Opinión: Trump no ha terminado

Trump no ha terminado. (Thalassa Raasch/The New York Times).
Trump no ha terminado. (Thalassa Raasch/The New York Times).

EL DAÑO CAUSADO A LA NACIÓN DURANTE EL PRIMER MANDATO DEL EXPRESIDENTE PALIDECE EN COMPARACIÓN CON LO QUE HARÁ SI ES ELEGIDO PARA UN SEGUNDO PERIODO.

El daño causado a la nación durante el primer mandato de Donald Trump palidece en comparación con lo que hará si es elegido para un segundo periodo. ¿Cómo podemos saber esto? La mejor evidencia es el propio Trump. En repetidas ocasiones ha demostrado su voluntad de destrozar el país.

“Donald Trump y sus simpatizantes del movimiento MAGA”, escribe Sean Wilentz, historiador de la Universidad de Princeton, en un artículo de próxima publicación en Liberties,

han dejado claro que no aceptarán la derrota en noviembre como tampoco lo hicieron cuando Trump perdió hace cuatro años. Creen que Trump es el único presidente verdadero y legítimo, que aquellos que se niegan a aceptar este hecho fundamental son los verdaderos negadores, y que cualquier resultado que no sea la restitución de Trump sería una frustración del propósito de la historia y un acto diabólico de traición.

El imperativo autoritario ha superado el narcisismo trumpiano y el sector casi de culto del movimiento MAGA (sigla en inglés del eslogan político “Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo”) para convertirse en un artículo de fe de arriba a abajo dentro del Partido Republicano completamente transformado, el cual Trump domina por completo.

Al igual que Wilentz, Laurence Tribe, profesor de Derecho en la Universidad Harvard, no se anda con rodeos, pues escribió por correo electrónico:

Todos los peligros nacionales e internacionales que plantea la personalidad cruelmente vengativa, ególatra, moralmente irrestricta y desafiante de la realidad de Trump —como quedó en evidencia en su primer mandato presidencial y en su negativa sin precedentes a aceptar su derrota electoral de 2020— se magnificarían muchas veces en cualquier periodo posterior por tres factores.

En primer lugar, Trump ha socavado sistemáticamente las normas y las barreras institucionales que, en un inicio, fijaban límites al daño que él y sus facilitadores leales, ahora más cuidadosamente elegidos, están dispuestos a causar a la hora de llevar a cabo el peligroso proyecto con el que están comprometidos.

En segundo lugar, su incapacidad para aislarse de las limitaciones electorales y legales durante el periodo de prueba de 2017-21 los ha llevado a formular planes mucho más sofisticados y menos vulnerables para su segundo intento de consolidar un control permanente del aparato de nuestra frágil república.

Y en tercer lugar, su captura de la Corte Suprema y, de hecho, de gran parte del poder judicial federal ha sentado precedentes devastadores como el fallo de inmunidad del 1.° de julio que autorizará un poder autocrático prácticamente ilimitado, si, pero solo si, no se les detiene durante la lucha épica que alcanzará un clímax este 5 de noviembre y otro el próximo 6 de enero.

La razón más importante por la que un segundo mandato de Trump sería mucho más peligroso que el primero es que, si gana este año, Trump habrá triunfado con el pleno conocimiento del electorado de que ha sido acusado penalmente de 88 delitos graves y condenado por 34 de ellos (hasta ahora); que ha prometido “nombrar un verdadero fiscal especial para perseguir al presidente más corrupto de la historia de Estados Unidos de América, Joe Biden, y a toda la familia criminal Biden”; que pretende “destruir por completo el Estado profundo” a través de la eliminación de las protecciones de la función pública para los 50.000 empleos más importantes de la fuerza laboral federal, un principio central de lo que él llama su plan de “represalia”.

Julie Wronski, politóloga de la Universidad de Misisipi, argumentó en un correo electrónico:

La pregunta es en qué medida la decisión de inmunidad presidencial de la Corte Suprema socavará las barreras institucionales contra el comportamiento antidemocrático de Trump. Si no hay repercusiones por su papel en la insurrección del Capitolio del 6 de enero, la intimidación de funcionarios electorales y la gestión irresponsable de materiales clasificados, entonces Trump se sentirá empoderado a participar nuevamente en ese tipo de actividades.

