Opinión: Taylor Swift ha impactado mi práctica psiquiátrica

Hayley Lacoff lleva un suéter con la cara de Taylor Swift mientras los fanes hacen fila para conseguir artículos exclusivos de Taylor Swift antes de sus presentaciones en Tampa en abril. (Zack Wittman para The New York Times).
Hayley Lacoff lleva un suéter con la cara de Taylor Swift mientras los fanes hacen fila para conseguir artículos exclusivos de Taylor Swift antes de sus presentaciones en Tampa en abril. (Zack Wittman para The New York Times).

LO QUE LES HA ENSEÑADO A MIS PACIENTES SOBRE CÓMO OLVIDARSE DE LOS PROBLEMAS, Y POR QUÉ NADIE PUEDE CALMARSE.

Hace unos meses empecé a bromear diciendo que la mitad de los tratamientos de mi consulta de psiquiatría se habían “basado en Taylor”. Muchas de mis pacientes son adolescentes y mujeres jóvenes, y se han apoyado en Taylor Swift como una especie de hermana mayor a través de las agonías diarias de la adolescencia: amistades inestables, el pelotón de fusilamiento de 24 horas en internet y, por supuesto, el anhelo interminable de sentirse vista y valorada. Al final de una sesión de exploración de estas luchas, he apreciado tenerla para hacer compañía a mis pacientes el resto de la semana.

Pero a medida que la gira The Eras se acercaba a nuestra ciudad, los problemas terapéuticos basados en Taylor llegaron a un punto de ebullición. “¿Cómo voy a mantener la calma antes de que salga al escenario?”. “Necesito tomar la terapia a distancia hoy porque no puedo contagiarme de COVID antes del concierto”. “¿Cómo voy a volver a la vida normal una vez que todo haya terminado?”. Decían que debían calmarse, y para ayudarlas a conseguirlo, hemos buscado todo tipo de trucos —conductuales, cognitivos, psicodinámicos, existenciales— y hemos explorado las relaciones de estas pacientes con la anticipación, el disfrute, la autorregulación y el sufrimiento.

Yo ya era una aficionada ocasional. Mi marido ha estado poniendo casi irónicamente a todo volumen “Hey Stephen” en nuestras bocinas durante años, y mi hija, de 9 años, tiene opiniones firmes sobre si Taylor debería estar con Harry Styles. Pero no entendía muy bien por qué esa artista y esa gira eran tan poderosas... y tan disruptivas.

Así que empecé a escuchar. Y a escuchar más. Y empecé a quedarme despierta toda la noche refrescando aplicaciones para tener acceso de última hora al “Taypocalypse”. Y entonces fui al espectáculo con mi hija. Y ahora yo tampoco puedo calmarme.

La Swiftmanía es un subidón muy distinto al que experimenté escuchando música cuando era adolescente: un subidón por el que vale la pena sufrir. No se trata solo de la plétora de canciones por descubrir, sino de la cultura Swiftie en sí: el acceso constante a la música, las noticias, la búsqueda de claves secretas, los gritos en la calle, el intercambio de canciones y líneas de código poético a través de mensajes de texto o pulseras, una fiesta que dura todo el día y toda la noche.

Cuando yo era pequeña, tenía a las Indigo Girls, Tori Amos y Ani DiFranco, cantantes para las que un interior problemático coincidía con un exterior crudo y tenso. Pero no había nadie que expresara su ira justificada desde el interior de un traje brillante, que sufriera como yo, pero cuyo merodeo desenfadado me hiciera caminar con la frente un poco más en alto. Mis cantantes se sentaban fuera de la fiesta y se quejaban contigo, pero cuando te armabas de valor, no estaban listas para entrar. Taylor no te obliga a elegir, porque es esa persona afortunada que quieres ser, y también es la antiheroína que llevas dentro.

