Pérez Prado y su mambo eterno

El investigador y melómano colombiano Sergio Santana Archbold nos sorprende con un muy documentado libro sobre Dámaso Pérez Prado, el celebérrimo músico cubano, nacido en Matanzas en 1917 quien, si no fue el creador del término “mambo”, sí fue quien lo internacionalizó al punto de crear un auténtico ritmo que puso a bailar a medio mundo.

Pérez Prado con Cascarita en la oficina de la RCA Victor, La Habana, 1946.
Pérez Prado con Cascarita en la oficina de la RCA Victor, La Habana, 1946.

Pérez Prado. ¡Qué rico el mambo!, con prólogo de Josean Ramos, ya es parte del catálogo cada vez más completo de la editorial UnosOtros de Miami, dirigida por Armando Nuviola. Un recuento del pasado musical de Matanzas sirve de apertura al libro, ciudad en la que fue bautizado y en donde estudió piano de niño, primero con la profesora María Angulo, y luego con Rafael Somavilla Pedroso, en el Conservatorio Municipal. Allí empezó con su propia agrupación musical, una charanga con la que amenizaba soirées en las academias de baile y en otros pueblos. En 1932 lo encontramos tocando en la orquesta Hermanos Valladares, conocida por sus danzones. Hasta que la ciudad le quedó chiquita y se marchó a buscar fortuna a La Habana.

Dámaso Pérez Prado, el Rey del mambo.
Dámaso Pérez Prado, el Rey del mambo.

En la capital, para muchos a partir de 1942, en donde empezó a trabajar en la orquesta del cabaret Pennsylvania, en la playa de Marianao, y luego con la de Arturo Mesa, en el cabaret El Kursaal. Poco después tocará con el conjunto de voces Siboney, de Facundo Rivero, y para ganar algún dinero extra trabajaba como arreglista, entre otros para la Orquesta Casino de la Playa. Cuenta Santana que, según Rolando Laserie, a Pérez Prado, los demás músicos le temían por sus arreglos muy complejos. Al punto que, cuando lo veían venir decían; “Dios mío, ahí viene Beethoven”.

Viajó a Nueva York en 1946, regresó a Cuba, y siguió rumbo a Puerto Rico en donde tocó el piano durante seis meses con la orquesta de Domingo Peterson. Un año después lo encontramos en Buenos Aires, acompañando a la vedette cubana Blanquita Amaro, con quien participó también en Cuidado con las imitaciones, una película de Luis Bayón Herrera.

Ya en esa época (1947) Pérez Prado tenía dificultades para ser aceptado en Cuba. Su música se adelantó mucho a lo que se tocaba entonces en la Isla, y los productores se quejaban de sus arreglos extravagantes. Es por eso que, siguiendo el consejo de Kiko Mendive, se marcha a México, país en donde realmente logra imponer su estilo a partir de 1949, aunque dejó en grabaciones previas en La Habana un adelanto de lo que estaba por venir.

El negrito Silva, Pérez Prado y el bailarin Frank, de regreso a La Habana, 4 de febrero de 1954.
El negrito Silva, Pérez Prado y el bailarin Frank, de regreso a La Habana, 4 de febrero de 1954.

Insiste Santana en que, cuando Pérez Prado llega a México, ya las disqueras en ese país estaban consolidadas y el cine conocía su época dorada. Se instala por breve tiempo en la casa de la rumbera cubana Ninón Sevilla. Entre grabaciones en La Habana y otras prestaciones conoce a Benny Moré, quien, para el autor del libro fue “la voz que necesitaban sus grabaciones”. Así, en 1949, graba con “El Bárbaro del ritmo” doce temas, de los cuales seis eran mambos. Un año después, con la RCA Victor, graba 44 piezas, de las cuales 20 fueron con Benny Moré. De esa cosecha salieron, entre otros: Mambo N° 5, Mambo N° 8, Qué rico el mambo, Caballo negro, etc. Comenzaba entonces “la era del mambo”.

El estilo inicialmente no tenía una coreografía precisa, pero con el tiempo, y gracias a las rumberas cubanas que trabajaban en México como María Antonieta Pons, Blanquita Amaro, Rosa Carmina, Amalia Aguilar y la propia Ninón Sevilla, se le impuso una cadencia y unos pasos que terminaron por definir el género bailable. 1951 marca la carrera internacional del músico con giras por Cuba, Venezuela, California, Texas (en donde tuvo un lamentable accidente en Fort Worth, en el que falleció la cantante cubana Celia Romero y Mongo Santamaría quedó hospitalizado dos meses) y, finalmente, Nueva York.

Pérez Prado y la rumbera cubana Amalia Aguilar.
Pérez Prado y la rumbera cubana Amalia Aguilar.

Pero en 1953, hecho poco conocido, Pérez Prado es expulsado de México. Supuestamente por no tener permiso de trabajo. Al parecer alguien deseaba arruinarle su exitosa carrera. Aunque existen otras dos versiones sobre los motivos de la expulsión que el libro ofrece. Para Cuba fue muy beneficioso porque, apenas llegado, apareció en el recién estrenado Canal 2 (Telemundo) de Amadeo Barletta. El mambo se bailaba en todas partes y era parte de las revistas musicales en los cabarets de la isla. En 1954 partió rumbo a Los Ángeles, y en abril de ese año ya estaba grabando en Hollywood.

El libro ahonda también en la polémica de quién inventó el mambo. Se explica muy bien en qué se diferencia una pieza de Israel López “Cachao” llamada Mambo (1935), se evoca el aporte de Arsenio Rodríguez y también el de Bebo Valdés. El caso es que el estilo de Pérez Prado suena completamente diferente, “mucho más cerca de lo norteamericano”, según el musicólogo cubano Cristóbal Díaz Ayala.

Album de 1959 en donde Pérez Prado graba su pieza ‘Patricia’.
Album de 1959 en donde Pérez Prado graba su pieza ‘Patricia’.

El ensayo aporta detalles del mambo que se tocaba entonces en el Palladium de Nueva York, de los pleitos legales contra su hermano Pantaleón, quien usurpaba en Europa su nombre cantando en diferentes capitales, y las múltiples reediciones de los temas de Pérez Prado por la RCA Victor, dado el fenómeno de la “mambomanía” en todo el mundo; así como su éxito de 1955: Cerezo rosa, con notas de chachachá, ya cuando el mambo parecía entrar en su ocaso. Y más tarde de Patricia (16 semanas en el hit parade en 1958). Ambas grabaciones vendieron más de 4 millones de copia cada una.

Gracias a este libro me entero de que Pérez Prado fue muy admirado por Igor Stravinsky. También del enorme repertorio de películas latinoamericanas, estadounidenses o europeas de las que sus mambos formaron parte. Y de su regreso a México, en 1964, después de innumerables gestiones que se daban de bruces con la burocracia estatal.

A partir de este momento, y hasta su muerte en Ciudad de México en 1989, el libro ofrece detalles de múltiples peripecias, invenciones, actuaciones y anécdotas durante más de dos décadas, además de una discografía exhausta y una excelente bibliografía.

Vale la pena leer Pérez Prado. ¡Qué rico el mambo!, la nueva entrega musical de las ediciones UnosOtros (www.unosotrosediciones.com). El mambo llegó para quedarse y renace a cada rato, de diferentes maneras, después de la desaparición física de su Rey.

William Navarrete es escritor franco-cubano residente en París.