Paramount: el ganador del primer Oscar a la mejor película es el último estudio de cine con domicilio en Hollywood
Los grandes arcos de estilo colonial californiano y las puertas de hierro permanecen intactas en el 5555 de la avenida Melrose. Actores, directores y guionistas soñaron, y aún sueñan, con traspasarlas para trabajar en el mismo lugar en el que se hicieron algunas de las películas más famosas de la historia. Pasó el siglo XX, durante el cual el cine se convirtió en el gran arte popular y atravesó varias crisis, incluida la llegada de la televisión, del VHS y, en la actualidad, del streaming. Como sus icónicas puertas, Paramount sigue ahí, en el corazón de Hollywood.
La longevidad del estudio, cuyos orígenes se remontan a más de cien años, es tan notable como el hecho de ser única entre las majors en tener aún residencia de Hollywood (Sony y Universal están en diferentes distritos dentro de la megalópolis que es Los Ángeles; otros en las afueras, como Burbank). Hoy también se alquilan para producciones de cine y TV de otras empresas pero sigue siendo Paramount, con todo el peso de su historia detrás.
El estudio, que ahora forma parte del conglomerado de medios Viacom-CBS, dio el mes último un nuevo paso para adaptarse a los tiempos que corren lanzando en varios países, incluida la Argentina, su propia plataforma de streaming, Paramount +.
La supervivencia en Hollywood es todo un arte y Paramount lo ha dominado, al menos de forma simbólica. El nombre, los sets y el logo de la montaña con el pico nevado sobrevivieron a cambios de dueños, de tecnologías y modas. Todo comenzó con la productora Famous Players, fundada por Adolph Zukor, en 1912, en Nueva York. Pocos años después, en 1916, se fusionó con The Jesse L. Lasky Company, que producía películas en Hollywood. Ambas se unieron formando la Famous Players-Lasky Corporation y luego sumaron a la pequeña empresa que distribuía sus films, llamada Paramount. Una vez asentados en el negocio de la distribución se quedaron con este último nombre.
El estudio contaba con algunas de las estrellas más famosas de la época, como Rudolph Valentino, Clara Bow, Mary Pickford y Douglas Fairbanks. Pickford fue la primera estrella en producir sus propios films bajo un acuerdo con el estudio, pero terminó abandonando Paramount en 1919 para fundar United Artists junto a Fairbanks, Charles Chaplin y el director D.W. Griffith, con el fin de tener mayor autonomía.
Otra estrella de la época muda fue Gloria Swanson, quien protagonizaría muchos años después uno de los clásicos más sobresalientes del estudio: El ocaso de una vida. El film de Billy Wilder, uno de los guionistas y directores clave del estudio durante la época de oro, refleja el olvido que las estrellas del cine mudo sufrieron con el advenimiento del cine sonoro. Luego de que Warner estrenara El cantor de jazz, en 1927, los otros estudios tuvieron que ponerse al día con la novedad tecnológica que revolucionaría al cine.
Paramount parecía preparado para entrar a la nueva era. En 1926 se construyeron los estudios en Hollywood y un año después su producción Wings se convirtió en el primer film en ganar el Oscar a Mejor Película. Además de asegurarse un lugar en la historia del cine con este hito, el estudio fue incorporando nuevas estrellas como Claudette Colbert, Carole Lombard, Marlene Dietrich, Mae West, Gary Cooper, Maurice Chevalier y Bing Crosby. También, grandes directores como Ernst Lubitsch y Josef von Sternberg, entre otros.
Sin embargo, la transición al cine sonoro tuvo un impacto negativo en las finanzas del estudio. En 1933, en plena Gran Depresión y luego de un cambio en el directorio, la empresa Paramount Publix se declaró en bancarrota. Poco después, en 1935, se reorganizó como Paramount Pictures y pudo recuperarse gracias a las ganancias de sus películas, que incluían a las comedias de Mae West y la popular serie de films musicales protagonizados por Bob Hope, Bing Crosby y Dorothy Lamour.
Éxitos y crisis
Las década del 40 fue de éxito y expansión para el estudio, impulsados no sólo por las estrellas que protagonizaban las películas sino también por los grandes directores y guionistas que se destacaron, como Preston Sturges, Wilder, Charles Brackett y Leo McCarey, director de Siguiendo mi camino, uno de los hits de taquilla de la década y ganadora de siete premios Oscar, incluido el de Mejor Película, en 1945. Un año después Paramount anotó otro triunfo cuando Días sin huella, de Wilder, también se llevó el premio mayor de la Academia.