Trump ha dejado claro que las normas de gobernanza —por ejemplo, el civismo, aceptar la derrota electoral y tratar a los miembros de la oposición política como poseedores legítimos del poder— no se aplican a él.

Si bien Kamala Harris ha alcanzado a Trump, e incluso lo ha adelantado, en las encuestas recientes, los ataques republicanos contra ella aún no han alcanzado su máxima intensidad, y el resultado sigue siendo una incertidumbre.

Bruce Cain, un politólogo de la Universidad Stanford, expresó preocupaciones similares a las de Wronski por correo electrónico:

Trump es más errático, impulsivo y egoísta que el candidato promedio y es mucho más osado que la mayoría al probar los límites de las situaciones en las que puede salirse con la suya. En la jerga política, es un tipo al que le gusta poner la punta de los pies justo en la línea de tiza entre la actividad legal y la ilegal.

Hay algunas pruebas de que sus rasgos negativos están empeorando con la vejez, pero el problema más grave es la flexibilización de las protecciones institucionales y políticas que lo limitaban en el pasado. La decisión en el caso Trump contra Estados Unidos que le otorga a un expresidente “inmunidad absoluta de procesamiento penal por acciones dentro de su autoridad constitucional concluyente y presunta” y “presunta inmunidad por todos sus actos oficiales” me parece particularmente problemático. La corte deja abierta la pregunta de cómo distinguir entre actos oficiales y no oficiales. La personalidad de Trump es tal que sin duda pondrá a prueba los límites de esta distinción.

Timothy Snyder, historiador de la Universidad de Yale y un experto sobre los regímenes de Stalin y Hitler, escribió por correo electrónico en respuesta a mi pregunta: “Sería más cercano a la verdad pensar en un segundo mandato de Trump a partir de las imágenes del 6 de enero de 2021. Ahí es donde nos dejó Trump y ahí es donde comenzaría”.

A diferencia de la oligarquía y la tiranía, argumentó Snyder,

la democracia depende del ejemplo, y Trump establece el peor ejemplo posible. Ha admirado abiertamente a dictadores toda su vida. Alentaría a Xi y Putin. Los rusos han dejado muy claro que una presidencia de Trump es su esperanza de victoria en Ucrania. Permitir que Rusia gane esa guerra, que creo que es la orientación probable de Trump, desestabiliza a Europa, alienta a China a tomar la ofensiva en el Pacífico y socava el Estado de derecho en todas partes.

Charles Stewart, politólogo del Instituto Tecnológico de Massachusetts, advirtió en un correo electrónico:

Un segundo gobierno de Trump intensificaría la amenaza de un gobierno autoritario, en particular, al autorizar procesamientos legales por motivos políticos. Incluso si los tribunales resistieran los esfuerzos más audaces, hacerlo tendrá un gran costo para los oponentes políticos y también seguirá silenciando la disidencia entre los conservadores que desean tener carreras políticas.

En 2016 y durante gran parte de su primer mandato, elementos importantes del Partido Republicano vieron a Trump con profunda sospecha, bloqueando o debilitando en repetidas ocasiones sus iniciativas más delirantes. Eso ya no sucede.

“El Partido Republicano apoya plenamente a Trump —el epicentro de la perturbación electoral— incluso después de dos juicios políticos, una insurrección y una condena penal”, señaló en un correo electrónico Julian Zelizer, un historiador de la Universidad de Princeton, quien agregó:

El apoyo que recibió Trump después del 6 de enero, y todo el esfuerzo por anular las elecciones, demuestra que gran parte del Partido Republicano no tiene problemas en hacer esto. Ahora que el partido sabe cómo se ve una insurrección y ha dado su sello de aprobación al nominar a Trump, sabemos que esto forma oficialmente parte del manual republicano.

Una cosa está clara: Trump tomaría el control de la Casa Blanca en 2025 con mucho más poder y muchas menos restricciones que cuando asumió el cargo en enero de 2017.