¿Quiénes son las swifties? En mi consulta, estas pacientes comparten ciertas características. Criadas con una dieta saludable de amabilidad y justicia, son sensibles, ambiciosas y un poco perfeccionistas. Como Taylor, se visten para ser bonitas y geniales (y, a veces, para vengarse), pero, por dentro, sienten todo tipo de dolor. Sus dudas sobre sí mismas perpetúan un círculo vicioso en un mundo en el que son tímidas, jóvenes, y los demás pueden asumir que no saben nada. Son trabajadoras y están frustradas, y se preguntan si lograrían sus objetivos más rápido si fueran hombres. Desesperadas por enamorarse, han tenido sus momentos de suplicar a Romeo que les diga que sí, o tolerar que se les trate mal en algunas situaciones (”dijiste que necesitabas tu espacio… ¿qué?”). Y, sin embargo, las swifties se esfuerzan por ser la Cenicienta moderna, que no recuerda si tiene novio. Encuentran en Taylor Swift a una auténtica heroína que las comprende en carne propia, pero que también les muestra el lugar al que podrían llegar, tan embriagador precisamente porque está a su alcance.

“¿Qué haría Taylor Swift?”, es un lema entre ciertas pacientes de mi consulta. Los adolescentes sufren por muchas razones. Una es ser frágiles y estar en formación: una obra de construcción humana. Otra es estar rodeado de otros que son frágiles y están en formación. Taylor Swift expresa no solo la traición del acoso escolar, sino también la crueldad que lo rodea y que es aún más omnipresente: la mezquindad, la exclusión, el “ghosting” intermitente. Ella dice: toma prestada mi fuerza, abraza tu dolor, haz algo hermoso con él... y entonces, podrás...

olvidarte de él.

Pero lo singular de esta artista, en esta época, es el acceso que ha creado a una comunidad cohesionada, sobre todo para la generación pandémica, cuyas conexiones sociales se volvieron trágicamente esquivas y para quienes las ofertas de internet asumieron un papel central. Sea cual sea el motivo de tu disgusto, la poetisa laureada de esta generación tiene una canción en algún lugar de su megaobra que describe ese sentimiento preciso. Ella no va a resolver el problema que tengas, pero se va a sentar contigo hasta que el paso del tiempo haga su trabajo: mírala ahora.

La adolescencia te tienta a explorar e interpretar quién podrías ser, una y otra vez, y el tema “Eras” de su actual gira electrifica este proceso. El MetLife Stadium fue una bacanal de identificación masiva, una celebración de esa chica omnipresente que se sentía invisible hasta que había 83.000 personas como ella, brillando desde la minifalda hasta la pulsera del concierto, iluminando el cielo nocturno y preguntándose: ¿en qué era estoy ahora? ¿Quién era yo el año pasado? ¿Y cuál es la parte de mí que está emergiendo, ganando complejidad? Las eras ofrecen una reconfortante trayectoria de desarrollo que las incluye a todas. Puedes disfrazarte de la chica fiestera nacida en 1989, pero todo el mundo aquí entiende que también tienes el corazón roto y estás furiosa, y perdonas y eres valiente.

Al final todos nos calmaremos, pero por ahora me inclino por este sueño febril, la inquietud, el insomnio y la falta de concentración en cualquier otra cosa, un problema de ricos, quizá, pero también un regalo. A veces es bueno dejarse perturbar, ser un poco menos productivo, y así quedarte en un lugar encantado tanto tiempo como puedas. Especialmente cuando hay alguien nuevo en tu vida que te muestra colores que no puedes ver con nadie más.

Mis pacientes cuentan con una profesional que los escucha durante 45 minutos a la semana y trabaja con ellos para identificar sentimientos complejos y patrones inútiles. Pero pocas adolescentes tienen acceso a ese tipo de apoyo. Es confuso ser humano, y ser mujer, y me alegro, tanto por mis pacientes en sus medias noches, y por su populosa y resplandeciente comunidad, de que tengan a alguien tan elocuente, tan generoso y tan infinitamente presente con quien hablar.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2023 The New York Times Company