OPINIÓN: Los zombis se comieron el alma del Partido Republicano
¿Esta es la semana en la que muere la democracia estadounidense? Muy probablemente.
Después de todo, en Washington entienden perfectamente bien que Donald Trump abusó de los poderes de su cargo en un intento por manipular las elecciones presidenciales de este año. Sin embargo, los republicanos del Senado están a punto de exonerarlo sin siquiera fingir que analizan las pruebas, lo que alentará más abusos de poder.
Pero ¿cómo llegamos a este punto? Parte de la respuesta es el partidismo extremo y la corrección política de la derecha (que es mucho más virulenta que cualquier cosa de la izquierda). No obstante, también culpo a los zombis.
Una idea zombi es una creencia o doctrina que se ha comprobado en varias ocasiones que es falsa, pero aun así se niega a morir; en cambio, solo sigue arrastrando los pies, comiéndole el cerebro a la gente. El zombi por excelencia en la política estadounidense es la afirmación de que los recortes de impuestos se pagan solos, una afirmación que se ha probado que es errónea una y otra vez en los últimos cuarenta años. Sin embargo, existen otros zombis, como la negación del cambio climático, que ocupan un lugar casi igual de importante en nuestro discurso político.
En estos días, todos los zombis realmente importantes están en la derecha. De hecho, se han apropiado del Partido Republicano.
No siempre fue así. Allá por 1980, George H.W. Bush llamaba “políticas económicas vudú” a las promesas extravagantes de Ronald Reagan sobre la eficacia de los recortes fiscales. Todo lo que ha ocurrido desde entonces ha reivindicado su evaluación original. Los déficits se dispararon después de que Reagan recortó los impuestos; se redujeron y finalmente se convirtieron en excedentes después de que Bill Clinton incrementó los impuestos, y luego volvieron a aumentar después de los recortes fiscales de George W. Bush.
El vudú también se ha estrellado e incendiado a nivel estatal: el experimento de Kansas con los recortes fiscales radicales fue un tremendo fracaso, mientras que al aumento de impuestos en California con Jerry Brown, que los conservadores declararon un caso de “suicidio económico”, le siguió un auge económico y de ingresos.
No obstante, la economía vudú se ha convertido en una doctrina irrefutable dentro del Partido Republicano. Hasta los falsos moderados como Susan Collins justificaron su apoyo al recorte fiscal de 2017 de Trump afirmando que reduciría el déficit presupuestal. Como era de esperar, el déficit en realidad estalló y ahora excede el billón de dólares al año.
La política del cambio climático ha seguido una trayectoria similar. La temperatura mundial sigue estableciendo récords mientras proliferan las catástrofes relacionadas con el clima, como los incendios de Australia. Sin embargo, la mayoría de los republicanos en el Congreso niega el cambio climático —muchos de ellos apoyan la noción de que es un engaño urdido por una vasta conspiración científica internacional— e incluso aquellos, como Marco Rubio, que admiten a regañadientes que el cambio climático es real se oponen a las acciones significativas para limitar las emisiones.
Es importante darse cuenta de que la zombificación del Partido Republicano no es un fenómeno reciente, algo que solo ocurrió debido a la elección de Trump. Por el contrario, los zombis se han estado comiendo los cerebros de los republicanos desde hace décadas. La economía vudú ya se había apoderado por completo del partido a principios de la primera década del siglo XXI, cuando el entonces líder de la mayoría de la Cámara de Representantes, Tom DeLay, declaró: “Nada es más importante frente a la guerra que recortar impuestos”. Los negacionistas del clima han gobernado desde al menos 2009, cuando solo ocho republicanos de la Cámara de Representantes apoyaron un proyecto de ley para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero.
Sin embargo, lo que los acontecimientos recientes dejan claro es que las ideas zombis no solo se han comido los cerebros de los republicanos, sino que también se han comido el alma del partido.
Piensen en lo que ahora se necesita para que un político republicano sea considerado un miembro respetado del partido. Él o ella debe prometer lealtad a doctrinas políticas manifiestamente falsas; él o ella debe, en la práctica, rechazar la idea misma de prestar atención a las pruebas.
Se necesita un tipo de persona para jugar esa clase de juego; a saber, un arribista cínico. Solía haber políticos republicanos que eran más que eso, pero eran principalmente remanentes de una era anterior, y a estas alturas todos han abandonado la escena, de una u otra manera. John McCain bien pudo haber sido el último de su especie.
Lo que queda ahora es un partido que, hasta donde puedo decir, no tiene políticos de principios; los que tienen principios se han visto obligados a irse.
Ahora, los medios noticiosos, en su afán constante de parecer “equilibrados”, han tenido dificultades para lidiar con esta realidad; siempre están buscando la manera de retratar al menos a algunos republicanos como figuras admirables. Esto los ha vuelto presa fácil de charlatanes como Paul Ryan, quien fingió seriedad sobre sus principios fiscales. Sin embargo, siempre fue evidente que era un embustero.
De cualquier manera, el resultado de décadas de zombificación es un caucus republicano compuesto en su totalidad por oportunistas desalmados (y no, el que a algunos de ellos les guste citar las Escrituras no cambia ese hecho).
Supongo que probablemente esperaban que hubiera ciertos límites para lo que estos esbirros aceptarían, incluso ellos pondrían límites ante los crasos abusos de poder y colusión con autócratas extranjeros. No obstante, lo que hemos visto —y quizá lo más importante, lo que Trump ha visto— es que no hay límites. Si Trump quiere desmantelar la democracia y el Estado de derecho (lo que ya hace), su partido lo respaldará hasta el final.
This article originally appeared in The New York Times.
© 2020 The New York Times Company