Opinión: ¿Por qué de repente todo es culpa de Taylor Swift?

Taylor Swift y Donna Kelce celebran en el Super Bowl en Las Vegas. (AP Photo/Adam Hunger)
Taylor Swift y Donna Kelce celebran en el Super Bowl en Las Vegas. (AP Photo/Adam Hunger)

Pide a las personas en tu vida que mencionen a una mujer a la que le tocaron muchos dones: riqueza, salud, talento y amor verdadero y te apuesto a que al menos algunas de ellas mencionarán a Taylor Swift.

Swift, el icono de la música pop de 34 años que hizo historia el domingo pasado como la única músico en ganar cuatro premios Grammy al mejor álbum, marca varias de las casillas importantes. Es blanca, delgada y rubia en un mundo que sigue privilegiando a la gente blanca, delgada y rubia. Es una multimillonaria con una cartera de bienes raíces envidiable, un grupito leal de amigas y, desde hace más o menos los últimos cinco meses, un novio jugador profesional de fútbol americano de la NFL alegre y guapo que parece estar loco por ella. El domingo, todo parece indicar que se tomará un descanso de su gira internacional Eras y viajará desde Japón para verlo jugar en el Supertazón. Etiqueta: bendecida, ¿o no?

Pero bastan diez minutos en X o Threads o echar un vistazo a escondidas en los tableros de mensajes de la NFL o viendo TikToks para darse cuenta de que facciones que no están de acuerdo con nada comparten la certeza absoluta de que Taylor Swift es problemática. Hace demasiado, excepto cuando no hace lo suficiente, y siempre lo hace mal.

No soy la primera en observar que una rubia guapa que sale con un futbolista guapo debería evocar, al menos para los blancos de cierta edad, todas las vibras más simplonas del pasado (luces de viernes por la noche, malteadas con dos popotes, chamarras del equipo de la escuela) que los conservadores podrían desear. Con la salvedad (¡ups!) de que la rubia guapa apoya a los demócratas. Y Travis Kelce, el héroe del fútbol americano, aparece en anuncios de vacunas (malo) y Bud Light (todavía peor).

¿Y por qué acapara los reflectores en sus partidos? Ella es la Yoko Ono y el mal de ojo del equipo de su novio, los Jefes de Kansas City, excepto cuando falta a algún partido y se las arregla para seguir siendo de mala suerte para el equipo, que llegó al Supertazón de todos modos, lo cual parece ser la prueba misma de una vasta conspiración de la izquierda.

 Travis Kelce y Taylor Swift se besan tras la victoria de los Kansas Chiefs en el Super Bowl  (Photo by Erick W. Rasco/Sports Illustrated via Getty Images)
Travis Kelce y Taylor Swift se besan tras la victoria de los Kansas Chiefs en el Super Bowl (Photo by Erick W. Rasco/Sports Illustrated via Getty Images)

Claro está que cualquier persona sometida a tanta furia emanada de la cueva de los hombres debería ser querida por el equipo contrario, esos que se tiñen el pelo y mencionan sus pronombres en sus biografías en línea, ¿verdad?

Pues no.

Los críticos que se preocupan por el medio ambiente ahora dicen que Swift es una delincuente climática debido a que viaja con frecuencia en jet privado. En 2022, encabezó una lista de “emisores famosos”, en la cual se culpaba a su jet de lanzar 8293,54 toneladas métricas de emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera (una vocera dijo al Washington Post que esas cifras eran engañosas, ya que Swift solía prestar el avión a otras personas). Se enfadaron aún más cuando sus representantes enviaron una carta de cese y desistimiento a un estudiante universitario de Florida que rastreó y publicó esos datos.

Si el jet es un problema, el dinero que lo paga lo es aún más. Un artículo publicado en el canal australiano SBS se preguntaba quién fabrica los artículos de Swift. “¿Trabajan un horario razonable y se les paga lo justo? ¿De verdad necesitaba sacar a la venta tantos productos? ¿Los fanáticos pagan precios razonables por los boletos de sus conciertos?”.

Al equipo que forma parte del tour Eras, Swift le pagó un bono de 100.000 dólares, con un total de más de 55 millones de dólares, además de que realizó donaciones discretas y generosas a bancos de alimentos en las ciudades por las que pasó la gira. Pero para estos críticos, una multimillonaria ética es una contradicción en sí misma y la culpa es de Swift por intentar llegar a lo más alto de las estructuras de poder opresivas cuando podría estar intentando desmantelarlas.