Jacob Hacker, un politólogo de la Universidad de Yale, argumentó que el control casi dictatorial de Trump sobre el Partido Republicano y la ausencia de disidencia dentro del partido jugará un papel crucial si regresa a la Casa Blanca en 2025:

El retroceso democrático se apoya en gran medida en la ausencia de mensajes contrarios dentro del partido que socava la democracia, porque (a) esto radicaliza aún más a los votantes simpatizantes (que siguen el ejemplo de los políticos dentro del partido) y (b) convierte la batalla en una lucha partidista de “nosotros” contra “ellos” que es fácilmente utilizada por los demagogos para justificar un mayor retroceso democrático.

Tanto Hacker como Frances Lee, una politóloga de la Universidad de Princeton, señalaron que incluso con un sólido apoyo de compañeros republicanos de la Cámara de Representantes y el Senado, el poder y la libertad de acción de Trump dependerán del control partidista de la Cámara y el Senado.

Hacker lo explica de la siguiente manera:

La magnitud de la amenaza que representa una presidencia de Trump dependerá mucho más de lo que se suele reconocer del equilibrio exacto del poder partidista en Washington. Si Trump tiene ambas cámaras del Congreso —además, por supuesto, de una Corte Suprema muy comprensiva—, el ritmo y el alcance del retroceso democrático serán mucho mayores que si los republicanos “solamente” ocuparan la Casa Blanca.

Dado su papel en los nombramientos y su mayor prominencia, el Senado es el punto de apoyo crucial. En el periodo 2019-2020 vimos que los demócratas que controlaban la Cámara de Representantes ayudaron a mantener la atención en las fechorías de Trump y bloquearon algunas de las posibles medidas legislativas más atroces del exmandatario . Pero el control de la Cámara Baja vale mucho menos que el control del Senado, y una Cámara de Representantes demócrata podría no ser suficiente para evitar un retroceso democrático grave.

Si los demócratas obtienen una mayoría en la Cámara Baja, escribió Lee por correo electrónico, “su control eliminaría cualquier oportunidad para una legislación unipartidista, como la Ley de Empleos y Reducción de Impuestos de 2017”.

Además, Lee argumentó que “las propuestas y prioridades de Trump todavía dividen internamente al Partido Republicano. Aunque Trump ha mejorado su posición en el ala congresista del Partido Republicano en relación con 2017, todavía enfrenta focos de resistencia dentro del partido, en especial, pero no exclusivamente, en materia de política exterior”.

Como resultado, escribió Lee, “los republicanos escépticos de Trump que queden en el Congreso tendrán un estatus crucial en una estrecha mayoría republicana. Así que la conclusión es que no sabemos mucho sobre la influencia que Trump podría ejercer hasta que veamos el resultado de las elecciones al Congreso”.

Sin embargo, incluso teniendo en cuenta la cautela de Lee, la base de apoyo de Trump ha crecido en los últimos ocho años para abarcar no solo al electorado del movimiento MAGA y la red de funcionarios electos que han aprendido que disentir equivale a un suicidio político, sino también a los individuos e intereses que componen la infraestructura del partido, en especial los donantes y cabilderos.

Hace apenas tres años y medio, tras el asalto al Capitolio del 6 de enero, esta ala del partido amenazaba con convertirse en un obstáculo importante para un segundo mandato de Trump. Los líderes de Wall Street y las grandes empresas expresaron una preocupación aparentemente profunda por la amenaza a la democracia que representaban el exmandatario y sus seguidores, y muchos de estos líderes juraron que nunca contribuirían a una campaña de Trump.

“Muchas de las personas más ricas del país dijeron después del ataque del 6 de enero de 2021 al Capitolio de Estados Unidos que nunca más volverían a apoyar al expresidente Trump”, reportó David Lauter de Los Angeles Times. Esas preocupaciones se han disipado.

