Pese a la furia de los israelíes, las chances de salida de Benjamin Netanyahu son mínimas
TEL AVIV.- Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí que más tiempo ha ocupado el cargo, ha resistido todo tipo de controversias, desde acusaciones de corrupción hasta su polémico intento de este año de reformar el sistema judicial del país, que muchos denuncian como un embate apenas disfrazado para seguir acaparando poder.
Pero ahora Netanyahu enfrenta la mayor crisis de toda su carrera política: la indignación por el fracaso de su gobierno para prevenir el ataque terrorista de Hamas del 7 de octubre y las críticas por su manejo de la guerra en la Franja de Gaza siguen creciendo sostenidamente.
Algunos dentro del propio gobierno de Netanyahu y quienes ansían que sea reemplazado coinciden en que su ascendente entre la opinión pública de Israel nunca ha sido tan bajo como ahora.
Y sin embargo, debido a las complejidades del sistema parlamentario israelí y de la volatilidad de la guerra, hay pocos caminos para sacar a Netanyahu del poder, el menos en lo inmediato. Pero los analistas coinciden en que sus perspectivas políticas y su legado dependen de cómo se maneje el primer ministro en los próximos días.
En las últimas semanas, las vigilias por los israelíes asesinados han ido virando hasta convertirse en protestas contra el liderazgo de Netanyahu, y los reclamos para que se haga cargo de los errores de inteligencia que precedieron al ataque de Hamas tomaron la forma de una campaña exigiendo su renuncia.
Uno de los miembros de su coalición de gobierno de ultraderecha, Itamar Ben-Gvir, amenazó con tumbar al gobierno, y según dos importantes referentes del Likud, el partido del propio Netanyahu, han hablado de desertar del gobierno. Para colmo, Estados Unidos, el aliado más cercano e importante de Israel, presiona al primer ministro para que limite el número de muertes de civiles en Gaza.
El viernes, tras el fin de la tregua de siete días y el inicio de una redoblada campaña aérea de las fuerzas de Israel, la guerra entró en una nueva fase, y ahora Netanyahu busca una solución -incluido el posible asesinato del máximo líder de Hamas en Gaza- que logre apaciguar a su coalición de gobierno, silenciar a sus detractores y satisfacer a una población desesperada por derrotar a Hamas y recuperar a los rehenes que quedan en Gaza.
En todo el arco político de Israel hay un fuerte apoyo a la guerra, y uno de los partidos opositores se ha unido a la coalición de Netanyahu para formar un gobierno de unidad de emergencia y un gabinete de guerra. El movimiento de unidad fue ampliamente celebrado por la opinión pública como una señal de que los políticos estaban dejando de lado las internas para abocarse a manejar el esfuerzo bélico. Pero Netanyahu aún debe gestionar las diferencias en el seno del gobierno sobre las negociaciones por los rehenes, la ayuda humanitaria y la conducción de la guerra. Durante el alto el fuego, por ejemplo, Ben-Gvir había amenazado con derrocar al gobierno si no reanudaba las ataques.
El viernes, Netanyahu dijo ante los periodistas que su compromiso era “destruir a Hamas”. En privado, le dijo a sus colaboradores que está presionando a los militares para que asesinen al líder de Hamas en Gaza, Yahya Sinwar, según un funcionario y un exfuncionario que hablaron con el primer ministro en los últimos días.
Según ellos, Netanyahu cree que el asesinato de Sinwar, presunto autor intelectual de los ataques del 7 de octubre, sería suficiente para convencer a la opinión pública israelí de que se logró una gran victoria contra Hamas y que la guerra está por terminar.
Pero los analistas políticos israelíes dicen que la muerte de Sinwar podría frenar, pero no revertir, la marea de indignación pública dirigida contra Netanyahu.
“Si el Ejército israelí logra asesinar a una figura importante de Hamas, es esperable que Netanyahu quiera atribuirse el mérito”, dice Anshel Pfeffer, columnista del periódico Haaretz y autor de un libro sobre la figura del primer ministro.
Pfeffer agrega que a pesar de los numerosos escándalos que han manchado su reputación en el pasado, Netanyahu siempre logró salvar su pellejo político.
