interno de investigación. La meta era recabar más evidencias de que, en palabras de Baur, “estos animales son mucho más que pedazos de carne. Tienen emociones. Tienen una personalidad individual. Son alguien, no algo”.

El equipo de investigación trabajó con Lori Gruen, eticista animal de Universidad Wesleyan, para desarrollar una serie de lineamientos éticos. Gruen explicó que la meta era crear un marco de referencia para llevar a cabo investigación animal “sin dominio, sin control, sin instrumentalización”.

Entre otras estipulaciones, los lineamientos prohíben procedimientos invasivos —como las muestras de sangre, a menos que sean médicamente necesarias— y los estudios deben ser en beneficio de los animales, además de que la participación es voluntaria.

Los lineamientos establecen que: “Los residentes deben ser reconocidos como personas y siempre se les debe dar la elección y el control sobre su participación en un estudio experimental”.

La idea no es del todo nueva. Por ejemplo, a los animales de los zoológicos se les suele entrenar para cooperar en su propio cuidado de salud, así como en estudios que puedan derivarse de ello. Pero esas prácticas distan de ser la norma.

Para los investigadores de Farm Sanctuary, la participación voluntaria no solo era un imperativo ético, sino además el único imperativo ético, pensaban, un camino para mejorar la ciencia. Muchos estudios se han llevado a cabo en granjas o laboratorios, entornos en los que el estrés o el miedo pueden afectar al comportamiento de los animales o incluso perjudicar su rendimiento cognitivo, señalan los investigadores.

“Nuestra esperanza es que puedan decirnos más sobre cuáles son los límites máximos de su cognición y sus capacidades emocionales y estructuras sociales debido al entorno en el que se encuentran y a la forma en que realizamos la investigación”, dijo Torgerson-White.

Los investigadores decidieron empezar con un estudio sobre el tan vilipendiado pollo y la respuesta emocional de las aves al aprendizaje. “Lo llamamos ‘Las alegrías del aprendizaje’, pero no sabemos con certeza si van a experimentar alegría”, dijo Torgerson-White. “Esa es nuestra hipótesis”.

Para reclutar a sus voluntarios alados, Prasad-Shreckengast y su colega, Jenna Holakovsky, trabajaron metódicamente. Desde el otoño pasado, pasaron unos días sentadas en el corral de las gallinas, sin hacer nada, antes de abrir la puerta del pasillo donde se realizaría el experimento.

Luego, empezaron a añadir elementos de la infraestructura experimental (un mosquitero de ventana, un trozo de madera comprimida) y a repartir pienso a cualquier ave lo suficientemente valiente como para acercarse. Al cabo de unas tres semanas, tenían todo el escenario experimental montado y 13 aves que decidían entrar en él con regularidad, convirtiéndose en su cuerpo de pollos voluntarios.

Los investigadores ofrecieron a algunos de estos pollos la oportunidad de aprender algo nuevo (cómo quitarle la tapa a un tazón) y evaluaron sus estados emocionales generales, utilizando lo que se conoce como prueba de sesgo de juicio. La prueba, cuyas variaciones se han utilizado con una amplia variedad de especies, consistía en medir la rapidez con la que los pollos se acercaban a un tazón misterioso y a su contenido desconocido.

La teoría era que un pollo con un estado de ánimo generalmente positivo sería más propenso a suponer que el recipiente contenía algo bueno, como comida, y se acercaría a él con más rapidez que un pollo desmotivado.

Hasta ahora, los investigadores han analizado ocho pollos, la mitad de los cuales formaban parte del grupo de control y es demasiado pronto para sacar conclusiones firmes sobre la especie de los pollos (el grupo original de voluntarios se redujo después de que un ave murió, otra no cumplió los criterios del estudio y otras tres abandonaron el estudio, una de ellas para pasar el tiempo empollando. “Creo que estaba muy motivada para sentarse sobre algunos huevos”, dijo Prasad-Shreckengast).

Pero los datos preliminares sugieren que el aprendizaje parecía mejorar el estado de ánimo de algunas de las aves (lo digo por ustedes: Shirley y Murielle).

Torgerson-White reconoció que cambiar las actitudes públicas y las prácticas sociales es un proyecto a largo plazo. Pero ella y sus colegas intentan impulsarlo desde los prados de Watkins Glen, donde los animales son personas y los residentes no son sujetos científicos, sino socios de la investigación.

“No estamos extrayendo información o conocimientos de ellos”, dijo Prasad-Shreckengast. “Estamos aprendiendo juntos y ellos nos enseñan lo que quieren y de lo que son capaces”.

c.2022 The New York Times Company