Pilar Jericó, la gurú de la maternidad: “Hay que despertar la grandeza de nuestros hijos, pero dejar atrás el sentimiento de culpa”

Pilar Jericó es española, pero vive en Washington
Pilar Jericó es española, pero vive en Washington - Créditos: @Ricardo Pristupluk

Ella viene del mundo corporativo. Pilar Jericó, española que vive en Washington, tiene una columna mensual en el diario El País, de España y participa en distintos think tank de Harvard. Es una conferencista que recorre el mundo hablando de liderazgo, management, gestión de crisis, cultura del cambio organizacional. Esa es justamente su especialidad.

De hecho, en estos días estuvo en la Argentina para implementar un proyecto de desarrollo de liderazgo a una importante empresa de Buenos Aires y de allí viajó a Madrid, para presentar su nuevo libro Change Mindset, que es la mentalidad para el cambio. Es un libro digital que está disponible en Amazon. (El 12 y 13 de octubre se podrá descargar gratuitamente el libro).

Este libro se suma a la larga lista de best sellers que tiene Jericó en su haber, y es el primero que escribe después de siete años de silencio, cuando se convirtió en madre de Hugo y su vida se revolucionó por completo. Es que justamente, a pesar de su reconocida trayectoria en el mundo de las empresas, es muy conocida en las comunidades de padres y madres por su interesante prédica sobre la importancia de despertar la grandeza de nuestros hijos.

–Sos considerada como una gurú del liderazgo, de cambio, del no miedo. ¿Por qué mucha gente te identifica con la crianza y los vínculos?

–Fue por un video que hicimos en “Aprendemos Juntos”, para El País, que se hizo viral. Lleva más de 3 millones y pico de visitas. En un momento, fue considerado uno de los cinco videos más vistos.

–¿Y por qué te convocaron para hablar de los hijos?

–Yo vengo del mundo de la empresa, pero me convertí en madre justo en esa etapa. Y fue una experiencia radical. Caí en la cuenta de que, por mucho que sepas, la maternidad y la paternidad te abren a nuevas experiencias que son muy difíciles de incorporar de otro modo. En ese momento, Hugo tenía un año y medio y yo, que me convertí en madre después de una larga búsqueda, teniendo 43 años, hablé desde la más profunda sinceridad. Hoy estaba cayendo en la cuenta de que, por mucho que había estudiado el miedo, había publicado el best seller de No miedo y no era capaz de imaginar cómo me transformaría el hecho de convertirme en madre. El video tenía dos mensajes clave. Primero, que nuestros hijos son nuestros maestros porque vienen a enseñarnos, a hacernos conocer nuestros límites. Y segundo, hay que tener cuidado con las etiquetas porque el objetivo de la paternidad, de la maternidad es despertar la grandeza de nuestros hijos. Pero en la medida en que los etiquetamos estamos limitando esa grandeza con la que todo ser humano viene al mundo.

–En ese video mencionás que el gran desafío de la educación es despertar la grandeza de nuestros hijos, despertar el corazón. Suena hermoso, pero en términos prácticos ¿cómo lo hago?

–Bueno, el camino siempre empieza en uno. El principal problema que tenemos los padres son las expectativas que nos hacemos sobre cómo tendrían que ser ellos como hijos y nosotros como padres. El peso de esas expectativas nos hace daño. Y a la larga nos acaban congelando el corazón. Les ponen las cosas muy difíciles a nuestros hijos. Ellos nunca van a estar al nivel de las expectativas… por ellos son ellos. Y cada uno tiene que escoger su propia vida. Creo qu hay que sustituir las expectativas por la intención de acompañar en el camino. Los padres y los hijos somos seres que compartimos un tramo de la misma trayectoria de vida. Intentemos darles lo mejor pero no los sometamos a nuestras ilusiones. Incluso lo que nos hacemos a nosotros mismos como padres, al ponernos metas muy elevadas, hace mucho daño. Sobre todo a las mujeres.

–Uno imagina a una gurú como alguien rodeado por un halo de sabiduría. ¿En algún momento de la vida cotidiana, como madre… sentís que toda esa sabiduría no te alcanza para resolver algo tan concreto, por ejemplo como que tu hijo se suba al auto y se ponga el cinturón? ¿Te pasa que colapsás?

