La polémica de Irene Montero demuestra la defunción de la dignidad política

Irene Montero (Podemos) dialoga con los diputados del PP Carlos Aragonés y Guillermo Mariscal en un receso del debate parlamentario del Congreso.
Irene Montero (Podemos) dialoga con los diputados del PP Carlos Aragonés y Guillermo Mariscal en un receso del debate parlamentario del Congreso. (Photo By Eduardo Parra/Europa Press via Getty Images)

Viendo el severo correctivo que Irene Montero le infligió a Marta González ayer en el Congreso de los Diputados a cuenta de la 'ley trans', es probable que buena parte de la clase política entienda que a la ministra de Igualdad no le hace falta el apoyo de nadie para tumbar y ridiculizar algunos de los embistes artificiales que acostumbra a sufrir como el ya citado caso de la diputada del PP. Y aunque no existiera esa sensación, es harto difícil ver hoy en día a un político salir a defender a un colega de signo contrario incluso cuando la sinrazón impregna todo el ambiente. Lo hacen por temor a ser acusados de timoratos por los suyos y porque la primera ley del juego político actual es la de que el fin justifica los medios. Incluso si por el camino se olvida la dignidad.

Todo esto viene al caso de la acusación que se le ha hecho a Montero por, abróchense los cinturones, "promover la pederastia" al hilo de unas declaraciones sobre educación sexual para, entre otros, prevenir los abusos. La polémica es tan marciana que no merece la pena entrar a detallarla. Pero, tras ser iniciadas por asociaciones franquistas, amplificada por bots de extrema derecha y solemnizada por Vox y, en menor medida, Ciudadanos, la bola se ha hecho cada vez más grande.

Comparar la educación sexual sobre la pederastia solo puede provenir de quien, precisamente, ha rechazado que se investiguen los miles de casos de abuso sexual practicados por miembros de la Iglesia católica en España. "Hay que tener la mente sucia", acertó a concluir el presentador Risto Mejide pese a mantener posicionamientos ideológicos muy enfrentados a los de la ministra de Unidas Podemos.

Pero ese ejercicio de juego limpio aparcando las siglas para preservar la dignidad y el decoro de la política realizado por Mejide no lo ha replicado casi ningún político. Y eso es lo lamentable. La discusión y la confrontación política es necesaria. Realizándola sobre una mínima base de nobleza y decoro es lo que permite reforzar y blindar las democracias. Y deberían de ser cientos los diputados y dirigentes de todos los partidos los que salieran públicamente a señalar la zafiedad con la que se ha criticado en esta ocasión a la ministra de Igualdad. Pero no ha ocurrido con la contundencia requerida.

Muchísimos han guardado silencio, como ha ocurrido en el PP. Pero hay momentos en los que guardar silencio se queda corto. Porque con esta deriva cualquier día le puede pasar algo parecido a uno mismo.

Todo ello sin mencionar que politizar la violación infantil para tratar de arañar cuatro votos y desgastar a un rival es, a todas luces, aberrante. Pero en Vox ya se pueden dar por satisfechos. Como recoge Natalia Junquera, “Twitter lleva la friolera de tres días (más de 180.000 tuits) discutiendo si España tiene una ministra pederasta o, al menos, simpatizante, mientras no se habla, por ejemplo, del protocolo sanitario de la Comunidad de Madrid que, entre otros, negó la atención médica a un joven con síndrome de Down en plena pandemia o frenó traslados de personas mayores enfermas de covid desde las residencias a los hospitales.

En vídeo | Pederastia en la Iglesia católica | España da un paso sin precedentes para investigar los abusos

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