En marzo, The Washington Post informó que “los donantes de élite que alguna vez rechazaron los esfuerzos de Trump por atizar la insurrección del Capitolio, preocupados por sus problemas legales, y denunciaron lo que veían como su presidencia caótica, están redescubriendo su afinidad por el expresidente, incluso cuando este elogia y promete liberar a los condenados por los actos del 6 de enero, garantiza deportaciones masivas y enfrenta 88 cargos por delitos graves”.

Es difícil subestimar la importancia de los vínculos cada vez más fuertes de Trump con la “clase dirigente” financiera de su partido. Su capacidad para moldear el flujo de dinero de campaña es solo superada por el poder de sus respaldos, lo que hace que la obediencia a su autoridad sea aún más crucial para la supervivencia política.

La cambiante relación de Trump con la comunidad de donantes más grande del “establishment” republicano se puede percibir mejor en la composición cambiante de sus respaldos financieros de 2016 a 2024.

En 2016, muchos de los principales patrocinadores de Trump, según OpenSecrets, podrían describirse mejor como figuras marginales en el mundo de la financiación de campañas:

McMahon Ventures, una firma consultora fundada por los propietarios de World Wrestling Entertainment, 6 millones de dólares; Mountainaire, productor de pollos, 2,01 millones de dólares.

Actualmente, en términos de dinero, Trump es un candidato muy diferente. Los escrúpulos corporativos que surgieron tras la insurrección del 6 de enero han estado subordinados a la posibilidad de miles de millones en exenciones fiscales para las empresas y los ricos si Trump regresa al poder.

Según OpenSecrets, de los 472,8 millones de dólares que Trump y sus comités de acción política aliados han recaudado hasta la mitad de este año, una cuarta parte, 115,4 millones de dólares, provino de la industria de valores e inversiones, el núcleo financiero del “establishment” republicano. En 2016, esta industria ignoró en gran medida a Trump, dándole unos miserables 20,8 millones de dólares.

“La decisión de los líderes de las principales industrias de respaldar a Trump sugiere que los beneficios económicos de permanecer en el equipo superarán las preocupaciones sobre las normas democráticas a la hora de la verdad en un segundo mandato de Trump”, escribió por correo electrónico en respuesta a mi consulta Eric Schickler, un politólogo de Berkeley.

Hay algunos otros factores que aumentan el nivel de peligro que representa un segundo mandato de Trump en la Casa Blanca.

Cuando asumió la presidencia en 2017, Trump no tenía una agenda clara, sino solo un conjunto de agravios, impulsos y prejuicios; no tenía una lista cuidadosamente preparada de posibles aliados que nominar a puestos clave; y, en esencia, ninguna comprensión de cómo funcionaba el gobierno federal.

Estas deficiencias mantuvieron muchos de sus impulsos destructivos, aunque no todos, bajo control mientras sus principales asesores y líderes clave del partido lo alejaban una y otra vez del precipicio.

Si gana este año, esos controles sobre Trump ya no existirán.

Los asesores y aliados de Trump han elaborado un plan detallado junto con listas de hombres y mujeres que están listos para cumplir sus órdenes. Esto ha sido detallado en esta columna y en otras partes.

En su correo electrónico, Schickler enfatizó el papel crucial que desempeñan los exitosos esfuerzos de Trump para expulsar a sus oponentes republicanos de cargos públicos. Ahora, escribió Schickler:

“La supervivencia política de cada miembro republicano depende de su lealtad al equipo”, continuó Schickler. “Los republicanos apoyarán a Trump en cualquier posible batalla de juicio político; como resultado, no habrá posibilidad de una condena, lo que básicamente convertirá cualquier intento de hacer valer la rendición de cuentas en un enfrentamiento partidista más”.

Durante su primer mandato, señaló Schickler, Trump “planteó la posibilidad de tomar medidas amenazantes, como enviar soldados para arrestar o incluso disparar contra manifestantes”, pero sus propios funcionarios designados y altos empleados del gobierno lo frenaron.

“La gran diferencia en 2025”, advirtió Schickler,

es que hay una operación política mucho más estructurada que apoya a Trump. Las personas designadas serán examinadas cuidadosamente por su lealtad. Cuando llegue el momento de implementar una orden que, por ejemplo, elimine las protecciones de la función pública para la mayoría de los trabajadores federales, los niveles superiores de las agencias ejecutivas estarán repletos de personas ansiosas por cumplir y eliminar a aquellos con “malas” opiniones.

