“Mi papá es carnicero y mi mamá, niñera”. Las universidades del peronismo: atraen muchos nuevos alumnos, pero egresan pocos
La sede de la Universidad Nacional Arturo Jauretche (Unaj), en Florencio Varela, es un edificio blanco refaccionado. Antes, allí funcionaban los laboratorios de YPF. Cuenta con varios pabellones, largos pasillos y se ingresa atravesando una rotonda con los pañuelos de las Madres de Plaza de Mayo grafiteados en el piso. Con 30.599 alumnos, de acuerdo al último registro, es una de las nuevas universidades del conurbano que concentra más estudiantes.
El mayor movimiento se ve en las aulas de la planta baja, cerca del salón central, donde hay una rampa de cemento que dirige al segundo piso. Facundo Smarra, de 22 años, es de Berazategui y está junto a un amigo esperando para ingresar a la primera clase de la mañana. “Estoy estudiando ingeniería en informática, cursando el segundo año. En mi familia son todos bastante humildes. No tuvieron la oportunidad de ir a una universidad. Mi mamá a los siete años ya trabajaba, hacía muchas cosas para ayudar a su familia, después se dedicó a limpiar casas”, dice Facundo. Cursa cuatro veces por semana y tiene dos trabajos, como editor de video y servicio técnico de computadoras.
“En general llevo bien la carrera. El ciclo básico no me costó, pero con Matemática 1 aumentó el nivel. A mi familia le gusta que estudie, toda su vida se dedicaron a que no pase lo mismo que ellos. No les pido ayuda en lo económico porque ya tengo edad para sostenerme solo, pero si me acompañan en lo anímico y psicológico. Me contienen”, relata Facundo e ingresa a clase.
La Unaj es una de las “Universidades del Bicentenario”, nombre que engloba a un grupo muy específico de instituciones de educación superior creadas en el conurbano durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner bajo las banderas de la gratuidad, el ingreso irrestricto y la inclusión. En el gobierno kirchnerista, fueron beneficiarias de programas y fondos que muchas veces carecieron de transparencia en su ejecución. Manuel Adorni, el vocero presidencial, incluso se refirió a las universidades como foco de sangría de ingresos públicos con fines partidarios, o como moneda de cambio con otros sectores.
Las Universidades del Bicentenario son las casas de estudios jóvenes, de no más de 15 años, que nacieron con un perfil distinto a las históricas emplazadas en el territorio -como las universidades de La Matanza, Lomas de Zamora, Quilmes y Tres de Febrero- y se pensaron con la idea de captar a los alumnos de primera generación, es decir estudiantes que son los primeros en su familia en llegar a la universidad.
Estrechamente vinculadas a su entorno y a los municipios, surgieron durante el segundo y tercer mandato kirchnerista. Además de la Unaj, incluyen la Universidad Nacional de Hurlingham (Unahur), la Universidad Nacional de Avellaneda (Undav), la Universidad Nacional de Marcos Paz (Unpaz), la Universidad Nacional del Oeste (Uno), en Merlo, la Universidad Nacional de Moreno (Unm) y la Universidad Nacional Guillermo Brown (Unab), en Burzaco.
El modelo de implantar universidades nacionales en las zonas de más bajos recursos es una experiencia propiamente argentina, un formato que no se replica o que se haya probado en la región. Surgió a requerimiento de los municipios y la política, el simbolismo de llevar el estatus de la modernidad, la cultura y los altos estudios a los sectores de la provincia bonaerense más afectados en su economía, pero careciendo desde el Estado de un plan de fondo que se enfocara en la necesidad de cubrir un vacío determinado en la oferta pública universitaria existente.
Sin embargo, estas nuevas universidades representan hoy una oportunidad para aquellos estudiantes que, con el apoyo de sus familias, intentan progresar y transformar a futuro sus condiciones de vida por encima del entorno del que provienen. La posibilidad la encuentran al contar con un espacio académico ubicado en la cercanía de sus hogares. También son una alternativa atrayente para los mayores de 30 años, los que ya transitaron el estudio y abandonaron por diferentes motivos, o que no pudieron arrancar de jóvenes por priorizar el trabajo.
