La poesía de Ida Vitale está en permanente diálogo con la literatura universal

Ida Vitale en 2018. <a href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Ida_Vitale.jpg" rel="nofollow noopener" target="_blank" data-ylk="slk:Intendencia de Montevideo / Agustín Fernández Gabard;elm:context_link;itc:0;sec:content-canvas" class="link ">Intendencia de Montevideo / Agustín Fernández Gabard</a>, <a href="http://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/" rel="nofollow noopener" target="_blank" data-ylk="slk:CC BY-SA;elm:context_link;itc:0;sec:content-canvas" class="link ">CC BY-SA</a>

La poeta centenaria Ida Vitale (Montevideo, 1923) es la última representante viva de la generación del 45, grupo literario uruguayo en el que se encontraba también Mario Benedetti.

En 2018 recibiría el premio Cervantes en reconocimiento a una trayectoria poética que empezó en 1949 y que ha continuado hasta nuestros días, caracterizada por una concepción universal de la literatura. Para ella, la literatura no tiene por qué limitarse a una lengua, a un tiempo ni a un territorio concretos.

Esto entronca con una de las ideas fundamentales de la literatura: la intertextualidad. La intertextualidad es, esencialmente, el diálogo que se produce entre las distintas literaturas, entre las distintas obras. Todo texto es, en realidad, una conversación con otro texto. Por tanto, la literatura consiste en la absorción y transformación de textos previos.

Esta idea nos remite al viejo tópico “nada nuevo bajo el sol” y, en efecto, a problematizar el concepto de originalidad. Si la literatura se crea desde sí misma, si ya todo ha sido dicho, ¿es posible ser original?

Esto se planteará Vitale desde el inicio de su trayectoria, y de hecho, lo verbaliza en su poema “Canon” (1953):

“Ya todo ha sido dicho

y un resplandor de siglos

lo defiende del eco”.

En este mismo poema se preguntará si es posible decir algo de forma

nueva, extrema, mía

bajo un nombre hasta ahora inadvertido,

y único y necesario".

Su conclusión será que hacer literatura consiste en “jardines vueltos polvo, y de nuevo levantados”. Así, para Vitale si bien todo ha sido dicho, todo ha de volver a decirse. La intertextualidad, por tanto, actuaría como método para volver a levantar los jardines de la Literatura. Vitale encierra en una “cifra nueva, extrema y suya” motivos que han acompañado, a través del “resplandor de los siglos”, a la tradición literaria.

Las mujeres que tejen en Ida Vitale

En el diálogo con otros textos, Ida Vitale se ocupa de la tradición de la mitología grecolatina. La escritura femenina se convierte en una labor que se representa con la mujer que teje. La poeta teje y desteje sus poemas, revisándolos y reescribiéndolos. En esa decisión se asimila con Penélope, la esposa de Ulises.

Como símbolo de su fidelidad, Penélope inventa una manera de evitar volver a casarse. Pacta con los pretendientes que escogerá a alguno tras tejer el sudario con el que enterrarán a su suegro, pero por las noches desteje todo lo que ha hecho durante el día.

Con este ardid, Penélope es fiel a su marido durante los 20 años que tarda en volver a Ítaca: pelea durante una década en la guerra de Troya y luego tarda otra en realizar el viaje de vuelta a casa. La tradición convierte a Penélope en la esposa perfecta, porque su amor sostiene su paciencia.

Pero ¿qué piensa Penélope mientras espera? ¿Qué siente en su reencuentro con su marido después de 20 años? Ida Vitale se dirige a la fiel tejedora en “La grieta en el aire” (1998), uno de sus poemas más conocidos. En él, otorga a la esposa el protagonismo que la tradición le había negado.

Tejes la muerte, el canto,

Penélope que sabes a ciegas

del periplo

y la ruta sin gloria_

(…)

retírate

al dibujo difícil de tu tela asesina.

Olvídate del canto.

La tela, que podría ser una escritura o una reescritura de las aventuras, reescribe no la supuesta brillantez de los héroes, sino la muerte. Penélope es protagonista, es sabia y es conocedora de lo que sucede. Aunque calla, construye la muerte.

