Opinión: '¡Aquí vivo como un estadounidense!'

MIENTRAS LOS LÍDERES AUTORITARIOS SUPERVISAN EL ÉXITO ECONÓMICO, ES VITAL SEGUIR DEFENDIENDO LOS DERECHOS HUMANOS.

HAMBURGO, Alemania — El otro día, un amigo turco me contó sobre los viajes de verano que hace a su región natal al sureste de Anatolia, una zona de Turquía particularmente golpeada por la pobreza.

Bajo el mandato del presidente Recep Tayyip Erdogan, las cosas han mejorado. El primo de mi amigo presumió su nuevo Mercedes-Benz y alardeó sobre la ayuda del Estado que recibía su familia y sobre su bienestar general. “¡Aquí vivo como un estadounidense!”, comentó. Por lo tanto, sin duda votaría de nuevo por Erdogan, quien ha estado en el poder durante la mayor parte de las últimas dos décadas. ¿Y qué hay del encarcelamiento de quienes critican al gobierno? No es algo que le preocupe.

La historia cristalizó un dilema clave del siglo XXI. Mientras los líderes autoritarios supervisan el éxito económico, se podría mermar la importancia de las libertades civiles, que garantizan la libertad de no sufrir castigo ni acoso arbitrarios. La noción abstracta de los derechos humanos puede ser mucho menos atractiva que la realidad de ser rescatado de la adversidad, la inseguridad y el hambre.

A nivel mundial, la “libertad de ser libre”, como lo dijo Hannah Arendt, es un privilegio que muy pocos tienen el placer de disfrutar: el mundo está lleno de pueblos con economías avanzadas, pero políticas represoras. Por eso es vital seguir defendiendo los derechos humanos.

Con razón el movimiento de los derechos humanos es débil… en Turquía, o más importante, en China. Para millones de chinos, suena poco convincente decir que los derechos humanos son escudos que los ciudadanos pueden sostener en contra de los ataques del Estado a su libertad, vida y sustento, cuando pareciera que el Estado hace todo por sacar a su pueblo de las malas condiciones de vida, la atención médica inadecuada y las desalentadoras oportunidades educativas.

El Partido Comunista de China tiene un balance impresionante: las exportaciones de China crecieron de 11.300 millones de dólares en 1980 a 2,6 billones de dólares en 2019, y su economía está en camino a superar a la estadounidense. En palabras del ex primer ministro de Australia Kevin Rudd: el ritmo del cambio en China “es como si la Revolución Industrial inglesa y la revolución mundial de la información hicieran combustión al mismo tiempo y se comprimieran, no en 300, sino en 30 años”.

Francis Fukuyama realizó la famosa predicción de que, en cuanto surgiera una clase media en un Estado autoritario, sus miembros iban a exigir el derecho al voto y al régimen no le quedaría de otra más que establecer el Estado de derecho y la democracia. Eso no ha sucedido en China. Más bien, pareciera que pasa lo opuesto: si la gente sale de la pobreza, tiende a elegir la prosperidad por sobre la libertad.

¿Esto devalúa la creencia crucial de que la sociedad puede prosperar tan solo si la búsqueda individual de la felicidad es protegida en contra de las restricciones arbitrarias? No, la idea sigue siendo verdad. Para demostrarla, los chinos adinerados deberían hacerse una pregunta sencilla: si hubiera una crisis económica, ¿me gustaría vivir con las actuales garantías legales?

El filósofo John Rawls sugirió que, para encontrar el mejor orden legal, debemos imaginar la vida detrás de un velo de ignorancia, sin estar al tanto de nuestro propio lugar en la sociedad. En China, los ciudadanos deberían imaginar la vida detrás de un velo de deterioro, mientras la expansión económica del país se desacelera. El Estado de derecho tal vez les parecería mucho más importante.

Porque, si el principal interés del Estado es el bienestar de la gran mayoría, ¿cómo podrían los ciudadanos ricos, a quienes, legítima o ilegítimamente, se les puede percibir como las personas que entorpecen esa meta, estar seguros de su propio bienestar?

El destino de los uigures en Sinkiang podría brindar una pista o el de los trabajadores que fueron desalojados en horas, tras ser despojados de sus casas como “hojas de col”, como lo anunció con orgullo la secretaría del partido en Pekín, porque se interponían en las zonas donde se desarrollarían nuevos proyectos de edificaciones.

Piénsalo de esta manera: los derechos humanos son como un departamento de bomberos. Te importa su existencia solo cuando tu seguridad está en peligro. No obstante, si tu casa está en llamas y no hay un departamento de bomberos, es demasiado tarde para pedir ayuda. El daño está hecho.

Ya están saliendo columnas de humo de la potencia de Asia: China tiene altos niveles de deuda interna, una población que envejece con rapidez y una contaminación crónica que tiene efectos cada vez más costosos en la salud de la gente.

No hay una solución sencilla para estos problemas sistémicos. Sin embargo, los derechos humanos son el pan y la mantequilla de una sociedad sana y la mejor garantía de que el Mercedes-Benz por el que te esfuerzas durante el día seguirá ahí cuando caiga la noche.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company