La universidad en su barrio es la puerta de entrada, la promesa de movilidad social ascendente, en la que todavía les queda sortear la dificultad de adaptarse al ámbito universitario por un problema que no es propio del funcionamiento de las nuevas universidades sino que se arrastra de la educación secundaria: la falta de conocimientos de base sólidos en matemática, comprensión lectora y escritura.
Son universidades que concentran una gran cantidad de alumnos, pero con un bajo porcentaje de graduados en relación a las casas de estudio tradicionales. La tasa de abandono de los estudiantes hizo replantear el modelo, que viró con una tendencia al acortamiento de las carreras, aumentando la oferta de las tecnicaturas de pregrado por encima de las de grado. En algunos casos hay superposición de oferta académica entre instituciones cercanas. Desde lo administrativo, cuentan con un sistema de gobierno centralizado y verticalista que fomenta la influencia de los no docentes en las áreas de decisión.
La información oficial del rendimiento y el manejo financiero no abunda pero, más allá del hermetismo, se puede reconstruir el modelo de las Universidades del Bicentenario a partir de un recorrido que realizó LA NACION y los datos, analizados con especialistas, del Anuario Estadístico 2022 -última medición oficial pública- que contiene información sobre el sistema universitario de la Argentina.
Comparadas con la Universidad de Buenos Aires (UBA), que tiene una tasa de graduación de 39,12%, la diferencia en cuanto al porcentaje de egresados de las Universidades del Bicentenario es notoria. La Undav (1,94%) y la Unaj (10,66%) son dos casos notorios. La Unab por su lado carece de datos comparativos para medir su tasa, por la falta de información pública de graduados comparable en los últimos cinco años, pero en 2022 tuvo un total de 9 alumnos graduados sobre 4251 estudiantes cursando.
La sobreorferta universitaria en la zona oeste es evidente, cuatro de las siete nuevas Universidades del Bicentenario están emplazadas allí. La Unahur (28,53% de tasa de graduación) representa un caso emblemático. Con diez años de historia duplica el rendimiento de la segunda mejor posicionada entre estas universidades, la Unpaz (14,32%). Recién sumando el porcentaje total de la Unm (10.91%), la Uno (3,42%) y la Unpaz se alcanza un valor equitativo a la cantidad de egresados que aporta la Unahur, en el oeste.
“La mayor cantidad de universidades que se crearon en los últimos años son del conurbano bonaerense. Las inauguradas en el gobierno de Cristina Kirchner se plantearon como universidades que buscan atender a la inclusión y captar estudiantes de primera generación de universitarios en su familia, en línea con la idea de la educación superior como un derecho humano”, dice Mónica Marquina, doctora en educación superior e investigadora del Conicet.
Y agrega: “Son universidades jóvenes todavía, que están en desarrollo. Lleva mucho tiempo llegar al funcionamiento a velocidad crucero que tiene una universidad tradicional. Asisten jóvenes que tienen características sociales muy específicas, una educación secundaria que probablemente no les haya dado la base suficiente para mantener el estudio, más un clima en el hogar y la zona en la que residen que no alienta. Se pensaron para darle un lugar y oportunidad a estos perfiles, lo que es un desafío”.
Estudiantes de primera generación
Un cartel de Javier Milei y Luis Caputo con una motosierra con el logo de “prohibido” aparece replicado en varios puntos del predio de la Unaj. La pared del hall que antecede a las oficinas del rectorado y del consejo superior tiene una serie de láminas que marcan diferentes momentos que se presentan como hitos de la historia universitaria: hay fotos de Juan Domingo Perón y Cristina Kirchner. En la planta baja de ese pabellón se está desarrollando una jornada de salud en la que 15 estudiantes de enfermería vestidos con ambos blancos y azules realizan una práctica a cargo de la docente de la comisión. Le hacen a los estudiantes voluntarios llenar formularios, los miden, pesan, le toman la temperatura, la presión y el ritmo cardíaco y dan recomendaciones, a las personas que están con bajo peso o sobrepeso, de cómo cambiar sus hábitos.