El avión privado de Taylor Swift (AP Photo/Eric Thayer)
El avión privado de Taylor Swift (AP Photo/Eric Thayer)

Claro está que la raza también es parte del debate. A algunos les indigna que no haya condenado a su último exnovio Matty Healy, cantante de la banda británica The 1975, quien fue grabado en el escenario haciendo lo que parecía un saludo nazi. Durante las entrevistas, profirió insultos viles contra la rapera Ice Spice y habló de ver pornografía que degradaba a las mujeres negras.

“Sin importar si está saliendo con Healy o si todo esto es un elaborado plan de relaciones públicas”, escribió Kelly Pau en Salon, “Swift ha demostrado ser otra mujer blanca que dice ser una aliada, reivindica Black Lives Matter y se autodenomina feminista, pero solo mientras le sirva”.

Otros señalan que la exnovia de Kelce es negra y que, en algunos círculos, su relación con Swift se celebra como una especie de glorioso retorno a la cordura. En ese escenario, Swift es defendida como el “símbolo de la blanquitud pura” de la derecha, escribió la analista de MSNBC Brittany Packnett Cunningham en Threads. “Y en sus ‘miedos de reemplazo’, defenderla es defender la blanquitud misma”.

Pero, momento, que hay más. Algunos fans están decepcionados porque Swift asistió a una escala en Nueva York de la gira More Feelings del cómico Ramy Youssef, un evento que recaudó dinero para los esfuerzos de ayuda a Gaza. “Les debe una disculpa a los israelíes y a los judíos estadounidenses”, dijo la presentadora Megyn Kelly. Mientras tanto, los seguidores de Swift han utilizado la etiqueta #SwiftiesforPalestine para pedir que la cantante exija un cese al fuego inmediato, cortar lazos con empresas israelíes y apoyar de manera pública a los palestinos.

Los seguidores con discapacidades se quejaron de que las ventas de los boletos accesibles de Swift eran un desastre y de que sus conciertos no ofrecían suficientes asientos adaptados para personas con discapacidades.

Hasta el gusto de Swift por los gatos ha sido objeto de críticas. Según los críticos, su afecto por sus dos gatos Fold escocés aumentó la popularidad de la raza, lo que llevó a oportunistas sin escrúpulos a criarlos en exceso, con las consiguientes mutaciones genéticas.

¡Un exracista! ¡Un jet privado contaminante! ¡Feminismo blanco! ¡Los pecados del capitalismo! ¡Gatos mutantes! ¡Todo es culpa suya!

Es un cuento tan viejo como el tiempo: cómo es imposible que una mujer (ya sea una superestrella o una simple mortal) haga algo bien. Es el monólogo de “Barbie” (la versión de Taylor):

Tienes que tener dinero, pero no puedes pedir dinero porque eso es de mal gusto. Tienes que ser la jefa, pero no puedes ser demasiado poderosa. Tienes que ser una mujer de carrera, pero no ambiciosa.

Tienes que responder por el mal comportamiento de los hombres, lo cual es una locura, pero si lo señalas, te acusan de andarte quejando.

Pero siempre debes sobresalir y ser agradecida. Pero nunca olvides que el sistema está amañado. No puedes envejecer, no seas grosera, nunca presumas, nunca seas egoísta, nunca fracases, nunca muestres miedo, nunca te salgas de la línea. ¡Es demasiado difícil! Y resulta que, de hecho, no solo lo haces todo mal, sino que además todo es culpa tuya.

A pesar de ganar casi todo, al parecer, Taylor Swift no puede ganar.

Pero en medio de ese mar de TikToks y publicaciones de X, cartas abiertas y peticiones y demandas, también ocurre algo alentador.

En mi adolescencia, no estoy segura de que se me hubiera ocurrido pensar en cómo la blanquitud podía estar influyendo en las listas de éxitos del pop o exigir que Debbie Gibson se apoderara de los medios de producción. Es alentador ver a los jóvenes fanáticos de Swift hablar de raza, poder, privilegios y género.

Y es difícil imaginar que esos críticos no piensen también en sus propias vidas, en su propio feminismo y huella de carbono, en las posturas que adoptan, en las mascotas que eligen. Al exigir a Taylor Swift que lo haga mejor —incluso cuando no existe un consenso sobre lo que es “mejor”— puede que muchos Swifties acaben haciéndolo mejor ellos mismos.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2024 The New York Times Company

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