¿En qué se parecen los abogados y los plátanos? Su mala reputación es mala para todos

Primer plano de Juan Jesús Garza Onofre
El mexicano Juan Jesús Garza Onofre hace autocrítica y reflexión sobre una profesión desprestigiada.

“¿En qué se parecen los abogados y los plátanos? En que no hay uno derecho”.

“¿Qué tienen en común los abogados y los espermatozoides? Que solo uno en dos millones hace su trabajo”

“¿Para qué son buenos los abogados? Para que los vendedores de carros parezcan honestos”.

El mexicano Juan Jesús Garza Onofre ha escrito un libro curioso, muy original, que busca sacar a las calles un tema cuya discusión suele estar confinada a la academia, aunque en realidad nos afecta a todos: la calidad de los abogados que crean, modifican y aplican las reglas que nos rigen.

Y lo hace mezclando sus propias reflexiones, con datos, cifras y citas prestadas de obras de autores tan variados como Tomás Moro, Kafka, Mario Puzo, Mario Vargas Llosa, Mariana Enríquez y JK Rowling.

En sus frases, como en los chistes que abren este artículo, aparecen duras críticas que reflejan la mala reputación de una profesión que Jonathan Swift describe así en “Los viajes de Gulliver”: “En todos los asuntos ajenos a su propia profesión, eran en general la casta más ignorante y estúpida entre nosotros”.

En “No estudies Derecho”, Garza -que es abogado, profesor e investigador en la UNAM y en el Colegio de México de Derecho Constitucional- hace autocrítica, se pregunta cómo llegó tan lejos el desprestigio y, sobre todo, cómo pueden los abogados pasar de ser un mal necesario a un bien necesario.

BBC Mundo habló con él en el marco del Festival HAY Querétaro, que se celebra en esa ciudad mexicana entre el 7 y el 10 de septiembre.

Me gustaría partir preguntándote por el humor. ¿Por qué decides incluir todos estos chistes que dejan tan mal a los abogados?

Me llamaron la atención, porque los veo como una contradicción, una paradoja.

Uno pensaría que en una profesión que tiene como uno de sus principales objetivos la formalización, la abstracción a un lenguaje serio de los conflictos y las relaciones sociales, el humor no tiene cabida, ¿no? No es una profesión graciosa.

Y, sin embargo, hay muchísimos chistes de abogados, más que de otras profesiones.

Indagando, me di cuenta de que no conocemos tantos chistes sobre periodistas, arquitectos o cocineros. Sí hay de médicos, de profesores, de sacerdotes, y eso tiene tal vez una explicación histórica: todas son profesiones antiguas, que hablan de la potestad que tienen ciertas personas para ir generando normatividad social.

La mayoría de la gente en algún momento de la vida necesita un abogado, pero nadie lo busca porque quiere, ni por gusto, y muchas veces la experiencia de ver a uno no es agradable.

Entonces, hice una recopilación de chistes como una manera de llamar la atención sobre un gremio que tiene muchas problemáticas, y al final lo que digo es, ojo, aquí hay una crítica social y cultural que parece que no vemos.

¿Y qué hay que ver?

Yo creo que necesitamos hacer un serio replanteamiento sobre cómo está la abogacía en relación con la sociedad, que es la que se debería beneficiar de nuestro trabajo.

Me parece que el Derecho se está haciendo cada vez menos relevante ante los sistemas económicos, ante el mercado, y mientras no recupere su vocación de regulación, creo que la batalla va a estar cada vez más perdida.

Pongo un ejemplo muy cotidiano: en la carrera te enseñan sobre sindicatos y derechos laborales, pero si de repente a través de una app puedes pedir que te llegue comida caliente a cualquier hora del día, cualquier día de la semana, y eso no lo piensas bajo una óptica de los derechos, algo falta.

Porque claramente hay anomalías, pero de eso no se habla por la comodidad de los hábitos de consumo.

Hay muchas presiones, y el panorama no es alentador, pero yo creo firmemente que el Derecho sirve, que si no existiera, viviríamos bajo la ley de la selva, del ojo por ojo.

En ese sentido, pienso que hace falta reivindicar y tomarnos en serio que el Derecho sí puede regular y modificar conductas, de manera que nos hagan una sociedad más igualitaria, una sociedad mejor en términos de lo que aspira, que simple y sencillamente es crear una comunidad política donde las diferencias no sean tan abismales.

