Opinión: Los peores candidatos se presentan a las elecciones... Es hora de cambiar eso

ES MENOS PROBABLE QUE LOS LÍDERES SEAN CORRUPTOS CUANDO SE ELIGEN AL AZAR.

En vísperas del primer debate de la contienda presidencial de 2024, la confianza en el gobierno está más baja que nunca. Los funcionarios gubernamentales se han esforzado por salvaguardar las elecciones y garantizarles a los ciudadanos que serán íntegras. Pero si queremos que el servicio público sea íntegro, quizá sea mejor eliminar las elecciones por completo.

Si piensas que eso suena antidemocrático, piénsalo dos veces. Los antiguos griegos inventaron la democracia y, en Atenas, se elegía a muchos funcionarios mediante un sorteo, es decir, al azar entre un grupo de candidatos. En Estados Unidos ya usamos una versión de la lotería para seleccionar a los miembros de un jurado. ¿Y si hiciéramos lo mismo con alcaldes, gobernadores, legisladores, jueces e incluso presidentes?

La gente espera que los líderes elegidos al azar sean menos eficaces que los elegidos mediante un sistema. Pero en múltiples experimentos a cargo del psicólogo Alexander Haslam, sucedió lo contrario. Los grupos tomaban decisiones más inteligentes cuando los líderes eran elegidos al azar que cuando eran elegidos por un grupo o por su capacidad de liderazgo.

¿Por qué fueron más eficaces los líderes elegidos al azar? Dirigían de forma más democrática. “Los líderes elegidos mediante un sistema pueden socavar los objetivos del grupo”, sugieren Haslam y sus colegas, porque tienden a “reafirmar su superioridad personal”. Cuando eres ungido por el grupo, se te puede subir rápidamente a la cabeza: soy el elegido.

Cuando sabes que te eligieron al azar, no experimentas el suficiente poder como para dejarte corromper por él. En lugar de eso, sientes un gran sentido de la responsabilidad: no hice nada para ganarme esto, así que necesito asegurarme de representar bien al grupo. En uno de los experimentos de Haslam, cuando un líder se elegía al azar, era más probable que los miembros respaldaran las decisiones del grupo.

A lo largo de este año, he planteado la idea del sorteo a varios miembros actuales del Congreso. Su preocupación inmediata es la capacidad: ¿cómo nos aseguramos de que los ciudadanos elegidos al azar tengan la capacidad de gobernar?

En la antigua Atenas, los ciudadanos decidían si querían participar en el sorteo. También tenían que pasar un examen para demostrar su capacidad para ejercer los derechos y deberes públicos. En Estados Unidos, imaginemos que cualquiera que quiera entrar en la quiniela tenga que pasar un examen de civismo, que es el estándar que se aplica a los inmigrantes que quieren obtener la ciudadanía. Podríamos acabar teniendo gobernantes que entiendan la Constitución.

Un sorteo también mejoraría nuestras posibilidades de evitar a los peores candidatos desde el inicio. En lo que respecta al carácter, nuestros funcionarios electos no salen precisamente muy bien librados. Parafraseando a William F. Buckley Jr., prefiero que me gobiernen las primeras 535 personas del directorio telefónico. Esto se debe a que las personas más atraídas por el poder suelen ser las menos aptas para ejercerlo.

Los rasgos más peligrosos en un líder son lo que los psicólogos llaman la tríada oscura de los rasgos de la personalidad: narcisismo, maquiavelismo y psicopatía. Lo que estos rasgos tienen en común es la disposición a aprovecharse de los demás para beneficio personal. La gente con la tríada oscura suele tener más ambiciones políticas; le atrae la mera idea de la autoridad. Pero muchas veces caemos bajo su hechizo. ¿Les suena George Santos?