–[Se ríe.] Claro. Es un camino durísimo. Hay que ir descubriendo. Te decía lo de la maternidad, porque las mujeres somos mucho más exigentes. Yo trabajo en el ámbito ejecutivo y me he encontrado con mujeres directivas de empresas y madres que viven con mucha culpa por haber elegido un camino profesional y compartirlo con la maternidad. La necesidad de nuestros hijos es máxima. Y nosotras antes de ser madres somos personas y tenemos que cuidarnos. Pero no siempre podemos. Conozco muchas mujeres de éxito que me han confesado que su vida es de éxito social y profesional pero que en la vida personal sufren mucho. Creo que hay que volver a pensar la dureza con la que nos tratamos a nosotros mismos. Y volver a reírnos. Hasta de si el nene no se sube al auto. Porque está en su propio proceso de marcar sus límites a su manera.

–¿Te reís en la vida cotidiana de tus propios límites?

–Tengo amigos que me ayudan a reírme. Tienes que rodearte de amigos que te ayuden a hacerlo. Mi hijo es hiperactivo, diagnosticado con Trastorno de Déficit Atencional con Hiperactivida (TDAH). Tiene mucha intensidad física. A veces te preguntás si esto fue por alguna razón. Lo que te toca es la aceptación. Hugo es consciente desde que lo diagnosticaron, siempre lo hablamos. Yo siempre le digo algo: tu tienes algo que es muy valioso y difícil de hallar: el coraje y la fuerza. Tienes que saber canalizarlo. Entender las fortalezas que nuestros hijos tienen y ayudarlos desde nuestra experiencia a canalizarlo es lo que nosotros podemos hacer. Ese ha sido mi propio camino.

–¿Nuestra generación está preparada para ser padres de hijos neurodivergentes? ¿Te sentís sola en ese camino?

–Para mí la soledad vino cuando yo me mudé a Estados Unidos de España. Vivimos en Washington con mi marido y mi hijo. No estamos en un ambiente hispano. Un chico latino e hiperactivo puede hacer mucho ruido en ciertas sociedades. Pero nunca estamos preparados para ser padres de ningún chico. Y la pregunta de por qué me pasa a mí es algo que nos hace mucho daño.

–¿Cómo manejar la culpa en relación con lo que uno está haciendo como padre, cuando el feedback de la escuela no es el mejor? ¿Podemos hacer un management de la culpa como padres?

–Detrás de la culpa hay una persona extremadamente perfeccionista y autoexigente. La culpa es más habitual en las mujeres y en las madres porque tiene un mecanismo biológico que es garantizar la subsistencia. Es una emoción que desde lo evolutivo era necesaria pero que se ha convertido en algo muy toxico. Nos hace sentir culpables por todo: por llegar tarde, por estar trabajando y no estar con ellos haciendo los deberes, por estar con amigos contándoles nuestros problemas y no estar con ellos. Es un machaque permanente sobre las mujeres. Hay que relajarse y perdonarse un poco. No existen los padres perfectos. Todos cometemos errores, todos nos sentimos fatal a veces y también acertamos muchas veces. Es parte del camino. Me ayuda pensar que, en el fondo, mi hijo es un alma con la que nos hemos encontrado y compartimos una parte del camino. Y hay que disfrutarlo.

–En ese viral vos dijiste que nuestros hijos son nuestros espejos. Pero en la adolescencia parece que ese espejo se rompe y llegan esos siete años de mala suerte…

–Siguen siendo espejos, pero de aquello en lo que a nosotros nos cuesta encajar. Si no nos costara vivirlo, no nos mostraría nada. A cualquier edad nos muestran algo de nosotros mismos que no tenemos resuelto. Lo que pasa es que en la adolescencia hay una revolución hormonal en el cerebro. Entonces, las hormonas alcanzan el control. Los hijos se vuelven seres que se transforman, pero esa transformación también pasa. Mi hijo es como un adolescente pequeño. Ya de adolescente veré. Una de las frases que me ayuda con Hugo es intentar ver sus fortalezas y hacer foco ahí. Porque les machacamos mucho, nosotros y la sociedad. Es cierto, los límites existen y hay que enseñarlos. Pero también hay que ayudarlos a desarrollar una mirada de fortaleza, de autoestima. Tienen que salir de esta etapa de la vida con autoestima. No puede ser todo que les digamos todo el tiempo que no llegan, que no hacen, que no están a la altura de lo que esperamos. Las comparaciones no sirven. Ellos tienen su propio camino.

