CORRECCIÓN: En Perú, un desierto rico en fósiles enfrenta un desarrollo descontrolado

Mario Urbina Schmitt, paleontólogo en el Museo de Historia Natural en Lima, Perú, y descubridor del Perucetus colossus, posiblemente el animal más pesado alguna vez encontrado, en su taller. (Marco Garro/The New York Times)
Mario Urbina Schmitt, paleontólogo en el Museo de Historia Natural en Lima, Perú, y descubridor del Perucetus colossus, posiblemente el animal más pesado alguna vez encontrado, en su taller. (Marco Garro/The New York Times)

Hace millones de años, este desierto en Perú era un lugar de encuentro para criaturas marinas fantásticas: ballenas que caminaban, delfines con cara de morsa, tiburones con dientes del tamaño de un rostro humano, pingüinos con plumaje rojizo, perezosos acuáticos.

Se reproducían en las aguas más tranquilas de una laguna poco profunda protegida por colinas que aún hoy rodean el entorno. Con el tiempo, los cambios tectónicos levantaron la tierra del mar. Hace más de 10.000 años llegaron los humanos. Con ellos llegaron el arte, la religión y la arquitectura monumental.

Los investigadores han reconstruido estas instantáneas del pasado lejano a partir de los huesos y tumbas encontradas esparcidas en la cuenca del río Pisco, una gruesa capa de sedimento rico en fósiles que se extiende a lo largo de 517 kilómetros cuadrados de tierras baldías y corredores ribereños entre las montañas de los Andes y la costa del Pacífico en el sur de Perú.

Los descubrimientos en la región se han producido a un ritmo acelerado en las últimas décadas, y hasta ahora se han encontrado al menos 55 nuevas especies de vertebrados marinos. En agosto, los paleontólogos revelaron lo que podría ser el hallazgo más notable de la región hasta el momento: el Perucetus colossus, una ballena parecida a un manatí que ahora se considera el animal más pesado que se conoce.

“Pareciera que siempre viene algo nuevo de Perú”, afirmó Nicholas Pyenson, paleontólogo y curador de fósiles de mamíferos marinos en el Instituto Smithsoniano. No es solo la abundancia de fósiles lo que hace que la región sea especial, dijo: “En muchos casos exhiben especies que no vemos en ningún otro lugar y no sabemos realmente por qué”.

Sin embargo, los paleontólogos en Perú han advertido que este excepcional botín de huesos se encuentra bajo la amenaza de una de las maneras más insidiosas en las que el país pierde su legado natural y cultural: el desarrollo no planificado.

Manuel Uchuya vive en un asentamiento ilegal cerca de los restos arqueológicos en Ocucaje. “No teníamos dónde ir”. (Marco Garro/The New York Times)
Manuel Uchuya vive en un asentamiento ilegal cerca de los restos arqueológicos en Ocucaje. “No teníamos dónde ir”. (Marco Garro/The New York Times)

En el distrito agrícola de Ocucaje, puerta de entrada a la cuenca del río Pisco, el desierto está siendo convertido rápidamente en terrenos para proyectos inmobiliarios, asentamientos ilegales y granjas avícolas. Nuevas carreteras atraviesan franjas de desierto y dunas azotadas por el viento. A lo largo de ellas se han erigido barreras de lodo y postes con alambre de púas.

“Estamos siendo disectados”, aseguró Laura Peña, alcaldesa de Ocucaje, mientras inspeccionaba demarcaciones rectangulares en la arena en las afueras del distrito. “Todo esto era una pampa libre, no había carreteras, solo había tierra. En los últimos dos, tres años han lotizado todo”.

Según Peña, esto ha pasado tan rápido, que todavía está intentando determinar quién es dueño de qué y cuánto de todo esto es legal. Al igual que muchos alcaldes de comunidades pequeñas, Peña no tiene un mapa de tenencia de la tierra de su distrito y tiene problemas para monitorear las decisiones tomadas por los gobiernos locales y regionales.

Muchas de las subdivisiones contienen fósiles o yacimientos precolombinos que debieron haber sido declarados zonas restringidas hace muchos años, afirmó.

El crecimiento caótico ha sido durante mucho tiempo un problema para la preservación de las innumerables ruinas antiguas de Perú, en especial a lo largo de la costa árida, donde las civilizaciones precolombinas alguna vez florecieron en los valles fluviales que hoy ocupan los peruanos.

