Opinión: ¿Todo el mundo está drogado?

Se está volviendo imposible contar todas las opciones que tenemos hoy en día para alterar nuestra conciencia con sustancias químicas y plantas. Puedes comprarles ketamina por teléfono a traficantes de drogas recreativas, o por correo a clínicas médicas en línea para tratar la depresión. Además de vapeadores y gomitas, los dispensarios de CBD venden kratom, un estimulante a base de hierbas que algunas personas utilizan para aumentar la productividad laboral y otras para desintoxicarse de los opioides. Los vendedores de cannabis a veces tienen permiso legal de venta y otras no, y quizá también vendan setas psicodélicas. Algunas personas obtienen su Xanax o Adderall de sitios de la web oscura; otras, de un médico. Los que buscan una alternativa al café pueden ir a un bar de kava para tomar un narcótico a base de hierbas utilizado desde hace mucho tiempo en la medicina tradicional polinesia.

La antigua distinción entre drogas médicas y recreativas se está desdibujando. Ya ni siquiera está claro qué se considera una droga.

Durante el siglo XX, la gente sabía en general que las drogas eran sustancias ilegales, adquiridas en la clandestinidad con dinero en efectivo y claramente diferenciadas de los medicamentos, que también podían ser psicoactivos, pero requerían receta médica. En el caótico mercado actual, se está cuestionando la idea de las drogas como un mal social y la creencia de que solo los médicos definen lo que es medicinal. Estamos en una nueva realidad, y necesitamos una nueva forma de darle sentido.

La distinción entre “medicina” lícita y “drogas” ilícitas nunca fue tan binaria como parecía, pero se difuminó significativamente en la década de 1990, cuando el consumo de drogas como la MDMA y los entornos de fiesta que lo acompañaban se popularizaron entre los jóvenes. Programas como DARE intentaron frenar el consumo de drogas, pero a través de clubes de baile en los que se consumían pastillas y películas taquilleras como “Pulp Fiction”, la cultura popular celebró ese consumo y disminuyó el estigma que conllevaba.

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El internet también transformó la oferta y la demanda. En la actualidad, las drogas ya no tienen que conseguirse en envoltorios o bolsitas en barrios de mala muerte; pueden pedirse por internet a través de navegadores anónimos y aparecer en tu buzón dentro de paquetes con etiquetas de aspecto profesional. No necesitas comprarle Valium a tu compañero de piso de la universidad; puedes adquirirlo con tu celular y una aplicación de criptomoneda.

La demanda también ha cambiado, pues la gente combina el uso recreativo con el autocuidado. Una investigación reciente de Los Angeles Times reveló que algunos centros de yoga de la ciudad ofrecen gomitas de setas para acompañar las sesiones a pesar de su ilegalidad. Los problemas de salud mental se tratan con un sinfín de extractos de plantas que elevan el estado de ánimo y con suplementos farmacéuticos, como las pastillas de litio de venta libre o la hierba de San Juan. Con esas sustancias se complementan o sustituyen los fármacos que recetan los profesionales de la salud mental. Mientras las terapias psicodélicas autorizadas siguen intentando consolidarse, la gente opta por retiros de ayahuasca desde el Amazonas hasta Long Island, y hay iglesias psicodélicas emergentes que ofrecen ceremonias con veneno de sapo.

La llegada de los dispensarios legales de cannabis a Estados Unidos incentivó la transición del simple consumo de drogas a una elección de estilo de vida. El consumo de cannabis ha aumentado considerablemente entre las personas de mediana edad, para quienes se ha convertido en analgésico, relajante y somnífero, así como droga recreativa. Los dispensarios de cannabis han dejado atrás el estilo clandestino con olor a pachulí de la época jipi y optado por la estética minimalista de las tiendas de salud botánica. Los gurús del bienestar promueven suplementos como la melatonina, los antioxidantes y los extractos de ginseng, que conviven con las drogas químicas legales y los psicodélicos potentes.

Al haber entrado en una era en la que ya no sabemos qué constituye una droga, también podemos esperar nuevos peligros, al menos a corto plazo. Difuminar las fronteras entre medicina, espiritualidad y drogas recreativas implica que los riesgos de estos nuevos hábitos a menudo no se comprenden bien. El cannabis, las setas y el kratom pueden ser relativamente seguros en comparación con la heroína o el crack, pero las dosis excesivas o el consumo compulsivo pueden causar graves problemas. Las cadenas de suministro no reguladas e ilícitas permiten que circulen adulterantes peligrosos: fentanilo en los opioides ilícitos o compuestos sintéticos y tóxicos en los vapeadores de cannabis.

Parece inevitable que gran parte del nuevo entorno permanezca en el limbo legal: las leyes sobre drogas tienden a cambiar solo después de que la alternativa se ha convertido en una realidad de facto. Pero a medida que los estados adoptan la legalización del cannabis y, en algunos casos, de los psicodélicos, se presentan oportunidades para que los reguladores intervengan y mejoren los resultados de salud pública estableciendo controles de precios y límites de edad, así como pruebas y etiquetado obligatorios para los productos. Sin embargo, la legalización también conlleva su propio conjunto de retos, entre los que destaca la captura regulatoria (ejemplificada de forma más notoria en la incapacidad de la Administración de Alimentos y Medicamentos para regular de manera adecuada el fármaco OxyContin). Una aplicación laxa o con fondos insuficientes puede permitir que los vendedores sin licencia sigan operando con impunidad.

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Navegar por este nuevo mundo requerirá una comprensión más precisa de las sustancias psicoactivas que ahora forman parte de él. En lugar de tratar de clasificar los compuestos químicos como buenos y malos, podríamos prestar más atención a la manera en que los utiliza la gente. Como lo observaban de manera rutinaria las autoridades médicas de la antigua Grecia, todas las drogas pueden ser medicina o veneno, dependiendo de la dosis. Incluso la aspirina y la cafeína pueden ser perjudiciales en exceso, por no hablar de sustancias mucho más potentes, suministradas con información poco fiable o falsa. La regulación eficaz y las intervenciones de salud pública pueden mitigar los daños más evidentes, pero también necesitamos encontrar una forma matizada de debatir las diferencias entre el consumo ocasional, social, habitual y problemático, como lo hicimos hace tiempo con el alcohol, el tabaco y la cafeína.

Un lenguaje compartido abrirá el camino a nuevas normas que pueden ayudarnos a navegar mejor por los riesgos y beneficios de estas sustancias químicas. En lugar de la precipitación al juicio moral o médico implícito en la concepción de las drogas del siglo XX, necesitamos comprender sus propiedades, el entorno comercial del que han surgido y las relaciones que distintas personas establecen con ellas.

c.2024 The New York Times Company