La peste bubónica de Justiniano

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La pestis justinianea fue una pandemia de peste bubónica que comenzó en el siglo VI y terminó en el siglo VIII. El primer brote, que inició en el año 541 y persistió hasta el 543 d.C., ocurrió durante el reinado del emperador bizantino Justiniano I. Esta epidemia, narrada sin especulaciones religiosas por el historiador Procopio de Cesarea, afectó la cuenca del Mediterráneo, Persia, China, India y el norte de África. Se estima que cobró unos 25-50 millones de vidas en la Alta Edad Media y detuvo la reconquista de los antiguos territorios romanos prevista por el Imperio Bizantino.

Ilustración sobre los estragos de la peste en el periodo del emperador bizantino Justiniano I.
Representación de los estragos de la peste de Justiniano. Ilustración de la época. Fuente: dominio público.

Tras la caída del Imperio de Occidente en el 476 d.C., el mundo romano seguía existiendo en su mitad oriental y gobernaba una buena parte de la civilización conocida. A Flavio Pedro Sabacio Justiniano (Justiniano I) se le considera un personaje clave entre el mundo clásico y la Edad Media; es el emperador más importante del Imperio Romano de Oriente, que después sería conocido como Imperio Bizantino. En el periodo de Justiniano I, desde el año 527 hasta el 565 d.C., la población de la «Nueva Roma» (Constantinopla o Bizancio) alcanzó un punto máximo y se estima que rondaba alrededor de los 600,000 habitantes. La ciudad, capital del Imperio Bizantino, llegó a ser uno de los centros culturales, políticos y económicos más importantes de la época. Justiniano I restauró al imperio y recuperó parte de los territorios del antiguo Imperio Romano de Occidente. Uno de sus legados más impresionantes es la codificación del derecho romano en la obra del Corpus Iuris Civilis, el texto jurídico más influyente de la historia; la construcción de las Murallas, el Acueducto, las Basílicas de San Vital, San Apolinar y Hagia Sophia (centro de la iglesia ortodoxa) en esa época reflejan también la grandeza y el esplendor de Constantinopla bajo el reinado de Justiniano I. También en ese momento, el Mar Rojo fue el escenario de una peculiar batalla comercial entre el Imperio persa y el bizantino. Los bizantinos ejercían influencia política sobre el reino de los Axumitas (actual Etiopía) y los persas sobre el reino judío de los Himyaritas (actual Yemen). Los persas controlaban el comercio en el Golfo Pérsico, pero el mar estaba en disputa. Así, con 34 millones de habitantes en el Imperio Bizantino, poco después del cambio climático del 535-536 d.C. en el este/centro de África, emergió una bacteria (Yersinia pestis) en la “Tierra de los Dioses” que cambiaría de nuevo el curso de la historia.

Aunque se le atribuye a Etiopía, el origen de la epidemia pudo ser cualquiera de los enclaves comerciales del este de África, a lo largo del Mar Rojo. De acuerdo con datos históricos y arqueológicos, la primera ciudad afectada en el año 541 fue el puerto de Pelusio, una antigua ciudad del Bajo Egipto en la desembocadura más oriental del Nilo donde llegaban las mercancías del resto de África. Desde ahí –a través de canales en el delta del Nilo– se trasladó a Alejandría hacia el oeste y al resto de Egipto; hacia el este –por tierra– continuó a la zona de Gaza, Palestina y Siria. Siguiendo las rutas comerciales, llegó a todos los puertos del Mediterráneo, desde la Costa de Levante al Occidente hasta Constantinopla, Antioquía y Amida en el Oriente. Después de la capital del Imperio, la epidemia se extendió por diferentes regiones de Grecia, Italia, Anatolia, Siria, Egipto, África romana, Hispania, Galia y la antigua Tréveris. «Comenzaba siempre, esta enfermedad por las zonas costeras y, así, iba ya subiendo hacia las regiones del interior.» Eventualmente, la epidemia se extendió por todos los territorios europeos reconquistados por Justiniano, alcanzando a Dinamarca e Irlanda en el norte. La Crónica de Zuqnîn, una narración en lengua siríaca que cuenta la historia del mundo desde la creación, sitúa los acontecimientos y la devastación en el Imperio Bizantino entre los años 541-543 d.C. El historiador y líder de la iglesia ortodoxa, Juan de Éfeso, describió una enfermedad que presentaba “bubones, ojos sanguinolentos, fiebre y pústulas”; los contagiados morían en dos o tres días, después de un largo periodo de “confusión mental” y los enfermos que se recuperaban morían por infecciones posteriores. En su descripción, Juan de Éfeso destaca cómo la peste dejó sin habitantes diversas villas, pueblos y ciudades del Imperio, atacando por igual a ricos y pobres. Este autor menciona varías cifras (desde 5,000 hasta 12,000) sobre la cantidad de muertos diarios. Otros cronistas del periodo también proporcionaron descripciones de los efectos de la peste (Gregorio de Tours en Decem Libri Historiarum, Pablo el Diácono en Historia gentis Langobardorum, Evagrio de Epifanía en Historia ecclesíastica).

