Un policía estatal que intervino en Sandy Hook recuerda la masacre diez años después

Eric Mueller coloca un ángel de madera por cada víctima de la masacre en la Escuela Primaria Sandy Hook frente a su casa en Newtown, Connecticut. (Michael Appleton/The New York Times)
Eric Mueller coloca un ángel de madera por cada víctima de la masacre en la Escuela Primaria Sandy Hook frente a su casa en Newtown, Connecticut. (Michael Appleton/The New York Times)

NEWTOWN, Connecticut— Bill Cario, quien fue uno de los primeros oficiales de la ley en ingresar a la escuela primaria Sandy Hook el 14 de diciembre de 2012, es categórico cuando afirma que un artículo sobre el décimo aniversario de la masacre que le cegó la vida a 20 alumnos de primer grado y a seis educadores no debe centrarse en él.

Cario afirma que la historia debe centrarse en Rick Thorne, el conserje de la escuela que tras escuchar disparos se movió por los pasillos cerrando con llave las aulas para proteger a los que estaban adentro. O en el oficial no identificado que ayudó a liderar la caza del pistolero sabiendo que su hijo estaba en algún lugar de la escuela.

O en Rachael Van Ness, la detective policial que lavó a mano la ropa que los niños usaron ese día y devolvió los artículos a sus padres en luto, dispuestos en pequeños baúles que ella misma decoró con los colores favoritos de cada niño.

Y, sobre todo, Cario cree que el artículo debe centrarse en las propias familias, que han honrado a sus seres queridos con incontables actos de caridad y servicio público.

No hay ninguna fotografía de Cario en este artículo porque así lo quiso él.

“Te estoy contando lo que todos los demás hicieron. No hice nada solo, y todavía es así”, afirmó Cario durante un almuerzo en el restaurante Blue Colony en Newtown.

Pero muchos a los que Cario da crédito afirman que es él quien encarna una intervención en Sandy Hook que comenzó con un sentido del deber y culminó con amor.

Residentes locales se reúnen para un servicio de oración interreligioso en Newtown, Connecticut, el 16 de diciembre de 2012, días después de la masacre en la Escuela Primaria Sandy Hook. (Marcus Yam/The New York Times)
Residentes locales se reúnen para un servicio de oración interreligioso en Newtown, Connecticut, el 16 de diciembre de 2012, días después de la masacre en la Escuela Primaria Sandy Hook. (Marcus Yam/The New York Times)

“Es el prototipo de alguien que lucha por el bien. Es quien nos ha mantenido centrados”, afirmó Bill Lavin, un exbombero de Nueva Jersey y fundador de la Fundación Where Angels Play, la cual construyó 26 parques infantiles para conmemorar a las víctimas. “Pero es difícil lograr que Bill verbalice algo de eso”.

Cario era un sargento de la policía estatal de Connecticut que estaba estacionado cerca de Newtown cuando recibió la llamada de emergencia ese día. Cuando entró corriendo a la escuela, se encontró con Natalie Hammond, una educadora que había sido herida, refugiada en una sala de conferencias. Cario le dijo que volvería por ella, y con un oficial de policía de Newtown corrió en busca del pistolero, cuyo cuerpo encontraron momentos después.

Luego, dentro del salón de clases que albergaba a la mayoría de las víctimas más jóvenes, encontró a Ben Wheeler, de 6 años, quien aún respiraba pero que tenía heridas que dejaban pocas esperanzas de supervivencia. A Cario y a sus compañeros les atormenta el no haber podido salvar a quienes murieron ese día. Sin embargo, podían proteger a sus familias si acordaban nunca hablar de lo que vieron ese día con nadie más que con ellos.

Cario mantuvo este código a través del estrés postraumático, un divorcio, la jubilación y una nueva lucha contra una enfermedad potencialmente mortal. Al resistirse a ser el foco de atención, los patrulleros estatales ayudaron a preservar la capacidad de las familias para lidiar con la masacre bajo sus propios términos, afirmó esta semana David Wheeler, el padre de Ben.

Aunque “un deseo de tener información siempre está zumbando en mi cabeza”, afirmó Wheeler, comenzó a saber más sobre los últimos momentos de Ben solo recientemente, cuando pensó que tenía la fuerza para examinar a profundidad los informes de lo sucedido ese día. Desde entonces, su investigación ha fortalecido su aprecio por las acciones —y el silencio— de los oficiales.

“Su postura, por defecto, fue no asumir que queríamos la información que tenían. Fue asegurarse de que, por encima de todo, fueran cuidadosos y protectores”, afirmó Wheeler en una entrevista.

“Cuanto más sepa el mundo sobre Bill Cario, mejor”, agregó Wheeler. “Siento lo mismo con todo el equipo”.

Un informe, y luego silencio

Todo lo que se sabe públicamente sobre la experiencia de Cario después del tiroteo se encuentra en sus informes oficiales.