Uno de los obstáculos más grandes que tenemos quienes no somos abogados para relacionarnos con uno, es el lenguaje, lo que se llama el abogañol, una barrera a la que le dedicas un buen espacio en tu libro.

Este es un tema que hay que tomar con mucho cuidado, porque no hay que olvidar que a fin de cuentas, el Derecho, como cualquier disciplina, tiene palabras técnicas y científicas que no vamos a eliminar. Esas palabras existen y con eso trabajamos.

Yo creo que donde existe una distorsión es al momento de explicarle a las personas qué significan propiamente esas palabras, y pienso que es fundamental aprender a “traducir” el lenguaje jurídico al lenguaje ciudadano para generar un mejor entendimiento.

En ese sentido, me parece que una de las soluciones radica en que en la formación de las futuras abogadas y abogados haya una mejor comprensión del lenguaje en la profesión, pero también más allá de ella.

En la carrera no te enseñan a escribir como abogado. Eso no existe. Se habla de argumentación, de redacción, de análisis, de sentencia, pero la propia tradición jurídica te obliga a poner ciertas palabras, ciertas frases hechas, incluso en latín.

A mí lo que me interesa es si eso lo podemos traducir y dejar de tener el monopolio del acceso al conocimiento jurídico, porque si no lo hacemos la profesión va a perder toda su relevancia social.

Yo creo que quienes ejercemos la abogacía tenemos un deber moral de dar respuestas claras y de no crear ilusiones falsas a las personas que no se dedican a esto, que no han pasado cinco años estudiando leyes en la universidad y a veces ni siquiera tienen el tiempo ni las ganas de ponerse a leer un contrato, que puede tener consecuencias significativas en su vida.

Al final, el Derecho debe de servir para resolver problemas, no para crearlos.

Portada del libro
En el libro, el autor se pregunta, entre otras cosas, cómo pueden los abogados pasar de ser un mal necesario a un bien necesario.

El título es bastante provocador, y como el libro, tiene un doble sentido. ¿Qué quieres decir exactamente con “No estudies Derecho”?

Mira, cuando uno es joven y elige estudiar Derecho, llega a la carrera creyendo en la justicia, en que vamos a cambiar el mundo. Yo tengo la suerte de hacer clases en el primer y en el último semestre, y lo veo en los alumnos recién llegados.

Pero pasan unos años y parecería que se borró todo, que la justicia es una cosa y el Derecho es otra.

El título es de alguna manera un llamado a reflexionar sobre el hecho de que la gran cantidad de abogados que hay en nuestros países no se refleja en un mejor Estado de derecho.

Desde 1994, en México cada semana se crea una nueva escuela de Derecho. La liberalización de la disciplina ha sido brutal, pero no hay ninguna correlación en que un país tenga más abogados y se respete más la legalidad.

Y por otro lado, si ya estás convencido, si el Derecho es tu opción, que sepas que no hay una sola forma de estudiar Derecho, que no hay que estudiar derecho el Derecho.

Entonces, ese es el juego de palabras. No te miento, ha sido criticado, también por colegas y en la facultad, pero yo les digo lean más allá el título.

Lo que me interesa es insistir en la idea de que el Derecho puede generar hábitos morales, valores, costumbres, y no ser una herramienta opresiva o burocrática tipo kafkiana, que no sirve para solucionar las necesidades sociales más importantes de hoy.

Y en un país como México donde la impunidad es un gran tema pendiente, es una paradoja bastante grande, ¿no?

Los datos son alarmantes. Cerca del 98% de los delitos no se denuncian, quedan impunes, y del 2% que se denuncia, menos del 0,80 de los casos se llegan a resolver o terminan en condena, lo que es bajísimo. Es absurdo.

Hay un Estado mínimo, con presidentes de izquierda, de derecha, de centro, que año tras año hablan de Estado de Derecho, de cultura, de la legalidad, de la ley, de la policía, pero nadie habla de los abogados.

Se discuten el Poder Judicial, las cortes, el sistema electoral, pero parecería que la figura de los abogados no está en el radar, no es importante.

Y en ese sentido, pues planteo que tendríamos que hacer una discusión colectiva amplia, porque el panorama actual nos lleva al gran problema de nuestros tiempos que es la desigualdad.

La desigualdad ya llegó al Derecho. En México, los que ganan los casos son los que tienen el dinero para pagar a los mejores abogados, y esto mina la noción básica del Derecho, que es igualar la cancha, que dos personas en igualdad de armas se enfrenten a un tercero imparcial.