A cargo de recibir a los voluntarios para la práctica está Milagros, de 23, estudiante de enfermería. Es de Berazategui y le quedan cuatro años para terminar la carrera. “Está muy bueno que la facultad esté en el conurbano, la tengo cerca de mi casa y nos da una oportunidad en la zona. Estoy buscando trabajo y se me haría imposible trabajar si estudiase en Capital Federal”, dice Milagros que está cursando antropología, fisiología, microbiología, anatomía y cuidados en enfermería y cada viernes realiza prácticas en el hospital de Wilde.
Su padre es mozo y su hermano está en el Ejército. “Mi mamá no terminó el secundario. Soy la primera entre hermanos, tíos, primos y padres en entrar en la universidad. Estaban muy contentos cuando arranqué. Me ayudan. Es un cambio diferente al secundario, me gusta la carrera. Es muy sacrificado porque son muchas horas”, cuenta Milagros.
Romina Bermúdez, de 32, es de Florencio Varela, se recibió como técnica en hemoterapia y está estudiando emergencia sanitaria en la Unaj, su segunda tecnicatura. Está en la puerta del aula ingresando a su clase de prácticas culturales.
“Mi mamá es empleada doméstica y estudió hasta la secundaria y mi papá, colectivero, hasta la primaria. Cuando hice la primera tecnicatura tuve contención económica y el apoyo de mi familia. Me pude recibir por su ayuda, fue difícil. Ahora trabajo como técnica en hemoterapia en un hospital, donde atiendo a donantes de sangre y hago transfusiones. La facultad me queda cerca de mi casa, tiene mucho rango horario para cursar, lo que me deja trabajar”, dice Romina.
Sobre los desafíos de la vida universitaria señala: “Me cuesta todavía interpretar textos porque no tuve una buena base del secundario. Al principio aprobaba con lo justo, me costaba entender. La universidad es un mundo distinto al secundario, no estás obligado a hacerlo, es una responsabilidad elegir estar acá”.
Universidades del oeste
La sede de la Uno de Ciencias de Salud, en Merlo, está detrás del hospital Héroes de Malvinas, rodeada por un pastizal en las inmediaciones del río Reconquista. El edificio es una estructura baja, de una sola planta, pintado de gris. Excavadoras y máquinas cementeras trabajan en ampliaciones en el predio. Tiene un auditorio y una sala de simulación para que practiquen los alumnos. La cafetería, cruzando la puerta de entrada, está en la intersección que dirige a los pasillos de las aulas de enfermería y odontología. En una mesa están reunidas haciendo un trabajo práctico Lara Núñez, de 18, Carla, de 19 y Ruth, de 18.
“Mis hermanos trabajan en talleres de costura. Mi papá es carnicero y mi mamá, niñera. No terminaron la primaria. Me están apoyando para que siga la carrera de enfermería. Me gusta mucho. Todavía me cuesta resumir los temas y acostumbrarme a estudiar tanto. Para conseguir la licenciatura me quedan cuatro años”, dice Lara, que vive en Pontevedra. No trabaja porque quiere dedicar los primeros años al estudio de enfermería como un primer paso para en el futuro hacer la carrera de medicina.
“Tengo una hora de viaje desde mi casa. En mi barrio las calles son feas para andar sola y los días de lluvia no puedo salir porque se inunda todo. No puedo venir toda embarrada a cursar. Es una gran ayuda que nos acreditan $9000 por mes en la SUBE para viajar. También hay becas para los estudiantes, otras para los que tienen calificaciones altas y los deportistas”, cuenta Lara.
A su lado, Carla, que vive en Mariano Acosta, relata que está buscando trabajo para los fines de semana. “Soy la primera en estudiar en la universidad. Me queda lejos venir, es muy exigente. En la secundaria sin estudiar aprobaba igual, acá es más estricto. Me cuesta y me tengo que preparar una semana para rendir un parcial. No tenía el hábito del estudio. Cuando empecé sentí que no estaba preparada, pero me estoy esforzando. No tenía los conceptos básicos para estudiar temas más complejos. Estoy intentando, me está yendo bien y voy a seguir”, dice Carla.
