Poderoso psicodélico genera aún más atención como tratamiento para la adicción a los opioides

Una valla publicitaria que muestra las muertes por sobredosis en Louisville en 2022, cerca del centro de Louisville, Kentucky, 29 de noviembre de 2023. (Andrew Cenci/The New York Times)
Una valla publicitaria que muestra las muertes por sobredosis en Louisville en 2022, cerca del centro de Louisville, Kentucky, 29 de noviembre de 2023. (Andrew Cenci/The New York Times)

LOUISVILLE, Kentucky — La ibogaína, un formidable alucinógeno elaborado a partir de la raíz de un arbusto originario de África Central, no es para tímidos. Provoca un angustioso viaje psicodélico que puede durar más de 24 horas, y la droga puede causar paros cardiacos súbitos y la muerte.

Pero los científicos que han estudiado la ibogaína han reportado hallazgos sorprendentes. Según una serie de estudios pequeños, casi dos tercios de las personas adictas a los opiáceos y al “crack” que fueron tratadas con el compuesto en un entorno terapéutico se curaron eficazmente de sus hábitos, muchas de ellas tras una sola sesión.

La ibogaína proporciona dos beneficios al parecer distintos. Por un lado, calma la agonía de la abstinencia de opiáceos y el ansia de consumirlos y, por otro, da a los pacientes un afán de sobriedad al estilo de los que nacen de nuevo.

Ahora, tras décadas en la sombra y con más de 100.000 muertes al año por sobredosis de opiáceos, la ibogaína está despertando un nuevo interés entre los investigadores, quienes creen que tiene potencial para tratar el trastorno por consumo de opiáceos.

“No es exagerado decir que la ibogaína me salvó la vida, me ha permitido enmendarme con las personas a las que hice daño y me ha ayudado a aprender a quererme de nuevo”, afirmó Jessica Blackburn, de 37 años, que se está recuperando de una adicción a la heroína y lleva ocho años sobria. “Mi mayor frustración es que más gente no tenga acceso a ella”.

Eso se debe a que la ibogaína es ilegal en Estados Unidos. Los pacientes tienen que ir al extranjero para recibir terapia con ibogaína, a menudo en clínicas no reguladas que ofrecen poca supervisión médica.

La Coalición para la Reducción de Daños de Kentucky, que ha estado luchando contra un aumento de las muertes por sobredosis, en Louisville, Kentucky, 29 de noviembre de 2023. (Andrew Cenci/The New York Times)
La Coalición para la Reducción de Daños de Kentucky, que ha estado luchando contra un aumento de las muertes por sobredosis, en Louisville, Kentucky, 29 de noviembre de 2023. (Andrew Cenci/The New York Times)

Kentucky y Ohio están estudiando propuestas para gastar millones de dólares del dinero de los acuerdos sobre opioides en ensayos clínicos para la terapia con ibogaína. Además, las autoridades sanitarias federales se han mostrado dispuestas a permitir que se vuelva a estudiar esta droga, más de 40 años después de que se suspendieran las investigaciones por las inquietudes sobre sus riesgos cardiacos.

La empresa farmacéutica Atai Life Sciences está invirtiendo millones de dólares en la investigación del compuesto, y los congresistas de ambos partidos han estado presionando al gobierno para que promueva la investigación de la ibogaína para el consumo de sustancias, el trastorno de estrés postraumático y otros problemas de salud mental.

Para Deborah Mash, catedrática de neurología de la Universidad de Miami que empezó a estudiar la ibogaína a principios de la década de 1990, el creciente interés es una reivindicación de su creencia de que el compuesto podría ayudar a paliar la crisis de los opiáceos. “La ibogaína no es una bala de plata, y no funcionará para todo el mundo, pero es el fármaco más potente que he visto para interrumpir la adicción”, aseguró.

Los investigadores también han estudiado la capacidad de la ibogaína para tratar otros problemas difíciles de salud mental. Un pequeño estudio publicado este año en la revista Nature Medicine descubrió que los veteranos militares con lesiones cerebrales traumáticas que se sometieron a una única sesión de terapia con ibogaína experimentaron notables mejoras en la discapacidad, los síntomas psiquiátricos y la cognición.

No se registraron efectos secundarios adversos entre los 30 participantes del estudio, que fueron seguidos durante un mes. No hubo grupo de control.