Cario describió haber ingresado al aula número 8, la cual parecía vacía hasta que él y otro oficial se asomaron al baño del salón. Quince niños habían intentado esconderse en el espacio de aproximadamente 1 por 1,30 metros.

“Mientras miraba incrédulo la escena, reconocí el rostro de un pequeño niño”, escribió Cario. Su angustia quedó manifiesta incluso en el registro escrito.

“El rostro de ese pequeño niño es la única imagen específica que tengo de ese salón”.

El niño en cuestión era Ben Wheeler. El protocolo de intervención exigió que Cario atendiera primero a Hammond, para detener su hemorragia. Luego corrió, cargando a Ben, a una patrulla cerca de la entrada de la escuela, la cual los transportó a una ambulancia que estaba en espera. El niño falleció minutos después, camino al hospital. Hammond sobrevivió.

La elección que Cario tuvo que hacer por obligación ese día lo atormentó, pero no habló públicamente al respecto.

Un encuentro en la escuela

Después de la masacre, el estado de Connecticut le asignó un policía a cada familia que deseara uno, para protegerlos y guiarlos durante la investigación subsiguiente. Uno de sus deberes fue acompañar a los familiares que quisieran visitar la escuela antes de que fuera demolida.

“Durante mucho tiempo no quise ver nada, y de repente una mañana me desperté sintiendo que debía ir”, contó David Wheeler. Su esposa y madre de Ben, Francine Wheeler, visitó la escuela en otro momento.

Wheeler llegó acompañado por Francine y el pastor de Ben, y fue recibido por un pequeño grupo de policías estatales, incluido Cario, quien permaneció allí, en silencio. Las cuadrillas habían retirado todo lo que había sido tocado por la masacre: baldosas, alfombras, paneles de yeso. El baño donde habían muerto Ben y sus compañeros de clase estaba completamente desmantelado.

Observar el diminuto espacio “fue algo muy difícil”, recordó Wheeler. Los policías estatales le dijeron que le contarían cualquier detalle que necesitara saber. “La única pregunta que se me ocurrió hacer fue: ‘¿Cuántos casquillos de bala encontraron aquí en el piso?’ y me respondieron ‘80’. Fue demoledor”.

Sin embargo, hubo otra conversación entre Wheeler y Cario. Los detalles de esta siguen siendo privados, pero ambos afirman que les trajo paz.

“Me alegra tanto que estuviera allí”, afirmó Wheeler. “Hay algo más que significativo en el hecho de que se tomara el tiempo para decir: ‘Si David va a la escuela, yo también debería estar allí’”.

La semana pasada, Cario respondió a una solicitud de entrevista con un mensaje de texto: “La entrevista dependerá del enfoque que le vayas a dar”. Se refería a que los demás debían ser el foco del artículo, no él. “Solo fui una tuerca en la maquinaria de la policía estatal y estoy agradecido de haber compartido el uniforme con tantas personas increíbles”, afirmó.

“Esto me parte el corazón, pero a cualquier persona en Estados Unidos que tenga corazón le pasa lo mismo”, afirmó Cario en una conversación posterior. Su sufrimiento personal se centra en el hecho de que “no pude hacer nada para evitar ese desenlace”.

Cario recuerda la fecha de la masacre a su manera. A menudo visita las tumbas de los niños. Para él, el silencio contrasta con los hechos de aquel día.

En una de sus visitas a un cementerio, poco después de la masacre, Cario conoció a Roy, un hombre mayor que pasaba la mayoría de los días en las tumbas de su esposa y de una hija que había fallecido ese mismo año. El hombre, un veterano de la Segunda Guerra Mundial, le propuso “lidiar con esto juntos”, contó Cario. Comenzaron a reunirse para tomar un café o unas cervezas.

Roy le pidió a su otra hija que llamara por teléfono a Cario los días en los que los problemas de salud mantuvieran al anciano confinado en casa. Roy falleció hace un par de años, pero el veterano de la Segunda Guerra Mundial permanece en la larga lista de personas a las que Cario prefiere que se le rinda honores en lugar de a sí mismo.

Para Cario, el 14 de diciembre de este año llega en medio de un agotador tratamiento para el cáncer de páncreas. Su enfermedad es otro tema del que Cario prefiere no conversar. Wheeler no sabía que Cario estaba enfermo.

“Hay una parte de mí que desearía que hubiera hecho mayores esfuerzos para obligar de alguna manera a Bill Cario y a los demás a ser parte de mi vida, y así hacerles saber lo importantes que son”, dijo Wheeler esta semana. “Pero creo que quizás no sucedió porque, de alguna manera, no se suponía que sucediera”.

Cario estuvo de acuerdo. Su conversación con Wheeler en la escuela vacía hace una década le dijo todo lo que debía saber.

“Sus palabras me hicieron mucho bien”, afirmó Cario. “Dijo que entendía”.

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