Durante gran parte del año pasado, cientos de miles de israelíes salieron a las calles para protestar contra los planes de reforma judicial impulsada por el primer ministro. Muchos israelíes consideran que los cambios están vinculados al juicio por corrupción que Netanyahu enfrenta actualmente, por más que el primer ministro niegue toda vinculación entre ambos hechos.
Según una encuesta del 7 de septiembre realizada por Kan, la emisora pública de Israel, el 75% de los encuestados dijo que el gobierno de Netanyahu “no estaba funcionando bien”.
En las semanas transcurridas desde el inicio de la guerra, las cifras de popularidad de Netanyahu fueron cayendo de manera constante. En una encuesta publicada el viernes pasado por el diario israelí Ma’ariv, el 30% de los encuestados dijo que Netanyahu era el mejor candidato para ocupar el cargo de primer ministro, mientras que el 49% prefería a su rival político más cercano, Benny Gantz, exministro de Defensa.
Esa misma encuesta reveló que el apoyo al Likud también está cayendo.
Debilitamiento
Israel tiene un sistema parlamentario multipartidario donde para formar gobierno hay que reunir una mayoría de al menos 61 bancas en un Parlamento de 120 escaños.
La coalición de Netanyahu tiene actualmente 74 bancas. Para derrocarlo, al menos 13 miembros del Parlamento tendrían que abandonar su coalición, o la Legislatura tendría que aprobar una moción de censura y elegir a otro candidato para reemplazar a Netanyahu.
Aviv Bushinsky, exasesor político de Netanyahu, apunta que ninguno de esos dos escenarios es probable.
“Casi todas las personas con las que hables te van a decir lo mismo: que Netanyahu tiene que renunciar su cargo, que no puede seguir gobernando este país”, señala Bushinsky. “Y sin embargo, al mismo tiempo existe un escenario muy concreto, en el que Netanyahu seguirá siendo primer ministro a pesar de su impopularidad, debido a la dificultad para reemplazarlo o destituirlo.”
Bushinsky agrega que algunos miembros del Likud hablan de dividirse para formar su propio partido, pero es poco probable que hagan en medio de una guerra.
“Mientras las papas quemen, todo es de la boca para afuera”, apunta Bushinsky. “No se trata sólo de abandonar el Likud: además, tendrían que formar su propia coalición de 61 legisladores que los apoyen. Y francamente no veo cómo podría funcionar una coalición política como esa.”
Desde el 7 de octubre, agrega Bushinsky, el sentimiento político de los israelíes se ha desplazado hacia la derecha, y predice que cualquier elección futura será ganada por un candidato de derecha que sea visto como un líder militar fuerte.
Muchos de los israelíes que se reunieron el viernes por la tarde en la llamada Plaza de los Rehenes de Tel Aviv manifestaban opiniones similares a las de Bushinsky. La gran explanada frente al Museo de Arte de Tel Aviv se ha convertido en un lugar habitual de protesta, luto y celebración para las familias de los secuestrados y llevados a Gaza el 7 de octubre.
El jueves, Moran Gal, una estudiante de 24 años, fue a la plaza con su novio para celebrar la liberación de ocho rehenes israelíes. Pero el viernes, cuando terminó el alto el fuego y comenzaron a circular informes de que algunos de los rehenes más ancianos habían sido asesinados, Gal no podía parar de llorar.
“Todo esto es culpa de Bibi”, dice Gal, usando el apodo de Netanyahu. “¿Cómo no pidió disculpas? ¿Cómo no admite que nos falló?”
Frente al Parlamento de Jerusalén, donde casi a diario se realizan protestas reclamando la renuncia de Netanyahu, el jueves por la noche se reunieron cientos de personas para escuchar a Eran Litman, cuya hija fue asesinada el 7 de octubre.
Litman acusó al primer ministro israelí de dejar a su hija librada a su suerte y de retomar a la guerra en vez de ocuparse de salvar las vidas de los rehenes que quedan.
“Sólo piensa en sí mismo, no en su país”, apuntó Litman.
“¡Vergüenza!”, tronaba la multitud cada vez que se pronunciaba el nombre de Netanyahu.
Por Shea Frenkel
(Traducción de Jaime Arrambide)