Nolan Williams, autor principal del estudio, dijo que los resultados eran especialmente notables dada la falta de opciones terapéuticas para las lesiones cerebrales traumáticas.

“Son los efectos farmacológicos más espectaculares que he captado en un estudio observacional”, señaló Williams, director del Laboratorio de Estimulación Cerebral de la Universidad de Stanford.

Él y otros investigadores se apresuran a reconocer las limitaciones de la ciencia existente sobre la terapia con ibogaína. “Sin la autorización de la FDA para realizar estudios, no se pueden llevar a cabo ensayos aleatorios, que son el patrón dorado de los estudios clínicos”, comentó Williams, refiriéndose a la Administración de Alimentos y Medicamentos.

Se sabe que la ibogaína induce arritmias (latidos irregulares del corazón) que, en casos graves, pueden provocar paros cardiacos mortales.

Otros investigadores se muestran más escépticos sobre su potencial como terapia contra la adicción de amplio acceso. William Stoops, catedrático de Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Kentucky especializado en trastornos por consumo de sustancias, afirmó que los riesgos cardiacos de la ibogaína la convertían en una mala candidata para su regulación.

El Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas, que forma parte de los Institutos Nacionales de Salud, ya ha empezado a financiar estudios sobre análogos de la ibogaína, compuestos químicamente relacionados que podrían proporcionar los beneficios terapéuticos sin los riesgos para la salud. La directora de la agencia, Nora Volkow, declaró que llevaba mucho tiempo intrigada por el potencial de la ibogaína contra la adicción, y recelosa de sus riesgos cardiacos.

Sin embargo, los tratamientos existentes para el trastorno por consumo de opiáceos, como la metadona y la buprenorfina, son imperfectos, señaló, y la mitad de los pacientes dejan de tomarlos al cabo de seis meses.

Uno de los principales obstáculos para el estudio de la ibogaína es su clasificación como droga de la Lista 1, un compuesto “sin uso médico actualmente aceptado y con un alto potencial de abuso”, según la Administración de Control de Drogas.

Muchos investigadores afirman que esa clasificación es errónea.

“La gente no la toma para ir a fiestas o para acabar en grupos de drogas recreativas”, dijo Gul Dolen, neurocientífica del Centro Berkeley para la Ciencia de los Psicodélicos de la Universidad de California en Berkeley, que ha estudiado los efectos de la ibogaína en el cerebro. “La mayoría de la gente que lo hace dice que no quiere volver a tomarla”.

Desde el año pasado, una comisión estatal de Kentucky, creada y supervisada por el fiscal general republicano del estado, ha estado considerando gastar 42 millones de dólares de los 800 millones de dólares de los fondos del acuerdo sobre opioides en la investigación de la ibogaína.

En las afueras del centro de Louisville, Kentucky, donde las autoridades han estado luchando contra una ola de muertes por sobredosis, hay un interés generalizado por la terapia con ibogaína, aunque aún falten años para que se apruebe legalmente el tratamiento.

“Tenemos que probar algo, porque estamos desesperados”, dijo una mañana Henry Lucas, director de operaciones de la Coalición para la Reducción de Daños de Kentucky, que lleva mucho tiempo recuperándose de su dependencia de los opiáceos, mientras se dirigía a una unidad sanitaria móvil en el oeste de Louisville. Cuando llegó, media decena de personas ya habían empezado a reunirse para recibir las barritas de proteínas, las tiras reactivas de fentanilo y la ropa de abrigo que se distribuyen gratuitamente.

Jason Rogers, electricista de 44 años, estaba en la cola, temblando y delgado como un rayo. Sus extremidades mostraban las cicatrices de veinte años de adicción a la heroína, que comenzó cuando probó los analgésicos Lortab del botiquín de su abuelo. “Empecé drogándome, pero me he quedado atrapado en este ciclo en el que no hago más que perseguirme la cola”, aseguró.

Rogers dijo que había tomado y dejado la metadona durante años, pero que el miedo al síndrome de abstinencia había frustrado cualquier recuperación significativa. Había oído en la calle que la ibogaína le ayudaría durante la desintoxicación, pero no tiene los 5000 dólares que cobran las clínicas mexicanas por la terapia.

“Haría cualquier cosa por desintoxicarme”, afirmó. “Llegados a este punto, necesito un milagro”.

c.2024 The New York Times Company