Opinión: Taylor y Travis podrían salvar el romance, pero Posh y Becks siempre estuvieron aquí

Una fotografía abstracta tomada en Ithaca, Nueva York, el 22 de mayo de 2017. (Damon Winter/The New York Times)
Una fotografía abstracta tomada en Ithaca, Nueva York, el 22 de mayo de 2017. (Damon Winter/The New York Times)

Dime si esta historia te suena familiar: un guapo futbolista se fija en una de las estrellas del pop más importantes del mundo cuando ella está en la cima de su fama mundial. Le dice a la gente que le gusta, se las arregla para conocerla y pronto ella asiste a sus partidos mientras él viaja para visitarla mientras está de gira. La combinación de sus marcas individuales —canto y deporte, belleza y fútbol— los convierte en una sensación cultural, una obsesión mediática, un romance forjado en el cielo de los tabloides.

Antes de la historia de Taylor Swift y Travis Kelce, existió la historia de David Beckham y Victoria Adams, en la época en que ella era más conocida como Posh Spice y su banda, las Spice Girls, se estaban convirtiendo en (y, para sorpresa de muchos, aún son) el grupo femenino con mayores ventas de la historia.

En la época de su romance, yo me consideraba un experto en deportes y conocedor de la cultura pop, y tengo algunas vagas asociaciones de “Posh y Becks” en algún lugar de los cajones de mi memoria. Pero acababa de empezar la universidad, estaba más centrado en el fútbol americano que en el fútbol y no me gustaban mucho las Spice Girls. Así que ha sido educativo ver “Beckham”, la docuserie de Netflix, en la que el exdeportista, que ya cumplió los 40, repasa su carrera y su noviazgo con Posh, que por supuesto se convirtió y sigue siendo su esposa.

Por ejemplo, apenas recordaba el papel de Beckham como chivo expiatorio de la derrota de Inglaterra en el Mundial de 1998 a manos de Argentina, y desde luego no sabía cómo interactuó la relación Posh-Becks con el desastroso partido. La derrota desencadenó un frenesí brutal, con amenazas de muerte y el ahorcamiento de efigies del atleta, después de que una tarjeta roja de Beckham le costara el partido a su país. Pero la historia personal era que acababan de comprometerse y, justo antes del partido, Posh lo había llamado desde Nueva York para decirle que iban a tener un hijo, una noticia que posiblemente lo animó lo suficiente como para patear de manera imprudente a un jugador argentino que lo había tirado al suelo.

En general, tampoco me acordaba mucho de la intensidad de su noviazgo, de la rapidez con la que pasaron de conocerse en la primavera de 1997 a comprometerse en enero del año siguiente, del nacimiento de su hijo Brooklyn en la primavera de 1999 y de su boda vestida de púrpura ese verano. O lo jóvenes que eran en ese momento: se conocieron cuando tenían veinte años, ¡básicamente eran niños! O, en comparación con los romances de los famosos, lo poco organizado que fue su noviazgo y la obsesión de él por ella lo que, sin duda, afectó la relación con sus entrenadores.

Todo eso hace que sea aún más sorprendente el hecho de que la relación haya perdurado a través de sus diversas reinvenciones: la transición de ella de estrella del pop a fashionista, las peregrinaciones de él del Manchester United al Real Madrid y a la liga de fútbol profesional de Estados Unidos, la evolución de su marca conjunta, los nacimientos de sus cuatro hijos, su transformación en pilares de la clase dirigente y propietarios de casas de campo. Sí, con la protección de una riqueza extrema, pero a pesar de todas las fuerzas que desbaratan a otras parejas exitosas, los torbellinos mediáticos y las tentaciones únicas de la celebridad.

