La planeación territorial como respuesta a segregación social

Marcos de J. Aguirre Franco

Miembro de número de la Asociación Mexicana de Urbanistas, AC

EL UNIVERSAL

Por la ciudad fluye toda una infinidad de beneficios sociales que nacen de la cooperatividad humana, pero también, aquellos problemas que se derivan de una distribución desigual del espacio, un tipo de crecimiento que inevitablemente conduce a una descomposición social por el desequilibrio de sus procesos de desarrollo. Para volver al equilibrio, los procesos de la ciudad deberán considerar, en primer lugar, la igualdad de bienestar de su totalidad antes que el bienestar de sus partes, pues de lo contrario, las partes se verán afectadas por los problemas que aquejan a la totalidad, es decir, a la conformación de la ciudad.

Según el filósofo y sociólogo estadounidense John Searle (2014), la construcción cívica de la sociedad se origina a partir de «hechos institucionales» que, a través del reconocimiento colectivo, se van asentando como realidades y principios sociales básicos. En este sentido, aquellos principios institucionales como los económicos, políticos o culturales que son reconocidos por una sociedad, en cierto modo representan los fundamentos esenciales que determinan la dinámica con la que se reproduce la organización de su espacio como una realidad.

Si se sigue lo anterior, la manera en la que se desarrolla la ciudad como un hecho institucional no debería considerarse una excepción pues el modelo económico actual que da forma a su distribución sobre el territorio se ha adecuado a un sistema de derechos y obligaciones claramente reconocido por la ciudadanía. No obstante, los efectos secundarios del modelo económico que se reproducen en la ciudad, como es la segregación de ciertos grupos sociales junto a toda la multiplicidad de problemas derivados (como la pobreza, el crimen, las enfermedades, etc.), no siempre se reconocen como hechos institucionales que han sido producto del desequilibrio de los procesos de la ciudad, sino como situaciones sociales fortuitas que se fueron originando de manera independiente durante su crecimiento.

Si asumimos que la ciudad se compone por «un solo cuerpo» que se desarrolla en un ambiente de constantes cambios (sociales, económicos, políticos y ambientales), se puede aceptar que una forma de ordenación rígida supone una incapacidad adaptativa desde un punto de vista orgánico, la flexibilidad en los planes de ordenamiento territorial, por tanto, resulta imprescindible.

Por otro lado, aunque la realidad civil se desarrolla a partir del reconocimiento colectivo de instituciones sociales (como históricamente ha ocurrido con la invención del dinero, la propiedad privada o la asignación de mandatarios a partir de una votación democrática, etc.), es decir, a partir de hechos institucionales bien establecidos, a su vez, se han derivado otros más que no fueron establecidos colectivamente pero que aún se presentan en la sociedad como un subproducto de las formas instituidas de organización. Sobre ello, el profesor Searle escribió:

"Tal como hay hechos institucionales de base que requieren el reconocimiento colectivo, también hay repercusiones sistemáticas o macro de los hechos institucionales, los cuales no requieren el reconocimiento colectivo para existir: son simplemente consecuencia de los hechos institucionales de base." (Searle, 2014, p.44)

En la ciudad, por ejemplo, la marginación social, directamente relacionada con la institución de la libertad económica se relaciona con la segregación urbana que a su vez se presenta como una consecuencia de los mecanismos de planificación del espacio que se adhieren a los dictados de la institución de la libertad económica.

Si bien en la mayor parte del mundo globalizado se reconoce esta institución, es sabido por filósofos, urbanistas y sociólogos que aquellos hechos no-institucionales que se emergen como efecto secundario de dicha institución son fenómenos que se van petrificando y asentando dentro de nebulosos bucles de decadencia que afecta a la totalidad de la ciudad.

Esto se entiende de esta manera ya que, como señalan Sabatini, Cáceres y Rasse (2013), cuando se alejan los beneficios urbanos de una determinada comunidad o grupo social se produce un círculo vicioso en el que la segregación se convierte en un hecho casi insuperable.

Esto sugiere que las tácticas y procedimientos que subyacen a la planificación y al ordenamiento territorial de las grandes ciudades deben conducirse a través de decisiones flexibles y no enteramente controladas por la institución de la libertad económica. Esta flexibilidad, de algún modo, podría permitir otros nuevos reconocimientos sociales a la vez que evitarían los efectos secundarios negativos de una estricta planificación basada enteramente en las necesidades de una minoría. Pero, ¿cómo podría producirse una forma de crecimiento que permita el surgimiento de la flexibilidad? En primer lugar, es necesario que, al momento de la planificación, se considere incluir más espacio del que inicialmente se requiere pues ello permitirá que en el futuro se puedan producir adaptaciones a nuevas circunstancias no planificadas. En relación con esto, algunos urbanistas ingleses como Reyner Banham, Paul Barker, Peter Hall y Cedric Price subrayaron lo siguiente: "Que bien que un plan resulte tener cualidades para el éxito que el propio autor no se imaginaba. En todas las épocas de la historia de la planificación encontramos motivos de agradecimiento por esos caprichos del destino" (Banham, Berker, Hall, Price, 2010, p. 39).

En segundo lugar, es preciso que los planes de ordenación territorial tengan en cuenta la necesidad de una densidad media con un uso de suelo mixto adecuado a la complejidad social de nuestros días. Asimismo, y como ya se puede ver en muchas ciudades europeas, es necesario priorizar una forma de movilidad no motorizada que permita que un mayor número de personas puedan desplazarse a poca distancia de los lugares de trabajo, la cultura y el deporte sin mayores obstáculos. Estos factores podrían permitir la adecuación de los planes no solo en el espacio sino también en el tiempo.

La consideración de la flexibilidad en el uso de suelo representa una consideración oportuna ya que podría conducir no solo al mejoramiento de los procesos de diseño y planificación de ciudades incluyentes con un mayor espectro social, sino también, al surgimiento de nuevas tácticas de reinversión de capital en desarrollo urbano para todos los estratos sociales que componen al cuerpo de las ciudades.

Como señaló el geógrafo David Harvey (2008), es preciso tener en cuenta que la institución de la libertad económica supondrá una práctica social que de alguna manera seguirá influyendo en la transformación de nuestras ciudades. En este sentido la flexibilización de los procesos de planificación y reinversión económica que dan forma y estructura al hábitat humano podría incluir no solo a aquellas actuaciones redituables a corto plazo que benefician a un mínimo de la población, sino aquellas acciones que a largo plazo podrían beneficiar no solo la vida de las personas y el medio ambiente (que es lo más importante), sino también, el valor de las ciudades en términos generales.

Conclusiones. Si se consideran los efectos secundarios (sociales, ambientales, económicos y políticos) que reproducen la complejidad de las ciudades, se podrá advertir que la rigidez en los modelos de planificación y la inversión de capital en determinados sectores urbanos, terminará por aumentar, de manera sistémica, las consecuencias negativas que al principio buscaban evitarse.

Aunque la aplicación de ciertos modelos de planificación más o menos aceptados por una mínima parte de la población suponen beneficios económicos y sociales inmediatos para un sector poblacional aún más pequeño, a mediano y a largo plazo, las ciudades poco incluyentes no tardarán en presentar las repercusiones características de un sistema complejo en el que las interacciones socio-ambientales resultan inevitables. Por este motivo, es imprescindible que las actuaciones en la ciudad se flexibilicen de tal modo que las reacciones sociales futuras tengan la posibilidad de adaptarse a un hábitat saludable de maneras tan diversas que no siempre resulten predecibles o imaginables, pero que aún así, sean capaces de proyectar las necesidades humanas que ya estaban latentes.