Poder, dulce poder ¿Existen personas no corruptas? Alina Rubi | Opinión

Si descifráramos el poder, entenderíamos el encanto que matiza las acciones de las personas, y lo infinitamente perverso que esconden sus conductas.

Maquiavelo dejó notas sobre cómo emplear la manipulación y la maldad para mantenerse en el poder, a él le debemos la frase “Es más seguro ser temido que amado”. Actualmente hay muchos que compiten con él a través de sus actos cuando han tenido, tienen o quieren el poder. El poder corrupto ha generado un sinfín de desastres en el mundo, y protagonistas sobran.

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Existen evidencias, a través de investigaciones, que han confirmado que ejercer el poder afecta el lóbulo frontal de forma similar a cuando se produce un daño cerebral traumático. Las áreas en nuestro cerebro que detectan el dolor de otras personas, las relacionadas a la empatía, se vuelven violentas, creándose un distanciamiento de los demás.

El poder, es inherente a nuestra condición humana, y trasciende las barreras del poder que ejercen los políticos, aunque este sea el más popular.

Muchos opinan que el poder corrompe a los políticos, aunque poder no signifique precisamente corrupción. Quizás corrompa, pero no a todos. Lo que sucede es que con el poder la corrupción adquiere proporciones particulares. El poder no corrompe, sino que es atractivo para las personas corruptas.

La sociedad y el poder no pueden existir una sin el otro. El poder es genuino cuando se selecciona acorde a la legislación de un país, y se practican los votos populares (sin fraude). Es considerado arbitrario cuando se excede en las prácticas de sus funciones, utilizando mecanismos no autorizados por las leyes.

Cuando esto ocurre los que tienen el poder explotan las instituciones en su beneficio, sin importarles el bien común. Estos individuos poderosos simultáneamente crean instituciones cuyo poder lo ostentan personajes inescrupulosos y carentes de empatía. Este tipo de personas en el poder actúan por su provecho personal, y fabrican relaciones cancerígenas con el resto de la sociedad.

El poder tiene efectos secundarios muy nocivos provocando una patología específica en quien lo presume. Los síntomas más comunes son: insensibilidad ante lo que piensan los demás, indiferencia hacia los sentimientos ajenos, explotación de la comunidad para alcanzar sus propósitos, predisposición a estar rodeado de individuos dependientes mental y económicamente, criterios estereotipados de las otras personas, valoración exagerada de su imagen y capacidades personales, y conductas inapropiadas.

Al obtener el poder muchos se vuelven narcisistas viéndose reflejados en todo lo que sucede en su entorno. Las leyes aplican para los demás, pero nunca para ellos, y los que no actúan, o piensan como él, se convierten en enemigos. Desde esa malformación de la realidad, la corrupción se les hace intangible y piensan que se merecen todo lo que quieren, pero lo más triste es que en ese trastorno de la personalidad son cómplices sus seguidores.

Como ejemplos de hombres, ya fallecidos, que estuvieron enfermos de poder y fueron corruptos tenemos a Hitler, Fidel Castro, Mussolini, Pinochet, Franco, Hugo Chávez, y Napoleón. Vivos, tenemos a Putin, Nicolas Maduro, Raúl Castro, Daniel Ortega, y López Obrador.

Otro tipo de poder es el “sagrado”, un poder antiguo, eficaz y potente que está basado en la religión. Los que sustentan este poder no solamente ejercen la intimidación, sino que se instituyen como seres superiores. Muchos emperadores, faraones, zares y reyes para justificar sus elegantes posiciones se reconocieron ellos mismos dioses, apartando los límites entre la política y la religión.El poder es muy codiciado en las diferentes religiones, y nombrar a Dios, o lo que se proclame en su nombre, es indiscutible. Todas las religiones, sin importar su denominación, han estado enlazadas al poder y a la corrupción.