Imagen de la Universidad Autónoma de Chiapas de Derecho
Derecho es la segunda carrera universitaria más estudiada en México, según datos del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO)

La abogacía es una de las profesiones más estereotipadas que existen, y podríamos decir que tú eres el anti-estereotipo del abogado. ¿Cómo ha sido para ti romper el molde?

Mira, es algo que me preguntan, y de lo que he reflexionado, y lo que he podido concluir es que de verdad a mí me cuesta mucho trabajo pensar que yo sea lo más transgresor que le ha pasado a mis colegas en los últimos 100 años.

Es verdad, me han interpelado, ¡oh, vienes en jeans!, o me han dicho que alguien me podría haber despedido por “esas mechas”.

Pero yo les digo, oigan, pongan un pie en el Zócalo cualquier día, pasen a la facultad que tenemos al lado, que es la de política; no puede ser que estemos viviendo en esta burbuja.

Son cosas que hacen pensar que México sigue siendo un país donde la forma importa más que el fondo. Parecería que es más importante que parezcas abogado antes de que seas, y al engominarse el cabello y ponerse corbata y toga, lucran con una estética y con una imagen que esconde muchas cosas.

Creo que eso está cambiando, es algo que noto en las nuevas generaciones, la noción de reivindicar el tema de la salud mental en algunos espacios educativos, y de discutir las ideas y no cómo nos vestimos.

A veces me llegan alumnos que quieren hacer trabajos sobre personas en situación de calle: ¿qué tiene que decir el Derecho sobre ellas? Me parece fantástico. Son cuestiones que transitan en una mayor imaginación y una mayor capacidad de entender las problemáticas actuales.

¿Y cómo ves el tema de las mujeres en las nuevas generaciones?

El Derecho sigue siendo un mundo eminentemente masculinizado, pero los datos que tengo es que en acceso a la profesión ya hay más mujeres estudiando Derecho que hombres. Y esto tarde o temprano va a impactar.

Es verdad que aún existe el problema de los techos de cristal, pero me llama mucho la atención que el mayor terremoto, la mayor política pública en cuestión de género, no haya sido institucional, sino que fue el MeToo el que generó comisiones educacionales, protocolos, manuales, despidos.

El Derecho no está resolviendo los problemas. Lo están haciendo los movimientos sociales, los movimientos no organizados.

Esa es una gran lección para nosotros como abogados. Nos debería hacer pensar si el Derecho es suficiente en los cambios que estamos viviendo o tendremos que reimaginar toda nuestra disciplina.

Ahora, si hay más mujeres, ojalá cada vez lleguen más a puestos de poder. Y que se sigan produciendo transformaciones.

No puede ser que muchas veces importe más la discusión sobre la conveniencia o no de usar lenguaje excluyente que la de por qué no bajan los feminicidios, a pesar de que se han creado e implementado leyes.

Siguiendo con los estereotipos, ¿cómo sería -si existiera- el abogado ideal, ese al que todos querríamos ir?

Yo te diría que lo primero -y es algo que creo que nunca se nos ha enseñado en la profesión-, es que escuche. El abogado habla mucho, por algo se dice, ese niño habla mucho, es bien respondón: va a ser abogado.

Pero tenemos que escuchar. Y en ese sentido soy partidario de que la educación sea interdisciplinaria. Creo que nos podríamos ayudar mucho de la psicología, de la antropología, de los estudios culturales.

Parecería que el abogado que nos gusta, el que nos ha dado Hollywood, es el abogado perro, duro, que no va a perder, que cuando va saliendo un divorcio fomenta la venganza: "a ese lo vamos a dejar en la calle, le vamos a quitar todo".

Yo no creo en eso. Yo creo en la posibilidad de ver el Derecho como un medio para entendernos a través de la conciliación.

De hecho, una de las grandes reflexiones que me dejó el libro es qué podemos ofrecer como alternativa a la cárcel. ¿Cómo puede ser que no se nos haya ocurrido otra forma de sanción, de reparación, que no sean esos espacios, que son de lo peor que tiene el sistema jurídico y donde se producen tantos abusos y tragedias?

Entonces, yo abogaría por abogados que tengan la creatividad para despresurizar los conflictos personales y jurídicos, no necesariamente a través del derecho penal, sino de alternativas muchísimo más humanas.

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