Ruth, por su parte, comenta que es de Marcos Paz y que su padre es albañil y su madre ama de casa. “Quiero poner orgullosos a mis papás para que salgan adelante. Es mi motivación para estudiar”, dice Ruth.
La Uno es, junto a la Unav, de las Universidades del Bicentenario con menor tasa de graduados. Actualmente tiene 11.663 estudiantes cursando, la primera camada en recibirse fue en 2013, donde se graduaron 21 alumnos. En la última de la que hay registros, en 2022, egresaron 30. Está a 8,4 kilómetros de la Unm y ambas comparten la oferta académica de las carreras de grado de abogacía, administración de empresas y economía. Con casi la misma cantidad de estudiantes (Unm tiene 10.613) lo que las diferencia es su tasa de graduación. En la Uno se graduó en los últimos cinco años el 3,42%, mientras que la Unm, el 10,91%.
En el noroeste, la tasa de graduación de la Unpaz arrojó un 14,32% en el último período medido. Consultados por LA NACION sus autoridades sostuvieron que su tasa total es del 22%. Si bien fue creada en 2009, 11 de sus 22 carreras de grado y pregrado comenzaron a ofertarse en el periodo 2021-2024, por lo tanto estas últimas no poseen graduados aún. Informaron a su vez que la mayoría de sus estudiantes provienen de hogares de bajos ingresos y que el 88,9% son de primera generación universitaria.
A 17 kilómetros de la Uno, siguiendo el camino de la ribera y por Acceso Oeste, está la Unahur. Fue creada en diciembre del año 2014 y comenzó a funcionar en 2016. Una bandera larga con los colores de argentina cuelga por encima de los laboratorios y convoca a defender la universidad pública. Sus cuatro edificios tienen los nombres “Malvinas Argentinas”, “Trabajo Argentino”, “Gratuidad Universitaria” y “Justicia Social”. La ventana de los laboratorios da al campus central y en el frente del primer edificio hay un mural de Eva Perón en acero que emula, en una escala menor, al de la Avenida 9 de Julio.
Agostina, de 18, es de Ituzaingó y toma un colectivo y un tren para asistir a clases. Está conversando con un amigo en el campus universitario. “Recién empiezo la carrera de licenciatura en obstetricia. Me quedan cinco años. Mi mamá no terminó la secundaria y trabaja en un taller de bolsas. Mi papá es ayudante de cocina en un geriátrico. Me apoyan desde siempre, me decían que cuando terminara el colegio que pensara qué carrera universitaria iba a estudiar. Me sentí preparada cuando entré, espero que con mi título pueda ayudar a las personas”, relata Agostina.
La más populosa
La Unahur es la universidad del Bicentenario que más estudiantes tiene: 37.433. La primera camada de egresados fue de 20 alumnos y la última registrada, en 2022, de 960. Los indicadores que reflejan la tasa de graduación en el Anuario Estadístico 2022 la muestran por encima en rendimiento respecto al resto de las Universidades del Bicentenario, aunque sus autoridades guardan cautela sobre los resultados, que entienden que son preliminares.
“Es difícil medir y comparar el indicador de rendimiento de universidades tan jóvenes y con carreras que todavía no tienen los ciclos completos. La tasa de graduación en algunas es cero porque todavía no se terminaron de dictar las materias. La Unahur arrancó en 2016, pero hay carreras que arrancaron en 2018 y otras en 2021″, dice Walter Wallach, vicerrector de la Unahur.
Sobre el abordaje que realizan con los alumnos de primera generación sostiene: “El mayor predictor de que un alumno va a seguir con sus estudios es que apruebe dos materias por año. Reforzamos el acompañamiento en el primer año, que es cuando se da el mayor abandono, con tutorías, espacios equipados para que estudien acá, el seguimiento personal por cohortes y la formación de los docentes en pedagogía para atender a este perfil específico de estudiantes”, agrega Wallach.