En Ocucaje, Manuel Uchuya, de 73 años, vive en un asentamiento ilegal en lo alto de un centro ceremonial de la cultura precolombina Paracas. Hace más de un siglo, el arqueólogo alemán Max Uhle desenterró en el lugar varias momias que tenían al menos 1000 años de antigüedad y estaban envueltas en elaborados fardos funerarios, entre ellos uno con un motivo de serpiente y un tocado de plumas de guacamaya.

“No teníamos dónde ir”, dijo Uchuya.

El sitio ya había sido arrasado por saqueadores cuando él y su esposa construyeron una choza en un pequeño terreno para jubilarse hace unos 20 años, afirmó. A la vuelta de la esquina de su pequeña casa, seguían en pie los restos de un muro de adobe precolombino, y fragmentos de cerámica, mazorcas y jirones de textiles rojizos cubrían el suelo.

Debido al enorme déficit habitacional de Perú, los barrios tienden a construirse primero y a legalizarse después. En los últimos 15 años, el 90 por ciento del desarrollo urbano se ha producido de manera informal o fuera de las regulaciones, dijo Andrés Devoto, abogado.

A medida que la tierra disponible ha disminuido en la árida región entre los Andes y el océano Pacífico —donde se concentra la mayor parte de la población y la actividad económica de Perú— la especulación ha impulsado reclamos de titularidad en zonas cada vez más inverosímiles.

Ocucaje, una localidad remota en el floreciente departamento exportador agrícola de Ica, en el sur de Perú, tiene una población de menos de 5000 personas, no tiene sistema de saneamiento y cuenta con un presupuesto anual para proyectos de obras públicas de alrededor de 30.000 dólares. Los residentes mayores solían trabajar sin sueldo en la hacienda allí, hasta la llegada de la reforma agraria en 1969. Hoy en día, la mayoría de la gente cultiva, cosecha macroalgas en playas cercanas o trabaja como jornalero en las ciudades.

En la plaza central de Ocucaje, los niños juegan con una escultura del megalodón, un tiburón tres veces más grande que el gran tiburón blanco. Un museo paleontológico exhibe fósiles a los turistas ocasionales.

Mario Urbina Schmitt, un paleontólogo radicado en la capital, Lima, quien se ha convertido en el cazador de fósiles más prolífico de Perú, dijo que quedó impactado cuando regresó a trabajar en la región en 2021, tras las restricciones por la pandemia de COVID-19. Si bien muchos peruanos pasaron el año bajo estrictos confinamientos, los reclamos de tierras y los posibles asentamientos ilegales se dispararon. “Es como ir al Gran Cañón”, dijo Urbina Schmitt, “y de repente encontrarse con carteles por todas partes que dicen: ‘¡Esto es mío!’”.

Los arqueólogos conocen a Ocucaje como un cruce de caminos de civilizaciones antiguas: un lugar donde los pueblos paracas y nazca crearon figuras de animales y de guerreros en las laderas de las colinas y los incas trazaron un camino para conectar la región con su imperio.

Los paleontólogos consideran la región como uno de los mejores sitios en el mundo para la investigación de la evolución de los animales marinos. La ausencia casi total de lluvia —Ocucaje recibe un milímetro al año en promedio— ha sido clave para la preservación de incluso el color rojizo en el plumaje del pingüino Inkayacu de 152 centímetros y los filtros similares a cabellos en las bocas de las ballenas.

“Está más allá de ser un sitio del Patrimonio Mundial de la UNESCO en términos de la magnitud de su abundancia”, dijo Pyenson, quien comparó la zona con Uadi Al-Hitan, un célebre sitio de fósiles marinos en Egipto. “Es como si tuvieras un Wadi al-Hitan de muchos períodos distintos”.

Urbina Schmitt aseguró que incluso tras cuatro décadas de exploración en el desierto de Ocucaje, todavía consigue tantos fósiles que puede hasta darse el lujo de ser selectivo. “Cualquiera puede conseguir una ballena normal”, dijo. “Están en todas partes. Esas no las cuento. Quiero las nuevas, las extrañas”.

Hace una década, detectó una enorme vértebra de Perucetus incrustada en la ladera de un acantilado. La revelación de la nueva especie, publicada el mes pasado en un artículo en Nature del que fue coautor, ha sido ampliamente celebrada en Perú.

En el Museo de Historia Nacional en Lima, donde se exhiben las vértebras y parte de la pelvis del Perucetus, los visitantes hacen fila para tomarse selfis con Urbina Schmitt. “Parece como si hubiéramos ganado un Mundial”, afirmó.

Los paleontólogos peruanos esperan que la emoción se traduzca en mayor apoyo a su campo, que carece de fondos suficientes, y a sus esfuerzos por proteger Ocucaje.

