Opinión: La película italiana nominada al Oscar es genial, pero no cuenta toda la historia

“YO CAPITÁN” TERMINA DONDE MUCHOS HUBIERAN QUERIDO QUE CONTINUARA.

PALERMO, Sicilia— De todas las propuestas de esta temporada de los Oscar, una destaca: “Yo capitán”. Nominada a mejor película internacional, la cinta es un relato visualmente impresionante y a menudo desgarrador de la odisea desde África Occidental a Europa. Basada en muchas historias de la vida real, muestra los horrores de la peligrosa ruta a través del desierto del Sahara y el mar Mediterráneo que más de 1 millón de personas han tomado durante la última década y en la cual miles han muerto.

En un momento en que la extrema derecha de Italia está en el gobierno, promulgando leyes antiinmigrantes draconianas en medio de una avalancha de retórica venenosa, “Yo capitán” representa una importante intervención de su director, Matteo Garrone. Conocido por su película de 2008 sobre la mafia napolitana, “Gomorra”, y por su fiel versión mágica y realista de “Pinocho” en 2019, Garrone ha consolidado su reputación como uno de los directores más aclamados de Italia.

La película toma varias decisiones osadas. No se centra en alguien que huye de una zona de guerra sino en un joven denominado “migrante económico” de Senegal. El idioma wólof domina el guion, reclamando un lugar para una lengua que, aunque presente en la sociedad italiana, ha estado prácticamente ausente en el cine italiano. Y los momentos de realismo mágico brindan al espectador —y al protagonista— un alivio momentáneo de las torturas del desierto y la detención, entrelazando a un ángel musulmán en su mundo visual. En definitiva, es una digna nominada al Oscar.

Sin embargo, a pesar de todos sus logros, la película no cuenta toda la historia.

“Yo capitán” debe su título a las escenas finales de la película en las que el protagonista senegalés, Seydou, es obligado a comandar un barco pesquero oxidado que lo lleva a él y a cientos más desde Libia hasta Lampedusa, la isla más meridional de Italia. Sus acciones heroicas salvan la vida de todos y la película termina con él gritando: “¡Yo, capitán!” una y otra vez, mientras un helicóptero sobrevuela el barco. En este punto, Seydou es un héroe tanto como el célebre capitán de Walt Whitman —“El barco capeó los temporales, el premio que buscamos se ha ganado”— pero sobrevive para contarlo.

¿Pero podrá contarlo? La película deja a Seydou con el atronador helicóptero, y se detiene precisamente donde muchos hubieran querido que continuara. Porque lo que sucede después con personas como Seydou es arresto, interrogatorio, juicios a menudo extensos y, en la mayoría de los casos, prisión. Cualquiera que ayude a un barco que cruza el Mediterráneo con inmigrantes irregulares a bordo puede ser acusado de tráfico de personas, ya sea un trabajador humanitario en una misión de rescate o un migrante que, por cualquier motivo, ha asumido la responsabilidad de dirigir el barco hacia un lugar seguro.

Éste no es un asunto menor. Actualmente hay más de 1000 extranjeros encarcelados en Italia por ayudar a personas a cruzar las fronteras del país, muchas de las cuales llegaron de la misma manera que el protagonista ficticio de “Yo capitán”. De hecho, la película se basa en parte en la historia de Amara Fofana, un adolescente de Guinea que evitó por poco pasar años en prisión, aunque tuvo que realizar servicio comunitario. Muchos otros no tuvieron tanta suerte.

Mi organización en Italia, Porco Rosso, ha estado monitoreando estos casos durante casi 10 años. Hemos conocido a personas de toda África, Medio Oriente y Europa del Este que han sido encarceladas simplemente por comandar barcos hasta la costa. Uno de ellos es Bakary Cham, un joven del pequeño país de África Occidental, Gambia, que, al igual que Seydou, llevó una endeble embarcación desde Libia hasta Italia en 2015. A su llegada fue acusado de ser el capitán y traficante de personas, y fue condenado a ocho años de prisión.

Lo conocí dos años después, cuando un amigo suyo —otro solicitante de asilo gambiano— nos contó su caso. Empezamos a intercambiar cartas. Cham nos escribió sobre sus vanos intentos de demostrar su inocencia, las dificultades que enfrentaba en prisión, sus temores sobre lo que vendría después. Con una reducción de sentencia por buena conducta, finalmente fue liberado en 2022. Gracias a unos excelentes abogados, ahora está felizmente instalado en Palermo, desde donde nos ayuda a escribir cartas dirigidas a algunos de los muchos otros africanos occidentales que han sido arrestados.

A otros se les han impuesto penas de prisión mucho más largas. Uno de ellos es Alaa Faraj, un hombre de Libia que soñaba con ser futbolista profesional en Europa. Tomó un barco en 2015, huyendo de la guerra civil en su país; amontonados en la bodega por los inescrupulosos organizadores del viaje, casi 50 personas murieron a causa de los vapores del motor. Italia quería un culpable por los cadáveres que llegaron al puerto, y Faraj y un grupo de otros hablantes de árabe a bordo fueron acusados posteriormente de ser la tripulación. Faraj fue condenado a 30 años de prisión. Ya ha perdido su juventud en las celdas italianas.

Los arrestos continúan hasta el día de hoy. Hasta < 200 personas fueron arrestadas en 2023, incluida Maysoon Majidi, una activista iraní por los derechos de las mujeres, arrestada el último día del año por la policía de Calabria. Majidi también enfrenta la posibilidad de años de prisión si su caso termina mal. Estos arrestos son parte de la lucha contra los traficantes de personas, lo que podría parecer un esfuerzo inofensivo. Pero se ha convertido en un arma central contra la movilidad humana, desplegada por gobiernos de Europa y Estados Unidos para bloquear la migración. En una gran mayoría de los casos, son los propios inmigrantes —no siniestros traficantes de personas— quienes sufren la peor parte de las duras medidas.

Sin embargo, la distinción entre el contrabandista malo y el migrante bueno es dudosa. Shahram Khosravi, profesor de antropología social en la Universidad de Estocolmo, quien se hizo contrabandear para salir de Irán en la década de 1980, ha escrito de manera apremiante sobre cómo el contrabando es intrínseco a la migración. A menudo “las comunidades locales no asocian el contrabando con el crimen, sino que lo ven como necesario para la supervivencia”, escribió en la colección “Seeing Like a Smuggler”. Al atacar a quienes facilitan los cruces fronterizos, los gobiernos no impiden que la gente venga, pero sí empeoran sus viajes.

Khosravi no es el único que se pronuncia en contra de estas políticas. Un informe de las Naciones Unidas sobre la migración a las islas Canarias —una ruta en la cual 6000 personas murieron el año pasado— declaró que “una ofensiva contra el tráfico de migrantes en ciertas rutas marítimas puede conducir a un mayor uso de rutas alternativas , empeorando los riesgos para las personas que son traficadas por mar”. El daño causado por los traficantes de personas es innegable. Pero lejos de proteger las vidas de los migrantes, la criminalización de los traficantes de personas puede terminar contribuyendo a los desastres marítimos.

“Yo capitán” retrata un mundo más simple, en el que el propio papel de Europa en el endurecimiento de las fronteras se elude en lugar de enfrentarse, y en el que el castigo de los capitanes queda oculto por los créditos finales. Esto no es para desestimar la cinta: cuando Bakary Cham fue a verla, se rio a carcajadas en los momentos cómicos. Sin embargo, no debemos perder de vista el hecho de que, gane o no la película en los Oscar, Italia sigue encarcelando a las personas que realmente deberían llevarse un premio a casa.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times.

c.2024 The New York Times Company