Coser es también la función de la protagonista de “Obligaciones diarias” (1960), que remite a Ariadna. Si la princesa había liberado del laberinto a Teseo, que la abandonó, aquí Ida Vitale nos presenta a una tejedora que no debe pensar:

Pasa, por esta misma aguja enhebradora,

tarde tras tarde,

entre una tela y otra,

el agridulce sueño,

las porciones de cielo destrozado.

Y que siempre entre manos un ovillo

interminable se devane

como en las vueltas de otro laberinto.

Pero no pienses,

no procures,

teje.

Cuando Ida Vitale utiliza la mitología grecolatina, no busca el deslumbramiento de sus lectores, sino que toma los personajes y sus historias asociadas para apropiárselos. Por eso, Penélope y Ariadna son familiares, cercanas, podrían ser cualquiera de las mujeres que todos conocemos.

Actos de conciliación

En la poesía de Vitale existirá una forma concreta de diálogos intertextuales, a los que llamamos actos de conciliación. En estos poemas Vitale escribirá un poema nuevo a partir de un verso de otros autores.

De esta forma se manifiesta que, aún diciendo lo mismo, el significado cambia al cambiar el contexto en el que se dice. Para Vitale supondrá, a su vez, la oportunidad de homenajear y dialogar con aquellos autores a los que admira.

Esta fórmula la acompañará a lo largo de toda su trayectoria. Así, establecerá diálogos intertextuales con autores como Stéphane Mallarmé, Constantino Cavafis o Paul Celan.

Un ejemplo de esta forma de hacer poesía lo encontramos en el poema “Laureles” (1998). En él dialogará con el romántico francés Théodore de Banville (1823-1891) partiendo de su poema “No iremos más al bosque”.

Banville propondrá una estructura circular, que comienza y acaba con el mismo verso. En él, rememorará el bosque como un espacio ideal arrebatado:

No iremos más al bosque, cortaron los laureles,

los amores y náyades de las claras cascadas

ven cómo brilla el sol en sus limpios cristales,

las ondas van vertiendo sus copas encantadas.

Cortaron los laureles, y los ciervos del bosque

huyen al escuchar los cuernos de la caza.

No iremos, pues, allí en donde tiempos pasados

corrían en sus juegos los niños en bandadas,

entre lirios de plata que rociaba el cielo.

Ya está el bosque talado y la hierba segada…

No iremos más al bosque, cortaron los laureles.

Vitale tomará este verso para convertirlo en el leitmotiv de su poema. Desarrollará así el mismo tema que Banville, pero actualizándolo y adaptándolo a su siglo, doscientos años después:

No iremos más al bosque,

cortaron los laureles,

cortaron los cipreses,

los álamos, los robles

las civiles palmeras,

la atinada araucaria,

el pino, el eucalipto

después de escarmentarlos.

No iremos más al bosque,

en ningún lado, ¿a dónde?,

si el desierto prospera

más que la mala hierba.

Cortaron los laureles

el aire, la esperanza,

cortaron lo posible:

cortaron lo cortable,

las nubes en lo alto,

los ríos a sus pies.

Nuestra muerte madura

con la muerte del pez.

Vitale entronca aquí con la ecopoesía, que abordan autoras como Claribel Alegría. Refleja así un claro mensaje contra el ecocidio en los versos finales. De este modo, dialoga con Banville para ampliar y actualizar el tema de su poema. Mientras que en el siglo XIX, para Banville, cortar los laureles significaba perder un lugar de ocio y recreo, para Vitale, en el siglo XXI, cortar los laureles supondrá la muerte de su especie.

Pero este tipo de diálogo no se cierra únicamente a otros poemas. Estos actos de conciliación se producirán también con filósofos, de los que tomará conceptos o ideas clave para dialogar con ellas.

Es el caso del poema “Agradecimiento”, en el que dialogará con el alemán Peter Sloterdijk y su “metafísico animal de la ausencia”, actualizando así sus reflexiones en torno a la necesidad de ausentarse para poder estar presente en el mundo. Este diálogo se producirá también en “Sanminiato”, esta vez con el filósofo clásico Platón:

no hay defecto en las cosas celestes

ni una mezquina envidia

que haga que los dioses se avergüencen

de presentarse ante nosotros.

Volvemos así, con Platón y los dioses, al origen. Ida Vitale renovará la tradición literaria a través de los mitos y actos de conciliación gracias a su concepción universal de la literatura. Para ella, la literatura nunca termina, sino que adquiere nuevos significados para nuevos contextos.