En un estudio sobre las elecciones a nivel mundial, los candidatos que fueron calificados por los expertos con puntuaciones altas en psicopatía obtuvieron mejores resultados en las urnas. En Estados Unidos, los presidentes con tendencias psicópatas y narcisistas resultaban más convincentes para el público que sus adversarios. Una explicación común es que son maestros del dominio temerario y el encanto superficial, y confundimos su confianza con competencia. Por desgracia, esto comienza a temprana edad: incluso los niños que muestran rasgos narcisistas de personalidad obtienen más nominaciones de liderazgo y afirman ser mejores líderes (no lo son).

Si la tríada oscura gana una elección, todos perdemos. Cuando los psicólogos evaluaron a los primeros 42 presidentes estadounidenses, los narcisistas fueron los más propensos a asumir riesgos imprudentes, tomar decisiones poco éticas y ser destituidos. Si añadimos una pizca de maquiavelismo y otra de psicopatía, obtenemos autócratas como Putin, Erdoğan, Orbán y Duterte.

Si eliminamos las votaciones, sería menos probable que candidatos con la tríada oscura se encumbren. Por supuesto, también está el riesgo de que el sorteo nos prive de la posibilidad de seleccionar a un líder con habilidades que lo diferencien del resto. A estas alturas, es un riesgo que estoy dispuesto a correr. A pesar de la suerte que tuvo Estados Unidos de tener a Lincoln al timón, es más importante limitar nuestra exposición a los malos personajes que arriesgarnos con la esperanza de encontrar al mejor.

Además, si Lincoln estuviera vivo ahora, resulta difícil imaginar que hubiera querido aceptar el reto con todo y sombrero de copa. En un mundo plagado de divisiones y burlas, la evidencia muestra que a los miembros del Congreso cada vez se les recompensa más por su falta de civismo, y lo saben.

Un sorteo le daría una oportunidad justa a aquellos que no son lo suficientemente altos o masculinos para ganar. También le abriría la puerta a personas que no tienen los contactos ni la riqueza suficientes para contender. Nuestro maltrecho sistema de financiamiento de las campañas permite a los ricos y poderosos comprar su entrada en las elecciones, al tiempo que impide contender a las personas sin dinero ni influencias aunque es probable que sean mejores candidatos: las investigaciones indican que, en promedio, las personas que crecen en familias con bajos ingresos tienden a ser líderes más eficaces y menos propensos a hacer trampa, puesto que tienen menor inclinación al narcicismo y a creer que están por encima de los demás.

El cambio al sorteo también nos ahorraría mucho dinero. Tan solo las elecciones de 2020 costaron más de 14.000 millones de dólares. Y a falta de campaña, no habría intereses especiales que se ofrezcan para ayudar a pagarla.

Por último, no votar también significa que no habría límites de distritos electorales que manipular ni un Colegio Electoral que disputarse. En lugar de cuestionar si millones de votos se contaron correctamente, podríamos ver el sorteo en directo, como hacemos con el sorteo para seleccionar jugadores para los equipos de la NBA.

Otros países han empezado a considerar los beneficios del sorteo. Hace dos décadas, las provincias canadienses y el gobierno neerlandés comenzaron a hacer sorteos para crear asambleas de ciudadanos que generaron ideas para mejorar la democracia. En los últimos años, los gobiernos de Francia, Reino Unido y Alemania han organizado sorteos para seleccionar ciudadanos que trabajen en políticas para combatir el cambio climático. Irlanda puso en práctica un modelo híbrido que reunió a 33 políticos y 66 ciudadanos seleccionados al azar para su convención constitucional de 2012. En Bolivia, la organización sin fines de lucro Democracia en Práctica trabaja con las escuelas para sustituir las elecciones del consejo estudiantil por sorteos. En lugar de elevar a los mismos de siempre, se da la bienvenida a una gama más extensa de estudiantes para que dirijan y resuelvan problemas reales en sus escuelas y comunidades.

Mientras nos preparamos para que Estados Unidos cumpla 250 años de existencia, tal vez sea momento de replantearnos y renovar nuestra estrategia para seleccionar a los servidores públicos. La esencia de una democracia es la participación activa del pueblo. No hay nada más democrático que ofrecer a todos y cada uno de los ciudadanos la misma oportunidad de gobernar.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2023 The New York Times Company