Opinión: Una razón por la cual la fiebre de Trump no cesa

Cuanto más pienso en el desafío que supone el nacionalismo cristiano, más pienso que la mayoría de los observadores y críticos están prestando demasiada atención al grupo equivocado de nacionalistas cristianos. Casi siempre pensamos en el nacionalismo cristiano como una teología o, al menos, como una filosofía. En realidad, el movimiento nacionalista cristiano que en verdad importa tiene sus raíces en la emoción y en una revelación ostensiblemente divina y es ese movimiento emocional y espiritual el que se aferra con tanta obstinación a Donald Trump.

Para muestra, tres reportajes relacionados.

Primero, Katherine Stewart escribió un reportaje perturbador para The New Republic sobre la última versión del ReAwaken America Tour, un espectáculo itinerante de la derecha radical patrocinado por Charisma News, una publicación cristiana pentecostal. La gira ha atraído la atención nacional, incluso ha sido cubierta por The New York Times, y presenta a una colección de los teóricos de la conspiración más destacados de la extrema derecha, así como populistas cristianos.

La retórica en estos eventos, que a menudo atraen a miles de personas, es desquiciada. Allí, como informó Stewart, oirás a un pastor llamado Mark Burns declarar: “Esta es una nación de Dios, esta es una nación de Jesús, y de esta nación nunca sacarán ni a mi Dios ni mi arma”. También le oirán decir: “He venido dispuesto a declarar la guerra a Satanás y a todos los demócratas racistas que intentan destruir nuestro estilo de vida aquí en Estados Unidos de América”. Oirás al locutor de radio de derecha Stew Peters pedir una “segunda parte de los Juicios de Nuremberg” y que mueran Anthony Fauci y Hunter Biden. El mismo locutor se burló de la fiscal del condado de Fulton, Georgia, Fani Willis al grito de: “Fani. Fani, la gordota. Fani Willis, la gran negra gorda”.

Luego, está el reportaje del jueves en el Times que describe cómo un grupo conservador que está en contra de Trump y tiene estrechos vínculos con Club for Growth, una organización conservadora, está descubriendo que casi nada sacude la confianza que los seguidores de Trump le tienen. Como el grupo escribió en un memorando a los donantes: “Cada anuncio tradicional de posproducción en el que se ataca al expresidente Trump no funcionó o no produjo ningún impacto en su apoyo en las urnas y favorabilidad”. Ni siquiera las pruebas en video de Trump haciendo comentarios “liberales” o “estúpidos” lograron sacudir la fe de sus partidarios.

Y, por último, no podemos olvidar el sorprendente hallazgo de una encuesta de HarrisX para The Deseret News, que muestra que hay más republicanos que consideran que Donald Trump es más una “persona de fe” que otras figuras abiertamente religiosas como Mitt Romney, Tim Scott y Mike Pence, el propio vicepresidente (muy evangélico) de Trump. Es un resultado totalmente inexplicable, hasta que se comprende la naturaleza de la conexión entre tantos votantes cristianos y Donald Trump.

Inmediatamente después de la insurrección del 6 de enero, el interés por el nacionalismo cristiano aumentó de manera considerable. En la turba del Capitolio las muestras de cristianismo fueron habituales. Los alborotadores y manifestantes llevaban banderas cristianas, pancartas cristianas y biblias. Rezaban en voz alta y un reportero del Dispatch que se encontraba entre la multitud me dijo que poco antes del anochecer los altavoces emitían música cristiana. Empecé a oír preguntas que nunca antes había escuchado: ¿qué es el nacionalismo cristiano y en qué se diferencia del patriotismo?

Desde hace tiempo pienso que la mejor respuesta a esta pregunta proviene de un profesor de Historia Eclesiástica de la Universidad de Baylor llamado Thomas Kidd. En los días previos al 6 de enero, cuando la retórica cristiana apocalíptica sobre las elecciones de 2020 alcanzaba su punto más álgido, Kidd hizo una distinción entre el nacionalismo cristiano intelectual o teológico y el nacionalismo cristiano emocional.

La definición intelectual se presta a debate. Por ejemplo, hay diferencias entre el integralismo católico, que, en específico, busca “integrar” la autoridad religiosa católica con el Estado; la teonomía protestante, que “cree que la ley civil debería seguir el ejemplo de las leyes civiles y judiciales de Israel bajo el ‘Pacto Mosaico’”, y el Mandato de los Siete Montes del pentecostalismo, que busca poner a todas las instituciones políticas y culturales fundamentales de Estados Unidos bajo control cristiano.

Pero si te adentras en el Estados Unidos cristiano partidario de Trump y mencionas cualquiera de esos términos, es probable que te reciban con una mirada de absoluta incomprensión. “El nacionalismo cristiano real”, argumenta Kidd, “es más una reacción visceral que una postura elegida de manera racional”. Y tiene razón. Los ensayos y libros sobre filosofía y teología son importantes para determinar la salud de la Iglesia en última instancia, pero ¿en la práctica y entre los fieles? En esos ámbitos son mucho menos importantes que la emoción, la profecía y el espiritualismo.

Por ejemplo, los argumentos sobre el lugar que debe ocupar la virtud en la plaza pública o los argumentos sobre el equilibrio adecuado entre el orden y la libertad son impotentes ante las profecías, como las declaraciones de los “apóstoles” cristianos de que Donald Trump es el líder designado por Dios, destinado a salvar a la nación de la destrucción. A veces, no hace falta que un profeta transmita el mensaje, porque los cristianos afirman que el Espíritu Santo les habló directamente. Como un viejo amigo me dijo: “David, yo estaba contigo en contra de Trump hasta que el Espíritu Santo me dijo que Dios lo había elegido para gobernar”.

Hace varias semanas, escribí sobre “la ira y la alegría” del Estados Unidos trumpiano. Quienes no forman parte de este grupo ven la rabia y el odio dirigidos a estos y pasan por alto que una parte clave del atractivo de Trump es la alegría y el compañerismo que los partidarios de Trump sienten entre sí. Pero hay un último elemento que cimenta ese vínculo con Trump: la fe, incluida una ardiente sensación de certeza de que, con su apoyo, se convierten en instrumentos del plan divino de Dios.

Por esta razón, comencé a responder preguntas sobre el nacionalismo cristiano diciendo que no es serio, pero sí muy peligroso. No es una postura seria argumentar que este país diverso y que se seculariza abandonará la democracia liberal en favor de un gobierno religioso católico o protestante. Pero resulta muy peligroso y desestabilizador cuando millones de ciudadanos creen que el destino de la Iglesia está ligado a la persona que creen que es el único y futuro presidente de Estados Unidos.

Por eso la fiebre Trump no cesa. Por eso hasta los argumentos más bíblicos contra Trump caen en saco roto. Por eso, el solo acto de oposición cristiana a Trump suele ser visto como una grave traición a Cristo mismo. En 2024, esta nación luchará con el nacionalismo cristiano una vez más, pero no será el nacionalismo de las ideas. Será un nacionalismo arraigado más en la emoción y el misticismo que en la teología. Puede que la fiebre no cese sino hasta que cambien las “profecías” y ese es un factor que está por completo fuera de nuestro control.

c.2023 The New York Times Company