Sin embargo, las fuentes de primer orden para describir el cuadro infeccioso son las obras escritas del historiador griego-bizantino Procopio de Cesarea, quien narra que la epidemia llegó a Constantinopla provocando en solo unos meses la muerte de la mitad de la población: «[S]e declaró una epidemia de peste que estuvo a punto de acabar con toda la raza humana». Procopio reconoció la dificultad de expresar con palabras el desastre: «Pues no afecta una parte concreta de la tierra ni a cierto tipo de hombres, ni se redujo a una determinada estación del año, de donde pudiera haberse atinado con alguna conjetura acerca de sus causas, sino que se extendió por la tierra entera, se cebó en cualquier vida humana, por muy distintos que fueran unos hombres de otros, sin perdonar ni naturalezas ni edades».

Procopio estuvo presente durante la crisis sanitaria y situó el inicio del brote en la primavera del 542 d.C en Constantinopla: «la enfermedad estuvo cuatro meses infestando Bizancio y durante tres de ellos se manifestó con especial virulencia»; describió lo que sería el inicio de la curva epidémica: «Al principio morían en número un poco mayor que el de costumbre, después las pérdidas fueron elevándose progresivamente, para luego alcanzar una cantidad de cinco mil víctimas al día, hasta llegar a diez mil o incluso más»; describió detalladamente los síntomas: «Repentinamente les daba fiebre … no se producía ninguna inflamación, sino que la fiebre era tan tenue … que ni a los propios enfermos ni al médico al tocarlos les daba la impresión de que hubiera ningún peligro … Pero a unos en el mismo día, a otros al siguiente y a otros no mucho después le salía un tumor inguinal, … también en la axila y a algunos incluso junto a la oreja y en diversos puntos del muslo». A partir de aquí, los síntomas diferían en los enfermos: «Unos entraban en coma profundo, otros en un delirio agudo y cada cual sufría los efectos propios de la enfermedad … los que eran dominados por el delirio sufrían un terrible insomnio y muchas alucinaciones…». «A muchos también les sobrevenía un vómito espontáneo de sangre que acababa con ellos al momento». También identificó grupos de riesgo: «para las mujeres embarazadas que contraían la enfermedad, la muerte era algo previsible. Pues unas abortaban y morían, y otras, nada más dar a luz, fallecían junto con sus recién nacidos». Finalmente, el desenlace era el mismo: «Unos morían de inmediato; otros, después de muchos días. A algunos el cuerpo se les cubría de pústulas negras tan grandes como una lenteja y no sobrevivían ni un solo día, sino que todos morían en seguida».

Ilustración de la peste en el periodo de Justiniano I, en la Biblia.
Representación de la peste en la Biblia de Toggenburg. Kupferstichkabinett, Staatliche Museen. Fuente: dominio público.

La peste bubónica de Justiniano debilitó a Constantinopla y frenó la reconquista del Imperio de Occidente por los romano-bizantinos. Favoreció, además, una serie de alteraciones sociales en la Alta Edad Media en Europa. La pandemia continuó con brotes locales y esporádicos, en ciclos epidémicos. Entre el 541 y el 750 d.C. se identifican al menos veinte epidemias recurrentes de peste bubónica por la cuenca del Mediterráneo y el Oriente Medio, alcanzando territorios tan distantes como India, China y el Mar del Norte. La tendencia de los cronistas bizantinos a exagerar el número de muertos ha llevado a los historiadores a manejar las cifras con cautela. Sin embargo, se han aventurado tasas de mortalidad entre el 25 y el 50 % (incluso más altas) para epidemias y regiones específicas en el Imperio Bizantino. Por ejemplo, para Alejandría y Constantinopla se habla de la mitad de la población; Constantinopla habría contraído su población hasta alrededor de 70,000 habitantes para el siglo VIII. Se estima que entre el 542 y el 700 d.C. hubo una pérdida de población total del 50 al 60 %. Se estima también que cobró la vida a unos 25-50 millones de personas en Europa, África y Asia (entre el 13 % – 26 % de la población estimada).

La pestis justinianea desapareció de manera fortuita. Tendrían que pasar muchos años –hasta mediados del siglo XIV– para que una cepa variante de Yersinia pestis volviera a aparecer en Europa, entonces responsable de la temida Muerte Negra en la Baja Edad Media.

* J. Alberto Díaz Quiñonez es vicepresidente de la Sociedad Mexicana de Salud Pública A. C. (@saludpublicaac). Es Doctor en Ciencias Biomédicas por la UNAM; miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, el Sistema Nacional de Investigadores y la Academia Nacional de Medicina de México.

 

Referencias:

Procopio de Cesarea (2000). Historia de las guerras. Libros I-II. Guerra Persa, traducido y comentado por Francisco Antonio García Romero. Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 2000. ISBN 84-249-2277-8. Disponible aquí.

Procopio de Cesarea (2000). Historia secreta. Traducción del griego Juan Signes Codoñer. Madrid: Editorial Gredos. ISBN 978-84-249-2271-9. Disponible aquí.