Opinión: “No me da tiempo de hacer nada”: ¿por qué la generación Z no puede lidiar con el mundo real?

Una joven se queja tras su primer día de trabajo de tiempo completo, de 9 a 5; una periodista milenial reflexiona sobre 'la falta de tiempo'.

Una tiktoker lloró por su primer trabajo de tiempo completo, y tiene razón. Créeme: soy milenial. (Foto: captura TikTok).

Es posible que Dolly Parton lo haya dicho primero, pero ahora una graduada universitaria se quejó entre lágrimas en TikTok de lo mucho que le cuesta la transición del estudio al mundo de trabajo; en específico, el caos de conservar un trabajo de tiempo completo.

Brielle publicó un video con un texto en la pantalla que decía: “Pregunta del día: con un trabajo de tiempo completo, ¿cómo encuentras tiempo para tu vida?”. En el video, la tiktoker describe su viaje al trabajo, que consiste en tomar el tren a las 7:30 a. m. y llegar a casa alrededor de las 6:15 p. m. (si le va bien). Luego se queja de que desde que aceptó su primer trabajo de tiempo completo tras graduarse de la universidad, se ha dado cuenta de que tiene poco tiempo para cocinar o ir al gimnasio.

“No me da tiempo de hacer nada”, solloza. “Quiero tomar una ducha, cenar e irme a dormir. Tampoco tengo tiempo ni ganas de preparar la cena. Ni tengo energía para hacer ejercicio, eso queda completamente descartado”.

No quiero usar las típicas frases milénicas de “en mi época” o “crees que para ti es difícil”, pero si la generación Z cree que lo tiene difícil… es porque así es. Y no voy a mentir: no va a mejorar. Una vez que te metes a la mina de oro, no hay manera de que salgas. Lo siento. Es momento de mostrar algo de mano dura.

A Brielle y a otras personas como ella, les diría lo siguiente: por tu propia cordura, tienes que hacer que funcione para ti. Tu única solución es aceptar el ajetreo. Usa tu traslado diario para leer, pensar o ponerte al día con todos esos mensajes de WhatsApp que te perdiste mientras mirabas como zombi el último estreno de Netflix, La caída de la Casa Usher, en la cama después del trabajo, hasta que apareció el inevitable mensaje vergonzoso de tu propio televisor que te pregunta: “¿Sigues mirando?” (A lo que presionas “OK”, siempre hay que presionar “OK”).

No hay forma de evitar estas cosas, así que no te queda otra que meterte de lleno. Averigua cómo integrar el ejercicio (si lo disfrutas, porque yo no) en tu día: camina a la oficina, por ejemplo; o bájate del metro unas paradas antes y trota el resto del camino. Sal a correr durante tu hora de almuerzo (podrías empezar un club de corredores) en lugar de atascarte de sushi en tu escritorio. Sal a dar una vuelta a la manzana (y respira).

Aprovecha tus fines de semana; hazme caso. Pero no caigas en la trampa de pensar que debes usarlos para agotarte aún más si no te apetece. Si lo único que quieres hacer es seguir viendo la destrucción de los hermanos Usher, entonces consiéntete (solo intenta poner un par de cargas de ropa cuando te levantes para comer bocadillos). Cuídate, como consideres conveniente, porque, mi amor, ahora eres un adulto y nadie lo va a hacer por ti.

¿Cómo sé qué se siente? Cariño, lo sé y puedo contarte cómo lo vivo yo, si te sirve de ayuda. La mitad del esfuerzo para sentirte mejor consiste en sentirte escuchado, validado y comprendido… así que déjame aclarar que entiendo.

Me despierto a las 6:30 a. m., me peleo con cinco alarmas y unas diminutas piernas me pegan en la cara como un pequeño Beckham rebelde y orinado. Comparto mi cama (a fuerza) con un niño de siete años, que se sube cada vez que se despierta: pueden ser las 10 de la noche, pueden ser las dos de la madrugada, o puede dormir hasta que suena el abominable primer tono de alarma (que pospongo). Por lo general, se orina en la cama, razón por la cual se acuesta en la mía, así que me ocupo de eso primero. Luego: arrastro las piernas sobre el borde de mi “almohada de embarazo” (no estoy embarazada, solo me siento vieja y dolorida), arrojo mis piernas por el costado de la cama y hago una breve pausa para recoger los hilos de los sueños y el miedo inevitable.

Tengo que moverme, y tengo que hacerlo rápido

¿Por qué? Porque en menos de una hora tengo que salir de casa o llegaré tarde a la conferencia de prensa. Significa que en los próximos 45 minutos aproximadamente debo: duchar, secar y vestir a dos niños; ducharme, secarme y vestirme; preparar almuerzos para llevar; recoger diversos artefactos, como los preciosos restos de una excavación arqueológica. Es lunes, así que toca educación física. O es martes, día de escuela forestal, solo que perdimos todas las botas de agua y un zorro se robó una de las de repuesto, así que usaremos los zapatos escolares pequeños del año pasado como último recurso. Suena el timbre y dejo pasar a mi exmarido, que lleva a los niños a la escuela a tiempo para el desayuno y así yo puedo subirme al autobús.

¿Qué ha estado sucediendo detrás de escena (entre preparar el bagel con crema Biscoff crujiente para un niño, el brioche con chispas de chocolate para el otro, sándwiches con Marmite, tomar café para que el estómago tenga con qué entretenerse hasta las 3 de la tarde)? Hacer una lectura frenética y rápida de todos los periódicos nacionales (y chismes tangenciales de las redes sociales), un recorrido por las tendencias de Google.

Mientras tanto, leo, me desplazo por la pantalla, escucho a Nick Robinson en la radio. Mi cerebro da vueltas mientras escucho a los políticos decir cosas impensables, identifico metódicamente las noticias clave del día, converso (en Slack y WhatsApp) con colegas sobre qué está de moda, qué hay de nuevo, ¿ahora qué hizo Britney? Inmediatamente me pongo a pensar en escritores que encajan en el perfil (y busco en Twitter a aquellos que quizás aún no haya captado en mi red de contratación). Deseo que la gente hiciera lo que yo hago: despertarse y ver una noticia de moda y enviar una oferta para ser el primero en redactarla.

Al salir de casa, ya hablé con cinco corresponsales, envié mensajes en WhatsApp a contactos de confianza que sé que pueden redactar un artículo en horas (o lo escribo yo misma de camino al trabajo, como ahora), me puse lápiz labial rojo brillante en el espejo del pasillo, les di un beso a los niños, les dije que los quiero, alimenté al gato, agarré mi pase de trabajo y me lo colgué en el cuello, tomé un último sorbo de café y salí de la casa, dejando que la puerta se cierre detrás de mí mientras corro hacia el autobús. Llego tarde, siempre llego tarde. Es lunes. Inicio de la semana laboral. Apenas son las 7:30 a. m.

Es difícil. “¿Cómo encuentras tiempo para la vida?” Ojalá tuviera la respuesta, pero mientras tanto, un consejo: haz lo que te funcione. Pon la ropa a lavar. Prende la tele para ver La caída de la Casa Usher. Aprovecha lo que funciona e ignora el resto (y hazme caso: necesitas descansar).

Traducción de Michelle Padilla

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