–Mencionabas que con nuestros hijos somos personas con las que compartimos un trayecto de nuestras vidas. Hay veces que los visualizamos como parte de nuestro propio proyecto...

–Ese es el problema. Ellos son hijos de la vida. Tenemos la fortuna de ser sus padres, pero son más que nosotros. Tienen su propio destino, sus propias virtudes, sus propias dificultades y hay que ponerse a veces en un rol de espectador. Ayudarlos, pero desde ahí. Sino caemos en una trampa: ¡somos responsables de todo! Y ellos también tienen su destino.

–Los hijos hoy viven más años con los padres. Pero cuando se van, generan una crisis de sentido, un sentimiento de un proyecto de vida que se vació, que perdió el para qué. Los padres nos volvemos actores secundarios de una película que perdió a su protagonista...

–Es cierto. No tenemos que olvidar que antes que madres somos mujeres y antes que mujeres, personas. Abandonarnos a la crianza al 100%, más allá de circunstancias que nos demanden toda la atención, tenermos que seguir construyendo nuestros propios sueños personales, profesionales, no perder a los amigos que nos ayudan a reírnos y a tomar distancia. No deberíamos perder parte de nosotros mismos. Cuando nos preservamos, lo que le entregamos a nuestros hijos es más rico.

–Pasaste siete años sin escribir. ¿Te pesaba?

–No, porque sentía que era una etapa. Ahora sí, y es hermoso poder hacer a los hijos partícipes de nuestros sueños, que entiendan los propósitos por los que hacemos las cosas. Es difícil encontrar el equilibrio. Poner una pausa en un momento y no sentir que el tiempo se pasa.

–Siempre investigás las biografías de grandes personajes de la historia y del rol de las madres. ¿Por qué?

–Sí, en el video viral conté la historia de Thomas Alva Edison, y yo no sabía que mi hijo era hiperactivo. Y cuando investigas la historia resulta evidente que Edison era hiperactivo, probablemente TDAH. Me tocó mucho la historia de Edison, porque pensé mucho en mi hijo. Hugo tenía un año y medio y aunque no conocíamos todavía el diagnóstico, ya apuntaba a eso. Ya destacaba que iba a ser más desafiante que otros niños. Es una historia, no sé si realmente fue así. A la madre de Edison le llega una carta en la que el colegio lo echaba. Eso es algo que en Estados Unidos todavía existe. La madre cuando recibe la carta, no le dice eso, le cambia el mensaje y le dice que la maestra le explicaba que Thomas era tan inteligente que no le podían enseñar más. Y lo educa ella. Le enseña y lo anima a experimentar. La leyenda dice que cuando su madre muere, él tenía 24 años y encontró la carta y la leyó. Quedó sorprendido. En el colegio le habían puesto una etiqueta que lo limitaría para siempre. Pero, en cambio, él había cambiado su destino porque su madre lo había educado para la grandeza, había despertado su corazón. No necesitamos ser madres tan abnegadas como la de Edison. Por ejemplo, las hijas de Madame Curie que siguió su trayectoria pero les inculca a sus hijas su superación, su valía, obtiene dos premios Nobel y hasta una de sus hijas consigue el suyo. La trayectoria de nuestros hijos nunca es lineal.

–Decís que no estamos preparados desde lo evolutivo para ser felices sino para sobrevivir. Y por eso el miedo está en el ser humano desde que nace. En una sociedad en la que la búsqueda de la felicidad es una meta en sí misma. ¿Cómo aplica la crianza sin miedo?

–El objetivo máximo de la vida no es la felicidad. Yo participo de un grupo de Harvard en el que hablamos de florecimiento humano. Porque la felicidad está vinculada al sentirnos bien, estar a gusto, y justamente en la crianza hay momentos en los que no se es feliz. Pero eso no significa que no nos sintamos plenos o que no podamos alcanzar cierta sensación de comprensión, de serenidad. El florecer tiene que ver con eso. Es un concepto que va más allá de la felicidad y que nos quita mucho peso de encima. Porque cuando sos madre y estás pasando un mal momento, no puedes ser feliz. Es imposible. Levantarte a la madrugada a cambiar pañales no hace feliz a nadie. Sin embargo, puedes sentirte pleno porque tienes a tu hijito. Esto es una nueva mirada. Significa separar el concepto de felicidad del de placer. El mejor camino es el autoconocimiento. Aceptar las vulnerabilidades, disfrutar de la vida y aprender a reírnos de todas las torpezas que cometemos.