Pobladores de colonias aún claman por ayuda en Acapulco, pese a llegada del Ejército
Acapulco, Guerrero.- “Necesitamos al Ejército, a Protección Civil, o a alguien que nos ayude. Porque aquí arriba, en las colonias del cerro que no son turísticas, estamos abandonados y olvidados”, relata doña Esther, habitante de la colonia Providencia, donde el paso del huracán Otis dejó una escena propia de una película bélica.
Las calles empinadas que llegan a la parte alta del puerto están arrasadas por el lodo, las piedras, regueros de agua negra y un incontable número de postes de luz quebrados y tirados sobre las modestas viviendas que perdieron los techos de lámina. Como en el resto de la ciudad, no hay luz, ni agua, ni tampoco están llegando víveres ni medicamentos para una población que, en su mayoría, es adulta mayor. El olor fétido de animales muertos y de basura fermentando al sol ante la falta de servicios municipales lo impregna todo.
“Los hombres de la misma colonia son los que se están organizando para ayudarse y retirar los árboles y los cables de los postes de luz. Porque aquí aún no ha llegado nadie con ayuda. Y nadie es nadie”, dice con el ceño fruncido Doña Esther, que es madre de tres hijos.
“Solitos es que nos estamos ayudando. Estamos muy abandonados”, insiste la mujer, que cuenta que ella y sus niños sobrevivieron al devastador paso del huracán refugiados en el único cuarto que tiene techo de concreto. El resto del inmueble con techo de lámina fue arrasado por las ráfagas de viento de más de 200 kilómetros de fuerza que arrasó al puerto turístico.
En la tercera jornada del paso del huracán, el Ejército mexicano tomó el control de la ciudad, después de unas primeras 48 horas donde la ausencia de autoridades derivó en múltiples escenas de caos y descontrol en grandes supermercados y tiendas departamentales, donde los pobladores se llevaron todo lo que encontraron.
La desolación no sólo era visible en el bulevar de la Costera Miguel Alemán. En un recorrido, el jueves por la noche rumbo a la zona diamante, a varios kilómetros de distancia, Animal Político constató idénticas escenas de carreteras repletas de personas deambulando cargadas con víveres y otros productos. Mientras que en la zona hotelera de lujo predominaba un silencio absoluto en los enormes edificios que estaban completamente a oscuras y vacíos.
“Parece una ciudad fantasma”, decía uno de los empleados que aún quedaban cuidando un hotel completamente vacío.
El viernes ya era notorio el desembarco masivo del Ejército: se desplegaron numerosas brigadas para retirar los árboles caídos en las vías de comunicación y se instalaron puestos de control por toda la ciudad. Pero la ayuda aún no comienza a fluir bien.
Cientos de personas hacían fila en las inmediaciones del monumento de la Diana Cazadora en busca -sin éxito- de información acerca de los puntos donde podrían recibir agua, comida, o un espacio en un albergue para pasar la noche, pero a lo mucho lograban cargar el teléfono celular en algunas de las unidades móviles de los medios de comunicación.
También hubo filas kilométricas para intentar recargar combustible en las gasolineras del malecón turístico, que solo dejaban cargar garrafones de 10 litros para racionarla. En el malecón, algunas personas comenzaban a barrer y a intentar quitar algunos escombros, como síntoma del comienzo de una reconstrucción que tardará mucho tiempo en culminar por la magnitud de los daños.
“Tenemos que levantar un nuevo Acapulco”
La llegada del Ejército es evidente en la zona hotelera, pero todavía no se ha dejado notar en las colonias de alrededor de la línea de playa. Además de la Providencia, vecinos y vecinas de la colonia Vista Hermosa también lamentan que ninguna autoridad ha hecho presencia en sus calles; ni para brindar ayuda humanitaria básica, ni para cuidar a la población ante la falta absoluta de luz cuando cae la noche.
“Estamos abandonados”, dice la profesora Sofía Catalina, de 68 años, en uno de los lamentos más escuchados y repetidos en las calles del puerto. La mujer explica que, en su modesta vivienda, donde los fuertes aires también arrancaron las láminas y derribaron árboles, todos se refugiaron en un cuarto con la única esperanza de que Otis pasara lo más rápido posible.
“Ya nos temíamos lo peor, pero no podíamos hacer más que esperar. Se escuchaban muchos rumores de que venía un huracán fuerte, pero nunca imaginamos que sería así”, comenta Sofía Catalina, que admite que, quizá, hubo un exceso de confianza por parte de la población acapulqueña sobre la intensidad del fenómeno natural.
“Muchos pensábamos que era una tormenta más, y como luego se fue la luz ya no hubo tanta información”, señala.
En otra colonia de la parte alta del puerto, la Laja, la señora Marisol Salinas dice ―nada más ver las cámaras de la prensa― que están “devastados”.
“Fue mucho aire, mucha lluvia, mucha tierra y láminas volando. El huracán nos devastó. Y pues se ve que la gente quiere ya abastecerse de lo que no hay, y desde ayer empezaron a buscarse la vida como sea”, expone la mujer, en referencia a las escenas de saqueos que se vivieron durante la jornada de ayer.
“Nos falta luz, comida, agua y gas, pero sobre todo luz, energía eléctrica, porque sin eso nada funciona. La comida que teníamos guardada en el refrigerador ya se echó a perder, y ahora estamos sin comida, y sin saber qué hacer”, añade Marisol.
En la misma colonia La Laja, en una vivienda donde la cocina está totalmente al descubierto, Diana, de 29 años, dice angustiada y con lágrimas, que no sabe qué va a hacer en los próximos días y semanas sin sus medicamentos para el trastorno de ansiedad.
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“Ayúdennos, por favor. Queremos agua, comida, y medicamentos. Todo se nos mojó, lo hemos perdido todo”, clama. “Hasta ahora no ha venido nadie en nuestro auxilio. Yo cada vez que escucho un helicóptero de la Marina pasando por aquí cerca salgo con un trapo blanco para hacerle señales de ayuda, pero nada. Nadie nos da respuesta”, lamenta Diana.
En otra casa, en la parte más alta de la colonia Linda Vista, desde cuya azotea se aprecia la magnitud de la devastación ―hay lavadoras, refrigerados y colchones que volaron y cayeron como proyectiles en otras azoteas―, la señora Alicia, de 65 años, hace hincapié en que “no hay ni una casa en la colonia que no se haya visto afectada”.
“El huracán arrasó con todo”, dice tajante. “Yo me quedé sin colchones, se los llevó volando”.
La mujer teme que, en los próximos días, ante la falta generalizada de agua potable y de alimentos, la situación pueda complicarse aún más en el puerto de Acapulco, y que eso también desate una mayor inseguridad en la ciudad. Por eso, también pide al Ejército mexicano que se apresure a repartir los víveres, para calmar la situación de necesidad en miles de damnificados.
“Ahora tenemos que armarnos de valor y seguir adelante. Tenemos que luchar todos juntos para levantar un nuevo Acapulco”, dice con una sonrisa y un insólito optimismo.