Trump no solo estará más protegido si regresa a la Casa Blanca en 2025, sino que es más probable que una institución clave, la Corte Suprema, respalde sus iniciativas ahora que está dominada por una mayoría conservadora de 6 a 3, la mitad de la cual está compuesta por personas designadas por Trump.

Ese bloque conservador ya ha manifestado su voluntad de dar rienda suelta a Trump en su decisión de inmunidad del 1.° de julio en el caso de Trump contra Estados Unidos.

El fallo le dio a Trump nuevos motivos para desafiar los cargos penales y las condenas que enfrenta y sugiere en general la aprobación de sus futuras políticas e iniciativas. El presidente de la Corte Suprema John Roberts, escribió en la opinión mayoritaria de 6 a 3 que “no puede ser procesado por ejercer sus facultades constitucionales básicos, y tiene derecho, como mínimo, a una presunta inmunidad procesal por todos sus actos oficiales”.

Robert Y. Shapiro, un politólogo de la Universidad de Columbia, escribió por correo electrónico:

Trump afirma que quiere remplazar la burocracia —parte del “Estado profundo”— con nombramientos políticos. Quiere perseguir a sus enemigos políticos, encerrar a los refugiados en campos e implícitamente en todo esto nombrará miembros del personal y funcionarios de alto nivel que apoyen lo que él quiere hacer en lugar de los “adultos” que lo limitaron en todo momento durante su presidencia.

En este contexto, continuó Shapiro:

La amenaza a la democracia antes mencionada debe verse, a primera vista, como real, dado que la Corte Suprema ha abierto la posibilidad de inmunidad sobre cualquier acción presidencial, por criminal que sea. Lo que Trump ha dicho que hará, y a lo que la Corte Suprema le ha abierto la puerta —lo que él puede hacer en términos de los que serían delitos penales y no solo actos impugnables— plantean una enorme amenaza para la nación y la democracia estadounidense.

Gary Jacobson, politólogo de la Universidad de California-San Diego, resumió los riesgos planteados por el fallo de inmunidad de la Corte Suprema en un correo electrónico:

Las decisiones de la corte han dificultado que el poder judicial, el Congreso u otras instituciones mantengan a Trump bajo control. La decisión de inmunidad ciertamente permite una presidencia autoritaria mucho más allá de la imaginada por las personas que escribieron la Constitución.

La mayor diferencia si Trump es reelegido, argumentó Jacobson,

será la ausencia de funcionarios en el gobierno con la estatura, la experiencia y la integridad para resistir los peores instintos de Trump en esos asuntos. Una Casa Blanca dotada de leales aduladores o fanáticos nacionalistas blancos que comparten la ignorancia y el desprecio de Trump por las normas y las instituciones le dará al exmandatario una mayor libertad que en el primer mandato.

Y como bien advierte Sean Wilentz:

Trump, que no habla con metáforas, lo ha dejado claro: “Si no resulto elegido, habrá un baño de sangre”. Este es el momento de imaginar lo peor. Ningún funcionario republicano leal se ha opuesto a esa declaración ni a advertencias similares del movimiento MAGA sobre una guerra civil inminente.

Sin embargo, escribe Wilentz, “muchas de las fuentes de noticias, incluso las más influyentes, sostienen la ficción de que Trump y su partido están librando una campaña presidencial en lugar de un golpe de Estado continuo, en lo que es una asombrosa incapacidad de reconocer los planes declarados de Trump”.

Le voy a dar la última palabra a Timothy Snyder:

Trump se encuentra en la clásica posición dictatorial: necesita morir controlando todo el poder ejecutivo para no ir a prisión. Esto significa que hará todo lo que pueda para ganar el poder, y una vez en el poder hará todo lo que pueda para no soltarlo jamás. Esta es una estructura de incentivos básica que subyace a todo lo demás. Es totalmente incompatible con la democracia.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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