¿Por qué una pareja de famosos podría ser el modelo para revivir el matrimonio? (Alain Pilon/The New York Times)
¿Por qué una pareja de famosos podría ser el modelo para revivir el matrimonio? (Alain Pilon/The New York Times)

El romance de Taylor y Travis, en un momento de polarización política y creciente alienación ideológica entre los sexos, ha inspirado un montón de divertidas bromas sobre cómo un matrimonio Swift-Kelce o un bebé Swift-Kelce podría revolucionar nuestra cultura. Un destacado crítico social reaccionario prevé “el mayor aumento de bodas de la historia de Estados Unidos”, porque “el deseo mimético se apoderará de los corazones y las mentes de millones de mujeres milénials”, seguido de un auge de los nacimientos “provocado por un tsunami de finales felices románticos heterosexuales”. Otros van más allá, y un observador de las redes sociales prevé un “auge inmobiliario Taylor-Travis, un tremendo cambio de estilo de vida para millones de familias recién formadas. Una nueva era dorada” para Estados Unidos.

¿Y por qué no? ¿Por qué luchar en la maleza de la política pública y discutir sobre guiones culturales y normas de género cuando se puede lograr un cambio de vibras a favor del matrimonio dándole al avatar más famoso de la decepcionada heterosexualidad femenina la felicidad romántica con un robusto campeón del Supertazón?

Pero al ver “Beckham” me pregunté si no habría un modelo de celebridad más ideal para los campeones del romance y la fecundidad. Porque, por muy encantador que fuera, para ellos y para nosotros, que el floreciente noviazgo Swift-Kelce llegara hasta el final, dándonos una boda de famosos y quizá un bebé de la realeza, el hecho de que dos superestrellas de increíble éxito se emparejaran a mediados de la treintena no derrocaría el actual sistema de romance y citas que parece que le está fallando a tanta gente. Al contrario, lo validaría, porque emparejarse y procrear solo después de un largo periodo de citas ocasionales y muchos logros profesionales es lo que se les dice a los jóvenes estadounidenses inteligentes que hacen las personas responsables.

Cuando este modelo funciona, funciona bien, como esperamos que suceda en el caso de Kelce y Swift y sus múltiples imitadores potenciales. Pero también crea muchos caminos hacia el fracaso: largas relaciones cuasimatrimoniales que acaban cuajando, parejas de clase media alta que intentan exprimir su fertilidad en un margen de tiempo extremadamente estrecho, parejas de clase trabajadora que tienen hijos en común pero posponen el matrimonio porque parece algo que solo se hace cuando se tiene cierta solvencia económica.

El modelo alternativo es el que encarnaban Becks y Posh. Primero, se juntan relativamente jóvenes: no se casen cuando sean adolescentes, pero no tengan miedo de encontrar al amor de sus vidas a los 23 o 24 años. En segundo lugar, unan el florecimiento del romance y la atracción sexual iniciales con el compromiso, el matrimonio y los hijos, en vez de tratarlos como etapas vitales distintas que podrían estar separadas durante años. En tercer lugar, convierte tu matrimonio en una base para tu progreso profesional y tu autodescubrimiento, no en una piedra angular para construir encima de ella, de modo que tanto tu vida laboral como tu crecimiento personal estén unidos al trabajo y la maduración de tu cónyuge.


Y el hecho de que los Beckham no fueran “tradicionales” ni siguieran un guión moral conservador —tuvieron su primer hijo justo antes de la boda y no poco después— los convierte en un caso de estudio muy interesante, pues demuestra que no siempre hacen falta normas religiosas para tomar decisiones vitales que consideren el sexo, la fertilidad y el compromiso para toda la vida como un todo.

Para ser claros, creo que una cultura tiene más probabilidades de unir esas cosas cuando la piedad es más importante a nivel social, cuando los compromisos religiosos influyen en los guiones románticos y empujan a la gente hacia la monogamia y el matrimonio incluso cuando tienen relaciones sexuales antes de casarse. Las ideas importan, las reglas importan y (como vemos hoy) las diferencias entre hombres y mujeres pueden hacer sorprendentemente difícil que los sexos se unan con éxito cuando se eliminan las normas de castidad y noviazgo.

Pero si bien es cierto que emparejarse y tener hijos como base para la vida adulta, en vez de ser una especie de añadido posterior, no es algo automático para hombres y mujeres, tampoco es algo antinatural, algo que requiera ir en contra de la corriente de las hormonas o las inclinaciones o deseos románticos. Y parte del atractivo de recordar y ver el éxito de Becks y Posh es que, cuando la química es la adecuada, debería parecer lo más natural del mundo.

c.2023 The New York Times Company