Los funcionarios gubernamentales en Perú han tenido conversaciones desde al menos una década sobre la posibilidad de crear algún tipo de parque en Ocucaje. La idea ha avanzado muy poco, en parte debido a una disputa sobre cuál institución estatal debería liderar ese proyecto.

El Instituto Geológico, Minero y Metalúrgico, una agencia dentro del Ministerio de Energía y Minas, le arrebató en 2021 al Ministerio de Cultura la autoridad para supervisar la protección de fósiles. Pero aún está revisando qué zonas declarar en restricción y planea reescribir la propuesta de Perú para añadir la región a la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO, afirmó César Chacaltana, su director de geología regional.

Mientras tanto, al menos cuatro proyectos inmobiliarios están anunciando la disponibilidad de terrenos para construir viviendas estilo suburbano en el desierto de Ocucaje. En videos difundidos en las redes sociales se cita el descubrimiento del Perucetus como una razón para invertir en la región. Otro promueve paseos en cuatrimoto por el desierto.

Ninguno ha solicitado un permiso para certificar, antes de comenzar la construcción, que no hay restos fósiles en esos sitios, como exige la ley desde 2021, dijo Chacaltana.

Maquinaria pesada parece haber nivelado ya el terreno en algunas zonas demarcadas, llevándose consigo posibles fósiles. “Cualquier evidencia que ha habido en la superficie se habría destruido”, aseguró durante una visita Ali Altamirano, paleontólogo del instituto.

Peña, quien asumió el cargo de alcaldesa en enero, sospecha que al menos parte de las zonas recientemente demarcadas en Ocucaje son obra de traficantes de tierras, mafias que organizan ocupaciones ilegales para apropiarse de terrenos públicos. “No sabemos qué es lo que quieren en Ocucaje”, afirmó Peña. “Aquí no hay agua, solo recibimos agua una vez a la semana por unas horas”.

Bajo las leyes peruanas que buscan proteger a la población pobre sin tierras, los ocupantes ilegales no pueden ser desalojados fácilmente de terrenos públicos baldíos y pueden con el tiempo solicitarles a las autoridades títulos de propiedad y servicio públicos.

Pero cada vez más, las organizaciones criminales están explotando estas medidas de protección. Podrían pagarle a personas para que construyan chozas en lotes baldíos y exigir títulos de propiedad que luego puedan vender o reutilizar, o podrían utilizar la violencia o los sobornos para obtener la aprobación de los funcionarios locales. “El tráfico de terrenos es uno de los negocios más lucrativos para las mafias en el Perú”, afirmó Devoto.

Algunas zonas delimitadas por vallas en Ocucaje solo muestran leves indicios de ocupación. Cerca de Cerro Blanco, donde carteles descoloridos señalan grupos de fósiles de ballenas para los visitantes, una casa de ladrillo de una habitación se encuentra al sol, sin acceso al agua ni ningún indicio de que alguien viva allí. “Nunca vemos a nadie”, dijo Elvis Ormeño, un guía turístico local. “No la hizo una familia humilde”.

Los vientos que azotan las dunas del desierto siguen ocultando y revelando pistas sobre el pasado antiguo; se necesitan ojos entrenados para verlos. Los paleontólogos y arqueólogos temen que el desarrollo incontrolado en Ocucaje pueda destruir hallazgos potencialmente valiosos antes de que se conozcan.

“Puedes estar ahí parado, día tras día, haciendo tu trabajo, y no ver un geoglifo debido a la forma en que el sol incide en el paisaje”, afirmó Lisa DeLeonardis, historiadora del arte de la Universidad Johns Hopkins. “Y luego, cuando lo ves, todas las rocas se alinean y te das cuenta de que hay un geoglifo allí”.

Alguna vez se pensó que los geoglifos —diseños a gran escala hechos raspando el suelo o alineando rocas— habían sido creados únicamente por la civilización nazca, cuyas famosas figuras se extienden a lo largo del desierto a unos 80 kilómetros al norte. Pero cada vez más se encuentran geoglifos previos de los paracas en las laderas de Ocucaje y valles cercanos, dijo DeLeonardis.

Una residente, Mirtha Mendocilla, de 28 años, recordó haber llevado a su hijo y a sus amigos a ver un geoglifo que los lugareños habían descubierto no muy lejos del distrito, solo para encontrarse con vallas y un letrero que decía “Propiedad privada”.

“¿Qué propiedad privada?”, dijo Mendocilla. “Esto es nuestro patrimonio. Tenemos que recuperar esto antes de que se malogre”.

c. 2023 The New York Times Company