¿Pastor o traidor? Los ucranianos se alejan de una Iglesia que ven como un instrumento del Kremlin

Unos trabajadores limpian los escombros de la catedral de la Transfiguración de Odesa, dañada por los ataques de misiles rusos, en Odesa, Ucrania, el 25 de julio de 2023. (Emile Ducke/The New York Times)
Unos trabajadores limpian los escombros de la catedral de la Transfiguración de Odesa, dañada por los ataques de misiles rusos, en Odesa, Ucrania, el 25 de julio de 2023. (Emile Ducke/The New York Times)

BLYSTAVYTSIA, Ucrania — Durante dos décadas, Ilya Solkan fue párroco en un pequeño pueblo ucraniano a las afueras de la capital, Kiev. Bautizaba bebés, bendecía matrimonios y realizaba funerales. La iglesia ortodoxa era el corazón del pueblo, y Solkan ocupaba un lugar central en su vida.

“Ser sacerdote es el llamado que Dios me ha dado”, dijo en una entrevista en su casa del pueblo de Blystavytsia, describiendo la iglesia como su “segundo hogar”.

Hoy, está desempleado y ha sido condenado al ostracismo en el pueblo después de que los feligreses lo expulsaran en octubre por hacer política en su labor pastoral.

La destitución de Solkan, un sacerdote sin proyección pública más allá de su pueblo natal, refleja el rechazo gradual de gran parte de la sociedad ucraniana a una Iglesia que responde a Moscú, un proceso que se ha acelerado a raíz de la guerra. En concreto, habla de la división entre las dos ramas del cristianismo ortodoxo, la religión predominante en Ucrania.

En Ucrania, la Iglesia ortodoxa tiene un ala nacional independiente, que obtuvo formalmente el estatus canónico por parte de la Iglesia ortodoxa oriental en 2018, y una ala, a la que pertenece Solkan, vinculada a la Iglesia ortodoxa rusa de Moscú. Durante años, su rama ha sido un símbolo de la influencia rusa y, desde la invasión, se ha convertido en un objetivo del empeño de Ucrania por librarse de la influencia cultural rusa.

El líder de la Iglesia ortodoxa rusa, el patriarca Kirill, es un partidario entusiasta del presidente ruso, Vladimir Putin. Su iglesia ha promovido la opinión de Moscú de que las raíces culturales de Ucrania están en Rusia, un argumento que el líder ruso utilizó para justificar la invasión a gran escala.

Los feligreses de la Iglesia de la Gran Santa Mártir Paraskeva se persignan al salir de los servicios del Viernes Santo en Blystavytsia, Ucrania, el 14 de abril de 2023. (Brendan Hoffman/The New York Times)
Los feligreses de la Iglesia de la Gran Santa Mártir Paraskeva se persignan al salir de los servicios del Viernes Santo en Blystavytsia, Ucrania, el 14 de abril de 2023. (Brendan Hoffman/The New York Times)

Los representantes de la Iglesia ortodoxa rusa han negado que apoyen la invasión y han argumentado que su institución es víctima de persecución, una cuestión que Rusia planteó en una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU a finales de julio. Días antes de la reunión, uno de los vicarios de la propia iglesia criticó a Kirill en una carta llena de ira después de que los misiles rusos dañaran gravemente una de las mayores iglesias ortodoxas del país, la catedral de la Transfiguración de Odesa, afirmando que “sus obispos y sacerdotes consagran y bendicen los tanques y misiles que bombardean nuestras ciudades pacíficas”.

Los aldeanos dicen que durante años Solkan había colmado sus sermones con expresiones de apoyo a la política exterior del Kremlin —por ejemplo, al decir que Moscú tenía razón cuando se anexionó Crimea ilegalmente en 2014— y que con frecuencia les habló en ruso en lugar de en ucraniano.

“Rusia siempre utilizaba la iglesia como herramienta de influencia propagandística y, como habitantes de este pueblo, era inaceptable para nosotros”, dijo Zoya Dehtyar, la jefa del consejo parroquial, que lo expulsó.

Solkan declinó hacer comentarios sobre su política, por temor a que algo de lo que dijera le causara problemas.

Su rama de la Iglesia está sometida a una gran presión en Ucrania.

El Parlamento ucraniano está debatiendo un proyecto de ley que prohibiría cualquier organización religiosa apoyada por una entidad religiosa de un Estado que haya perpetrado una agresión contra el país. Pocos dudan de que el blanco sea Rusia, y el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, se ha pronunciado a favor del proyecto de ley.

El gobierno ucraniano también ha tomado medidas para reducir la influencia de la iglesia vinculada a Rusia, entre otras cosas ordenando a sus sacerdotes y monjes que desalojen el Kyiv-Pechersk Lavra, o Monasterio de las Cuevas. De este modo, la Iglesia no tendría acceso a uno de los lugares más sagrados de la fe ortodoxa oriental.

Varios parlamentos regionales y otras autoridades locales han tomado medidas para impedir que la Iglesia rusa opere en Ucrania, como revocar los contratos de arrendamiento de edificios eclesiásticos propiedad del gobierno.

Más de 1500 iglesias locales, como la de Blystavytsia, se han adherido a la Iglesia nacional ucraniana. Según el Servicio de Información Religiosa de Ucrania, una organización no partidista, esta cifra representa alrededor del 13 por ciento de las iglesias de algunas zonas del país. Muchos sacerdotes han cambiado de adscripción y otros han perdido su empleo.

En una señal de la creciente centralidad de la iglesia nacional, Zelenski visitó al patriarca ecuménico Bartolomé, el líder espiritual, durante una visita reciente a Estambul.

“Tenemos una revolución en Ucrania”, afirmó Taras Antoshevskyi, director del Servicio de Información Religiosa. “Los máximos dirigentes del Patriarcado de Moscú no quieren cambios, pero el pueblo ya no lo tolera”.

El conflicto por la lealtad religiosa llegó a su punto álgido en Blystavytsia al comienzo de la invasión a gran escala, hace 17 meses. El pueblo se encuentra cerca del aeropuerto militar de Hostomel, que las fuerzas rusas intentaron tomar en una de las primeras batallas de la guerra.

Los soldados rusos bombardearon la aldea y, luego, la ocuparon. Durante más de dos semanas, los aldeanos se refugiaron en sus sótanos.

Finalmente, Dehtyar salió y condujo temerosa con su marido y su hijo hasta el lado ucraniano de la línea del frente. Dijo que el bombardeo había matado a 12 aldeanos, mientras que otros 10 murieron porque no pudieron acceder a atención médica. Aproximadamente el mismo número desapareció, probablemente detenidos por las fuerzas rusas.

Para los fieles, algo se había fracturado. La ocupación, los asesinatos y la lucha nacional agudizaron el sentido del patriotismo de los feligreses y erosionaron su tolerancia hacia el sacerdote, dijeron Dehtyar y otros aldeanos.

Desde que lo expulsaron, Solkan dice que rara vez sale de casa. Varios aldeanos lo describieron como “tímido” incluso antes de que perdiera su puesto. Sigue celebrando misas en su casa para los pocos aldeanos que siguen apoyándolo e interpuso una demanda para intentar recuperar su puesto.

“Todo depende de la voluntad de Dios. Si Dios nos permite volver a nuestra iglesia, será un gran regalo”, dijo.

En ausencia de Solkan, los aldeanos dicen que el vigor de su iglesia se ha renovado. En abril, celebraron la Pascua con un nuevo sacerdote de la Iglesia nacional ucraniana.

“Es como volver a casa con la familia”, dijo Dehtyar.

c.2023 The New York Times Company