Baja graduación
Las universidades del Bicentenario nacieron con un perfil muy distinto a las más tradicionales del conurbano que fueron planeadas, entre fin de los ochenta y principio de los noventa, para asegurar alrededor del Amba distintas opciones a las que ofrecía la Uba. La de La Matanza, por ejemplo, arrancó con un perfil muy masivo con el objetivo de competir en la matrícula. La de General Sarmiento, por otro lado, apuntó al desarrollo local del partido de Malvinas Argentinas. La de Quilmes se enfocó más en la investigación.
“La tasa de graduación es realmente baja en relación al promedio del sistema. No hay mucha información pública sobre el rendimiento de las llamadas Universidades del Bicentenario, más allá de los Anuarios Estadísticos. En las aproximaciones que realizamos los investigadores surge que se reciben o completan la cursada 15 de cada 100 alumnos, cuando el promedio del sistema está en 30 de cada 100″, dice Marcelo Rabossi, doctor en Educación por la State University de New York y profesor de la Universidad Di Tella.
Rabossi refiere que otra característica del perfil de estas universidades es que han tendido al acortamiento de las carreras. “Como la tasa de abandono era muy grande, se pensó que acortando las carreras se resolvía el problema y aumentaría el número de graduados, pero no fue eficiente. Desde hace 15 años se promueven las carreras de pregrado, que muchas veces son un primer paso para seguir con una licenciatura, pero los alumnos siguen teniendo grandes problemas de adaptación, llegan con conocimientos de base muy débiles y básicos en matemática, escritura y comprensión lectora”, dice Rabossi.
Después agrega: “La escuela en general protege a los alumnos con condiciones socioeconómicas desfavorables y acá, por más que les acerques las universidades a la zona en dónde viven, el modelo no ha tenido demasiado éxito. El ingreso es democrático mientra que el egreso es elitista, de acuerdo a los resultados. El sistema se planteó con una apertura poco estratégica de nuevas universidades. Muchas están muy cerca de las otras y superponen la oferta académica cuando podrían hacer ciclos comunes o articular mejor el sistema terciario no universitario. Se priorizó la mirada política con la ilusión de llevar la modernidad, la cultura y la oportunidad a los municipios cuando el sistema es incapaz de retener a la mayoría de los alumnos”, agrega.
El especialista destaca que el vínculo entre las universidades y el aparato productivo de la zona donde están emplazadas no ha sido intenso. Muchas de las empresas, grandes talleres de la zona, refiere, no encontraron eficiente la contratación de los graduados para sus necesidades. “Han visto estudiantes que contrataron con problemas de comunicación, falta de habilidades blandas, incapacidad para trabajar en equipo, para liderar, para resolver problemas prácticos”.
Un aspecto que también las caracteriza es que atienden a la demanda de los alumnos llamados “de la segunda oportunidad”, estudiantes mayores de 30 años que en algún momento habían abandonado los estudios, o que recién a esa edad pueden estudiar. Entre el 40 y 50% de los estudiantes de la Universidades del Bicentenario representan a ese grupo, mientras que en el resto del sistema el promedio no supera entre el 25%.
Tal es el caso de Verónica Urquiza, de 53 años, estudiante de kinesiología, que está dentro del grupo de estudiantes tanto de primera generación como de segunda oportunidad. Es de Palomar y está en un pupitre de un aula de la Unahur, donde tiene apoyado el estetoscopio y espera a que arranque la clase de anatomía.
“Intenté estudiar primero economía y después diseño de indumentaria, pero las abandoné porque necesitaba trabajar. No me voy a sentir completa hasta tener los estudios terminados. No estudia el que no quiere: tengo seis hijos, trabajo en un gimnasio y con mi marido nos vemos poco. Él está estudiando su tercera carrera universitaria y antes cortaba el pasto en el barrio, o hacía changas. Estudió comercio exterior, después abogacía y ahora programación y consiguió un buen trabajo. Queremos darle el ejemplo a nuestros hijos. La universidad le da una oportunidad a todos “, afirma Verónica.