Opinión: Trump adopta la ilegalidad, pero en nombre de una ley superior

Trump adopta la ilegalidad, pero en nombre de una ley superior (Damon Winter/The New York Times).
Trump adopta la ilegalidad, pero en nombre de una ley superior (Damon Winter/The New York Times).

CUANDO LAS AUTORIDADES SON VISTAS COMO CORRUPTAS, CELEBRAMOS A QUIENES LAS DESAFÍAN.

Con frecuencia, a Donald Trump se le critica en términos que sugieren que supone una amenaza existencial para la tradición política estadounidense. Es un fascista, un agente ruso, un aspirante a caudillo: algo ajeno y amenazante. Para sus críticos, las cuatro acusaciones penales que enfrenta son una prueba más de que es un peligro para la democracia.

Puede parecer que Trump y su círculo aceptan de buena gana esta caracterización. Él se celebra a sí mismo (con imprecisión, por cierto) como un hombre que ha sido investigado “más que Billy el niño, Jesse James y Al Capone juntos”. Ha elogiado a James por ser “un gran asaltabancos” y ha instado a sus seguidores a ver la película de 1932 “Cara Cortada”, basada en la carrera de Capone. Donald Trump Jr. vende camisetas que muestran la ficha policial de su padre con las palabras: “Se busca, para presidente”.

Para los detractores de Trump, una aceptación tan abierta de la ilegalidad confirma el peligro que representa. Pero esta interpretación de su recién descubierta personalidad criminal, una personalidad que sus adversarios legales han contribuido a imponerle, pasa por alto algo importante: puede que Trump represente una amenaza para nuestro sistema político tal y como existe ahora, pero es una amenaza animada por un espíritu democrático. Es la amenaza del héroe bandido, una figura desafiante con profundas raíces en la cultura estadounidense que expone las injusticias y las hipocresías de un sistema corrupto.

Los bandidos cuya imagen quiere imitar Trump se hicieron famosos en Estados Unidos porque parecían encarnar la libertad y la espontaneidad, además de la desconfianza en la autoridad y la indiferencia ante las convenciones. Apelaban a los impulsos democráticos, aunque fuera de forma perversa. Como ha observado el folclorista Stephen Knight, los valores centrales de la figura del buen bandido son “la libertad y la igualdad”. Estos forajidos actuaban fuera de la ley, sí, pero en nombre de una ley superior. No es casualidad que Trump se haya descrito hace poco como el “enemigo público de un régimen canalla”.

La imagen destaca en lo político. En la medida en que resuene entre sus partidarios, puede ser un indicador no de que sean indiferentes a nuestra tradición política, sino más bien de que se sienten atraídos por una de sus mitologías fundamentales, y sugiere que los intentos de utilizar el sistema judicial para derrotarlo en la arena política serán contraproducentes.

Desde el comienzo, los admiradores de Trump lo han comparado con un héroe bandido paradigmático, Robin Hood. En 2017, Sebastian Gorka, un funcionario del gobierno de Trump, lo describió como “un Robin Hood que se apodera del imperio”, un forastero que de repente se encontró en una posición de poder, apoyado solo por su “pequeña banda de hombres y mujeres alegres”. La representante republicana de Colorado Lauren Boebert ha comparado al presidente Joe Biden con el antagonista de Robin Hood, el príncipe Juan.

Es probable que Trump no merezca esta comparación —los críticos de su recorte fiscal de 2017 lo llamaron un Robin Hood a la inversa—, pero los mitos encuentran la manera de imponerse a los hechos. ¿De verdad Jesse James pagó la hipoteca de una viuda y luego le robó al avaricioso banquero que se quedó con el dinero? ¿Acaso Railroad Bill, el escurridizo bandido negro que acechaba las líneas de ferrocarril del sur, realmente alimentaba a los hambrientos con el dinero que ganaba robando trenes de mercancías? Y, en este caso, ¿Robin Hood de verdad les robaba a los ricos para dárselo a los pobres? (Las primeras baladas lo describen ayudando solo a los miembros de su banda).

Poco importa si estos forajidos hicieron las buenas obras que se les atribuyen, porque el atractivo del héroe bandido se basa en una verdad más profunda: cuando se considera que las autoridades son corruptas y malévolas, la gente celebra a quienes las desafían. Como Joaquín Murrieta, el obrero mexicano del siglo XIX que trabajaba en California y que, según la leyenda, respondió a la injusticia al jurar que “a partir de ese momento viviría para vengarse”, Trump ha prometido vengar a los oprimidos. “Soy su guerrero. Soy su justicia”, dijo en marzo de 2023. “Y para aquellos que han sido agraviados y traicionados, yo soy el vengador”.

Para quienes optan por confiar y respetar el sistema judicial estadounidense, la fotografía del registro policial de Trump, en la que mira desafiante a la cámara, puede parecer carente de humildad. Pero para otros, la imagen puede ser una señal de que él entiende lo que es estar en el lado equivocado de la ley. Al parecer, el rapero Lil Pump se tatuó la imagen en la pierna. Al igual que el rapero Bandman Kevo, quien dio a conocer su nuevo arte corporal con una grabación en la que se comparaba con el candidato (“Como Donald Trump, hago lo que quiero”).

Lil Pump y Bandman Kevo tienen antecedentes penales, una distinción que comparten con otros 70 a 100 millones de estadounidenses, en contraposición con los casi 100 millones que tienen estudios universitarios. Puede que los antecedentes penales sean una ventaja política.

La adopción por parte de Trump de una imagen de bandido marca un cambio en la derecha estadounidense. Una formación política que antaño estaba comprometida con lo que Russell Kirk llamaba la “defensa del orden” se siente ahora atraída por las figuras más anárquicas de nuestra mitología nacional. El cambio de George Washington por Jesse James refleja el creciente distanciamiento de la derecha de las principales instituciones de Estados Unidos. Pero la ruptura quizá no sea tan total como parece. Incluso cuando Robin Hood desafía al sheriff local, mantiene su lealtad al rey. Puede que humille al obispo, pero le reza a la Virgen María. Una combinación similar de rebeldía y reverencia caracteriza el intento de Trump de presentarse como un forajido que restaurará la ley y el orden.

Si Trump consigue convencer a los votantes de que es un héroe bandido, las críticas habituales contra él no se mantendrán. Sus vicios, por graves que sean, se verán como expresiones del carácter democrático, ligadas al sistema político que sus críticos pretenden defender. La amenaza que representa no podrá abordarse con la restricción de la influencia extranjera o la derrota de un único candidato. De hecho, dada la naturaleza del atractivo del héroe bandido, no debería sorprendernos que los esfuerzos por contrarrestarlo acaben limitando cosas que suelen considerarse valores democráticos, como la libertad de desafiar a la autoridad.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

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