Como toda buena historia de Hollywood, la de Paramount está signada por los altibajos. A fines de la década del 40, la Corte Suprema de los Estados Unidos dictaminó que Paramount y otros siete estudios –los conocidos como majors de la era dorada de Hollywood –Columbia Pictures, 20th Century Fox, Warner Bros., Universal Pictures, Metro-Goldwyn Mayer, United Artists y RKO Radio Pictures– incumplían una ley antimonopolio, la Sherman Antitrust Act, al controlar la producción, la distribución y la exhibición de sus películas. Los estudios tuvieron que vender sus salas de cine, lo cual afectó la estrategia de producción. En la actualidad, con el advenimiento de los servicios de streaming, se renovaron las discusiones en torno a estos controles antimonopolio, ya que las plataformas producen, distribuyen y son el canal de exhibición de su propio contenido (incluso Netflix compró en los EE.UU. un par de salas de cine y es parte de las majors actuales).
Sin embargo, no fue un golpe fatal para Paramount, que le puso el sello a varias de las películas más destacadas de la década del 50 y algunas de las mejores de la historia del cine, como La ventana indiscreta y Vértigo, de Alfred Hitchcock; y Sabrina y Stalag 17, de Billy Wilder.
Uno de los films más taquilleros de la década para el estudio fue una remake: Los diez mandamientos, de Cecil B. DeMille, quien había sido uno de los directores más importantes del estudio en el período mudo y lo abandonó en 1925 para formar su propia productora. Luego de un breve paso por MGM, el director especializado en llevar historias épicas a la pantalla volvió a Paramount, en 1932, donde realizó films como Cleopatra (1934), Sansón y Dalila (1949) y El espectáculo más grande del mundo (1952). DeMille se interpretó a sí mismo en El ocaso de una vida, junto a Swanson, con quien había filmado varias películas, quedando capturado en cámara para la historia. Los diez mandamientos, un clásico de la pantalla chica de cada Semana Santa, fue su último film y uno de los más grandes éxitos del estudio. Aún hoy se le dedica un momento especial durante el recorrido turístico por los estudios Paramount, que se detiene frente a la playa de estacionamiento en la cual se filmó la escena en la que las aguas del Mar Rojo se abren ante Moisés, interpretado por Charlton Heston.
Aunque Paramount produjo en los años 60 películas imprescindibles como Psicosis y Muñequita de lujo, el avance de la TV lo afectó tanto como a sus competidores. El estudio se apoyó en la tecnología de VistaVision, el formato panorámico que había lanzado a mediados de la década anterior para competir con la TV y con el CinemaScope de Fox. Al mismo tiempo, Paramount comenzó a producir también para la pantalla chica, con series como The Andy Griffith Show, Misión: imposible y Star Trek. Estas dos últimas se convirtieron luego en franquicias televisivas aún en franca expansión, que el estudio explotó también en el ámbito cinematográfico, llevándolas a la pantalla grande en múltiples oportunidades.
Un nuevo Hollywood
El estudio cambió de manos otra vez en 1966, cuando fue adquirido por el conglomerado Gulf+Western. Esos años fueron difíciles para Paramount. El musical La leyenda de la ciudad sin nombre, protagonizado por Lee Marvin, Clint Eastwood y Jean Seberg, fue uno de los grandes fracasos de taquilla del estudio y es considerado representativo de la ignorancia de los estudios frente a los cambios en el gusto popular. El éxito de Bonnie y Clyde, El graduado y Busco mi destino marcaron el comienzo de una nueva era en Hollywood. Paramount se convirtió en uno de los principales factores de ese cambio, de la mano de su flamante jefe, Robert Evans.
La única experiencia que tenía Evans para liderar un estudio era haber interpretado a Irving Thalberg en una película sobre la vida del Niño Maravilla, para la cual fue elegido personalmente por Norma Shearer, viuda del legendario jefe de producción de MGM. El exactor de 36 años defraudó a todos los que apostaron en su contra y llevó al estudio a un período de gran éxito con películas como Love Story, El bebé de Rosemary, Harold y Maude, Luna de papel y las dos primeras entregas de El padrino, entre otras. Evans era un personaje extravagante y cultor del glamour asociado con el Hollywood de los 70, siempre bronceado y rodeado de mujeres hermosas, como Ali McGraw, quien fue su esposa (el propio Evans contó su historia en The Kid Stays in the Picture, una de las autobiografías de Hollywood más fascinantes, sobre la que se realizó el documental del mismo nombre). Pero lo que lo hizo tan exitoso fue estar en sintonía con los grandes directores y confiar en sus ideas; aunque no dudaba en intervenir cuando le parecía necesario, lo cual le valió varias peleas con Francis Ford Coppola durante la posproducción de El padrino (rodaje que será el foco de una de las nuevas series de la plataforma, The Offer). En 1974, Evans fue reemplazado por Barry Diller pero continuó produciendo para Paramount con su sello: su primera película fue Barrio Chino, de Roman Polanski.
De la era de los productores a la nueva frontera del streaming
La era de los directores como estrellas fue dejando lugar al predominio del blockbuster, que comenzó con los éxitos de taquilla de Tiburón y Star Wars - Episodio IV: una nueva esperanza. Diller, que había comenzado su carrera en la agencia William Morris y luego como ejecutivo de TV, fue un jefe de estudio muy distinto al de Evans, acorde a las nuevas tendencias de Hollywood. Durante su mandato, Paramount produjo series históricas como Laverne y Shirley y Cheers y películas de grandes presupuestos orientadas a todo público, como Indiana Jones y los cazadores del arca perdida.
Las nuevas estrellas de los 80, además de las que aparecían frente a la cámara, eran los productores. Don Simpson y Jerry Bruckheimer fueron la dupla que reinó en Paramount durante esa época, consiguiendo números fenomenales en la taquilla con sus películas de acción con altas dosis de testosterona. Flashdance, Top Gun y las dos primeras películas de Un detective suelto en Hollywood, producidas por Simpson y Bruckheimer, costaron 100 millones de dólares y recaudaron 1400 millones en la taquilla internacional, según una nota de Los Angeles Times. Estos films marcaron un estilo de la época y pusieron a sus productores en la cima de la cadena alimenticia de la industria durante algunos años (nada es para siempre, y menos en Hollywood).
Las carreras de Eddie Murphy y Tom Cruise, protagonistas de tres de esos grandes éxitos, también crecieron y ambas figuras tuvieron contratos exclusivos y carísimos con Paramount. Cruise estableció dentro del estudio su propia productora pero en 2006 fue despedido, porque el entonces dueño del estudio, Sumner Redstone, culpaba la mala performance de Misión imposible III en la taquilla a su errática conducta en público, su expreso fanatismo por la Cienciología y sus declaraciones en contra de la psiquiatría. Luego de probarse en roles más dramáticos y hacer una “limpieza de imagen”, Cruise volvió al estudio en 2011 para continuar con las películas de Misión imposible, cuya última entrega es uno de los estrenos más esperados de Paramount para 2021, y Top Gun 2, el regreso del actor al papel del piloto Maverick.
Desde principios de la década de los 90, Paramount estuvo a cargo de Sherry Lansing, quien se había convertido en 1980 en la primera mujer jefa de un estudio de Hollywood, cuando asumió ese cargo en 20th Century Fox. Su permanencia allí fue muy corta y Lansing se dedicó luego a producir dentro de Paramount películas como Atracción fatal y Acusados. En 1992 se convirtió en directora de Paramount Pictures Group y condujo al estudio a una época de éxito sostenido, gracias a títulos como Forrest Gump y Rescatando al soldado Ryan. Con Corazón valiente, de Mel Gibson, y Titanic, de James Cameron, hizo una jugada magistral al compartir los exorbitantes presupuestos de producción con Fox y dividirse la distribución de estos films entre el mercado local e internacional. Resultó una excelente inversión para Paramount, ya que ambas rompieron récords de taquilla y ganaron premios Oscar.
El estudio fue adquirido por Viacom en 1994, después de una puja multimillonaria contra QVC, una señal de televisión dedicada a la venta de productos por TV, en ese momento dirigida por el exjefe del estudio, Diller. Lansing siguió en su puesto hasta 2004, cuando se retiró del cine para dedicarse de lleno a su trabajo filantrópico.
Ya en el nuevo milenio, Paramount tuvo éxito con autores provenientes del cine independiente, como Paul Thomas Anderson, con Petróleo sangriento y los hermanos Coen con Sin lugar para los débiles. Ambas películas, coproducidas por Miramax y Paramount Vantage, el sello especial del estudio dedicado al indie, fueron ganadoras de múltiples premios Oscar. Al mismo tiempo, el estudio también daba el pie, sin saberlo, a la era de la hegemonía de los films de superhéroes con Iron Man, de Jon Favreau, demostrando lo que se podía hacer con los personajes de Marvel, hoy con su propio estudio propiedad de su competencia, Disney.
El streaming es la nueva frontera que Paramount se atreve a cruzar. Para hacerle frente a las otras plataformas, cuenta con su archivo y el de las otras compañías de Viacom, además de las nuevas producciones originales, como las series The Good Lord Bird, protagonizada por Ethan Hawke o Yellowstone, el western protagonizado por Kevin Costner que es una de las ficciones más vistas de los Estados Unidos. De nuevo Paramount tiene que reinventarse, como siempre sucede en Hollywood. Mientras tanto, las puertas siguen ahí, como un símbolo de lo que fue y lo que puede ser.